Leí la otra mañana una reseña de Antonio Rivero Taravillo acerca
del magnífico poemario de Alejandro Céspedes Topología de una página en blanco. El inicio de este comentario dice
literalmente:
Un
poeta debe acostumbrarse a leer mucha y buena poesía, independientemente de que
el registro, el estilo, la temática coincidan o no con sus gustos personales.
Es la única manera de sacudirse la comodidad, la facilidad, esa gangrena que va
tomando posesión de su voz y que suele adoptar la forma de una tela o membrana
contra la que rebotan las palabras, un pañuelo en la boca que, si no permite el
contagio con su mascarilla, deforma el decir, lo distorsiona, deviniendo en
mordaza cuando no directamente en asfixia.
Creo que no hay mejor forma de expresar lo que siento al
respecto, lo que he sentido a lo largo de mi vida en contacto con los poemas. Escribo
como buenamente puedo, intento ser honrado conmigo mismo y, además, como parte
de esa tarea, acaso una de las primordiales, leo de todo, más si cabe, aquello
a lo que no puedo aspirar, aquello que es ajeno a mi propia voz.
Me sucede a menudo que al entrar en los poemas de otros y otras,
me percato de lo lejos que estoy de alcanzar la verdadera esencia de la poesía
y, como señala ART, eso me impide aquietarme o conformarme con lo que hago.
Todo esto viene a cuento de que entre ayer y hoy, con
veinticuatro horas de diferencia he recibido dos poemarios muy distintos entre sí,
y al mismo tiempo muy diferentes de mi forma de escribir.
Ayer me llegó la delicada edición que Hazversidades poéticas ha
hecho de Paloma Corrales. Otra joya para añadir a la colección que empieza a
ser una exquisitez de paladares exigentes, donde se recogen algunos de los
poemas escritos por Paloma, a quien tanto debo, aunque sólo sea porque me ha
abierto al conocimiento de muchos poetas gracias a Conversando, su programa dedicado
a difundir la poesía contemporánea en España y emitido por VeoGuada Televisión.
Hoy mismo —en apenas 24 horas— tenía en el buzón Entre paréntesis (Ediciones La Baragaña)
de Ana Pérez Cañamares. Un delicioso poemario de haikus, algunos de ellos
traducidos al japonés por Mitsuko Yoshida. Ana, precisamente, es uno de los descubrimientos
que debo a Paloma. Y confieso que este libro me ha sorprendido, pues no conocía
esta faceta de la poeta. Lo que no es otra cosa que la confirmación de lo que
decía más arriba.
En fin, no quedarse quieto, auto-exigirme cada día para evitar,
en lo posible, ese anquilosamiento que desemboque en la asfixia, tal y como lo escribía
ART, y para ello nada mejor que sentirse espoleado por los versos de los otros,
esos versos que nunca escribiré, pero que de alguna manera respirarán dentro de
los míos.