¿No será que el camino es más escabroso de lo que parece? ¿No será que hay
trechos de la senda en que lo abrupto del territorio sólo permite dar pasos
lentos y cautelosos que eviten un traspiés peligroso? ¿No será que la primera
mentira, la más duradera y perniciosa es la que uno se repite a sí mismo cada
jornada?
Sé que los propósitos suelen servir para incumplirlos, pero
también sé que sin ellos la vida es tediosa y conduce sólo a los desiertos donde la soledad es el infierno. A veces uno llega al desierto de arena, fuego y
muerte; en otras al desierto de hielo, frío y muerte.
Hay palabras que no sólo se deben pronunciar —o anotar con pulso
tembloroso—, sino que debieran plantarse en el corazón, debieran regarse con la
frecuencia precisa y en la cantidad necesaria para que dejen de ser sólo
palabras o buenas intenciones, y se conviertan en lo que siempre debieron ser:
melodía de nuestros latidos.