Cómplices

Domingo, 17 de marzo de 2013


Continúa lloviendo con la calma de las caricias benéficas y necesarias.
A veces —quizá torturado por la presión de lo inmediato—, no soy consciente de la grandeza que atesoran los momentos pequeños, los hechos insignificantes. Desprecio con demasiada facilidad una miga de pan desprendida de su hogaza, sin percatarme de que esa miga, junto a muchas más, es la que constituye la esencia del alimento.
Me devano los sesos buscando el modo de encontrar el camino de mi vida, como si no lo hubiera encontrado. No me pongo en ese centro necesario donde todo cobra la precisa perspectiva de la verdad, al menos de la que me afecta. Y mientras me distraigo en estas operaciones que sólo son un inútil cazcaleo, no disfruto de los regalos.
Acaso porque mi mirada esté repleta de prisas, zozobra en la impaciencia. Como no encuentro sentido razonable a este barbecho improductivo, me dedico a mirar a lo lejos, a otros lugares donde nunca llegaré, ni siquiera me aproximaré algo.
He sido apresado por una de las enfermedades de esta contemporaneidad neurotizada por las prisas, por la inútil necesidad de acumular datos que sólo ocultan la verdadera información y, sobre todo, impiden alcanzar la sabiduría, sustituyéndola por conocimiento, muchas veces banal, cuando no inexacto.
Hoy, ahora, llueve con la determinación de lo necesario; pero esta necesidad hoy no se aprecia, hoy no se valora: hoy molesta; sin embargo esta agua inútil y casi insignificante es la que mañana evitará algunas necesidades y, sobre todo —porque es aún más importante que lo anterior—, permitirá que la vida no detenga su marcha.
Son cosas que me digo, por ver si hago que desaparezca de mi interior esta sensación extraña que me asfixia desde hace unos meses. Una sensación que tiene que ver con la desidia, con la inutilidad, con la impaciencia y que me produce tanto desasosiego.
Son cosas que me digo porque mi razón me dice que no asumir estos tiempos, terminará por volverse en mi contra, porque con esta actitud mía estoy evitando la fecundación que necesito, según parece.
¿Son cosas que me digo para alejar de mí lo más posible el instante en que la verdad se me aparezca desnuda y descarnada, ya sin opción a cualquier hipótesis o interpretación?
Son cosas que me digo en una mañana de lluvia…