Ahora todos se rasgan las
vestiduras. De pronto el llamado corralito chipriota parece que ha nacido
espontáneamente, como por ciencia infusa, como si nadie hubiera tenido que ver
en el alumbramiento de semejante idea.
Pensaba
que los especialistas en la improvisación y las soluciones absurdas, como germinadas tras una noche de jolgorio un poco desmedido, correspondían sólo a
nuestro gobierno nacional. Pero como bien decimos en estas tierras del sur del
continente, en todas partes cuecen habas.
En
el fondo, me parece, se trata la típica reacción de los tahúres pillados in
fraganti en una de sus trampas. Casi siempre se encogen de hombros y niegan la
mayor. Aunque hay ocasiones que, además de eso, montan en cólera, tiran la mesa
donde se juega la partida y son capaces de llegar a las manos o algo más.
Esperemos que no sea el caso.
A
mi modo de ver una de las consecuencias más graves de esta medida —aunque al
final no se concrete— es que ha sembrado la desconfianza más absoluta en
quienes nos gobiernan… si ello es aún posible.
Soy
de los que piensa que todo en la vida, sobre todo lo que realmente importa —y
el dinero no lo es para mí, aunque sea imprescindible disponer de una cantidad
mínima para vivir con dignidad—, depende en buena medida de la confianza. Si
ésta desaparece, todo se hace mucho más complicado, o directamente imposible.
Desde ese momento es imprescindible inventar o poner en marcha más medidas de
control y supervisión. Cuando se pierde la confianza en algo o en alguien, lo
importante ya no es lo que haga o deshaga ese otro (persona, institución o
grupo), sino verificar, antes de nada, que no nos esté engañando, que tras la
propuesta no se esconda una trampa en la que pretende que caigamos para su
beneficio y nuestro expolio.
Si
a partir del viernes pasado, por razones imperiosas y graves, ya es posible legislar
por sorpresa un impuesto sobre nuestros depósitos bancarios (mayormente
exiguos), además de lo legalmente establecido de antemano y que todos más o
menos conocemos, es lógico que pensemos que estamos siendo víctimas de en un
atraco a mano armada, es elemental que pretendamos proteger lo que se entiende
como propio, lo que se guardó en aquellas instituciones porque nos habían
demostrado la mínima confianza requerida.
Lo
que han hecho en Europa, o en Chipre, que uno a estas alturas ya ha perdido la
pista de todo lo que sucede, pues el asunto se ha enrevesado como si una
borrasca hubiera revuelto todos los papeles mezclándolos entre sí, lo que han
hecho, digo, me recuerda a la tonadillera que fue pidiendo por televisión que
todos los españoles le diéramos un durito para poder afrontar el pago de la
deuda que mantenía con Hacienda —según ella un débito injusto, claro—.
Y pensar que los dirigentes de Europa o Chipre, o ambos, son como Lola Flores,
me hace sonreír, a pesar de todo.
Lo malo es que a éstos
les falta el arte, la gracia y el salero de la jerezana.