Cómplices

Lunes, 18 de marzo de 2013


¿Cómo ha llegado la idea de Europa a convertirse en la pesadilla de Europa?
Las informaciones que ayer mismo inundaron los medios de comunicación sobre la decisión adoptada por la Comisión Europea para conceder el rescate a Chipre me llevan a lanzar esta pregunta con el profundo convencimiento de que la pobre Europa ha vuelto a ser raptada. Pero en esta ocasión, no es el dios Zeus quien, metamorfoseado en hermoso toro blanco, la ha seducido, sino un grupo de abyectos mercaderes que durante unas décadas han ido construyendo una realidad tan laberíntica y terrorífica, como la que habitó el minotauro cretense.
¿Cómo ha llegado la idea de Europa a convertirse en la pesadilla de Europa?
En realidad ha sido un proceso de apariencia lenta, pero nadie podrá convencerme de que se trata de un plan perfectamente diseñado desde alguna recóndita oficina en Berlín o en Bruselas. Primero fueron Grecia, Irlanda, Portugal y España. (Porque no se puede olvidar que el rescate a la banca, es el modo engañoso —siempre hay engaños— en que nuestra nación ha sufrido su propio rescate). Suponiendo que lo de Grecia, Irlanda, Portugal y España no sea un simple aperitivo, el inicio de una dieta que continuará con otros platos.
Ahora es Chipre. Y contra Chipre no son necesarios miramientos excesivos. Ni su tamaño ni el número de sus habitantes preocupan lo más mínimo a los tahúres en cuyas manos estamos. Se trata de conseguir unos cuantos miles de millones de euros. Y para que no sean más aún, desde Alemania se ha decidido que la operación más fácil es sacar algo menos de seis mil millones de donde ya están: los depósitos que en los bancos guardan algunos sueños y esperanzas de tantas personas (también fortunas nada desdeñables, sí, pero ellos no distinguen ni ponen condiciones. Hacen como los antiguos recaudadores del Imperio romano. Es la misma fórmula: entrégueme esta cantidad, cómo la consiga no es asunto mío).
Se hace muy difícil, por no decir imposible, aguantar la templanza y la calma antes esta injustificada situación que ocasionaron unos y padecemos otros.
Es brutal, por no emplear términos más gruesos, que un pequeño ahorrador —la inmensa mayoría de los chipriotas, supongo— tenga que entregar a la Unión Europea algo más de seis euros por cada cien depositados, además de lo que ya por su propia legislación hubieran de tributar habitualmente. (Aunque se cambie tal porcentaje a la baja —cosa que en los momentos en que escribo estas líneas parece ser que se está negociando—, no dejaría de ser un expolio, eso sí muy legal y probablemente muy necesario para evitar la debacle… de los bancos germanos).
No hablo de las grandes fortunas que —parece ser— tributarán entre el nueve y el doce por ciento, aunque tal cosa tenga la misma condición que la anterior. Hablo sobre todo de esas personas que tienen sus depósitos en las entidades bancarias porque no los pueden tener en otro lugar. ¿O debieran haber guardado esos euros bajo el colchón o bajo alguna baldosa del pasillo de su casa?
No me es difícil ponerme en su lugar. Mis exiguos ahorros (que cada día menguan un poco más), permiten que comprenda a esa mujer chipriota o a ese hombre de la hermosa isla mediterránea, que ha ido dejando en su cuenta corriente el pago por su trabajo cotidiano. No hablo de las grandes fortunas griegas o rusas que, según se dice, también han ido a parar allí. Hablo de esos funcionarios, de esos camareros, de aquellos albañiles, de los agricultores y ganaderos, de los empleados de comercio, de las viudas… Hablo de los chipriotas, hacendosos como cualquiera de nosotros.
Mañana podemos ser nosotros los que hagamos frente a una deuda que no hemos generado, porque nuestra vida tampoco es que haya mejorado excesivamente en estos años, salvo de rebote, como quien dice. Son otros los que a través del engaño, la especulación y los juegos de las altas finanzas, se han enriquecido hasta límites incompresibles para la mayoría. Son otros los que no pagarán nunca ese saldo. Pero para que el país entero no quede embargado se toma la medida fácil.
¿A cambio de qué? ¿Para evitar qué?
Probablemente los sesudos economistas explicarán la conformidad de la medida teniendo en cuenta valores tan incuestionables como los que ellos utilizan. Aún aturdido por la noticia, no puedo por menos de comparar este gravamen, tasa o como se le quiera llamar, con un impuesto revolucionario, o esos cobros que financiaban (y financian) las actividades de las mafias a cambio de una supuesta protección (necesidad que previamente han generado ellas mismas al establecer el desorden y la violencia en la zona de su influencia).
Miro y sólo veo lobos hambrientos que devoran a corderos quienes, acaso ya muy tarde, han comprobado que quienes deberían proteger sus haciendas y sus vidas, en realidad son empleados a sueldo de los verdugos.
El primer ministro portugués ha dicho, según he oído, que parece que el sentido común ha emigrado de Europa. A nuestro presidente de gobierno —como siempre— aún le estamos esperando; o no, quizá a estas alturas ya sabemos que él no hablará, o si lo hace será para proclamar que tiene sueño o, como esta misma mañana ante los miembros del COI, que se va porque hace frío, mucho frío.
Si él supiera la cantidad de frío que hace…
Entre tanto, Europa vuelve a ser secuestrada, más aún, parece que va a ser encarcelada y torturada. ¿Será ejecutada y desmembrada?