¿Cómo ha llegado la idea de Europa a
convertirse en la pesadilla de Europa?
Las informaciones que ayer mismo inundaron los medios de
comunicación sobre la decisión adoptada por la Comisión Europea para conceder
el rescate a Chipre me llevan a lanzar esta pregunta con el profundo
convencimiento de que la pobre Europa ha vuelto a ser raptada. Pero en esta
ocasión, no es el dios Zeus quien, metamorfoseado en hermoso toro blanco, la ha
seducido, sino un grupo de abyectos mercaderes que durante unas décadas han ido
construyendo una realidad tan laberíntica y terrorífica, como la que habitó el
minotauro cretense.
¿Cómo ha llegado la idea de Europa a convertirse en la pesadilla
de Europa?
En realidad ha sido un proceso de apariencia lenta, pero nadie
podrá convencerme de que se trata de un plan perfectamente diseñado desde
alguna recóndita oficina en Berlín o en Bruselas. Primero fueron Grecia,
Irlanda, Portugal y España. (Porque no se puede olvidar que el rescate a la
banca, es el modo engañoso —siempre hay engaños— en que nuestra nación ha
sufrido su propio rescate). Suponiendo que lo de Grecia, Irlanda, Portugal y
España no sea un simple aperitivo, el inicio de una dieta que continuará con
otros platos.
Ahora es Chipre. Y contra Chipre no son necesarios miramientos
excesivos. Ni su tamaño ni el número de sus habitantes preocupan lo más mínimo
a los tahúres en cuyas manos estamos. Se trata de conseguir unos cuantos miles
de millones de euros. Y para que no sean más aún, desde Alemania se ha decidido que
la operación más fácil es sacar algo menos de seis mil millones de donde ya están: los depósitos que en los bancos guardan algunos sueños y esperanzas de
tantas personas (también fortunas nada desdeñables, sí, pero ellos no
distinguen ni ponen condiciones. Hacen como los antiguos recaudadores del
Imperio romano. Es la misma fórmula: entrégueme esta cantidad, cómo la consiga
no es asunto mío).
Se hace muy difícil, por no decir imposible, aguantar la
templanza y la calma antes esta injustificada situación que ocasionaron unos y
padecemos otros.
Es brutal, por no emplear términos más gruesos, que un pequeño
ahorrador —la inmensa mayoría de los chipriotas, supongo— tenga que entregar a
la Unión Europea algo más de seis euros por cada cien depositados,
además de lo que ya por su propia legislación hubieran de tributar
habitualmente. (Aunque se cambie tal porcentaje a la baja —cosa que en los
momentos en que escribo estas líneas parece ser que se está negociando—, no
dejaría de ser un expolio, eso sí muy legal y probablemente muy necesario para
evitar la debacle… de los bancos germanos).
No hablo de las grandes fortunas que —parece ser— tributarán
entre el nueve y el doce por ciento, aunque tal cosa tenga la misma condición
que la anterior. Hablo sobre todo de esas personas que tienen sus depósitos en
las entidades bancarias porque no los pueden tener en otro lugar. ¿O debieran
haber guardado esos euros bajo el colchón o bajo alguna baldosa del pasillo de
su casa?
No me es difícil ponerme en su lugar. Mis exiguos ahorros (que
cada día menguan un poco más), permiten que comprenda a esa mujer chipriota o a
ese hombre de la hermosa isla mediterránea, que ha ido dejando en su cuenta
corriente el pago por su trabajo cotidiano. No hablo de las grandes fortunas
griegas o rusas que, según se dice, también han ido a parar allí. Hablo de esos
funcionarios, de esos camareros, de aquellos albañiles, de los agricultores y
ganaderos, de los empleados de comercio, de las viudas… Hablo de los chipriotas,
hacendosos como cualquiera de nosotros.
Mañana podemos ser nosotros los que hagamos frente a una deuda
que no hemos generado, porque nuestra vida tampoco es que haya mejorado excesivamente
en estos años, salvo de rebote, como quien dice. Son otros los que a través del
engaño, la especulación y los juegos de las altas finanzas, se han enriquecido
hasta límites incompresibles para la mayoría. Son otros los que no pagarán nunca
ese saldo. Pero para que el país entero no quede embargado se toma la medida fácil.
¿A cambio de qué? ¿Para evitar qué?
Probablemente los sesudos economistas explicarán la conformidad
de la medida teniendo en cuenta valores tan incuestionables como los que ellos
utilizan. Aún aturdido por la noticia, no puedo por menos de comparar este
gravamen, tasa o como se le quiera llamar, con un impuesto
revolucionario, o esos cobros que financiaban (y financian) las actividades de
las mafias a cambio de una supuesta protección (necesidad que previamente han
generado ellas mismas al establecer el desorden y la violencia en la zona de su
influencia).
Miro y sólo veo lobos hambrientos que devoran a corderos quienes, acaso ya muy tarde, han comprobado que quienes deberían proteger sus haciendas y sus
vidas, en realidad son empleados a sueldo de los verdugos.
El primer ministro portugués ha dicho, según he oído, que parece
que el sentido común ha emigrado de Europa. A nuestro presidente de gobierno —como
siempre— aún le estamos esperando; o no, quizá a estas alturas ya sabemos que él
no hablará, o si lo hace será para proclamar que tiene sueño o, como esta misma
mañana ante los miembros del COI, que se va porque hace frío, mucho frío.
Si él supiera la cantidad de frío que hace…
Entre tanto, Europa vuelve a ser secuestrada, más aún, parece
que va a ser encarcelada y torturada. ¿Será ejecutada y desmembrada?