Decía ayer…: “El silencio, aunque a veces no se entienda, no es
inactividad; porque sólo quien calla tiene la opción de escuchar…”
Y sin haberlo planeado —aunque parezca lo contrario— durante
casi un mes me llegó el silencio. No eran premeditadas las palabras, pero quizá
fueran intuidas o adivinadas a través de un cauce o un sendero aún desconocido
para mí que va desde lo más secreto de una sospecha hasta la razón y que por el
camino se tornan palabras.
Uno ha vuelto a entender en este tiempo que la vida pesa, pero
no aplasta, y que son muy pocas cosas imprescindibles, muchas menos de las que
parece, y que la verdadera tarea nada tiene que ver con las ocupaciones.
A la postre lo que verdaderamente importa es permanecer abierto
como el cauce del río. Cuando llegue el agua, me encontrará disponible para no
ser yo estorbo a su carrera; cuando sólo sea vea el pedregoso lecho de cantos
rodados, quizá algunas hierbas crezcan lo suficiente como para madurar y que
una flor brote entre sorprendida y sorprendente.
Porque, como el alimento es imprescindible para recorrer los
pasos que tiene un día, así la lectura para quien anhela la escritura.
Y poco más.
¿Quizá más silencio?