Lunes 20. Empieza una semana que va a ser ajetreada. Por suerte es
la semana de la patrona y el miércoles no tendré que ir a la oficina.
No voy a tener
tiempo de hacer lo que más deseo y lo que verdaderamente importa en esta
semana: la presentación del libro de Amelia. Faltan ya a estas horas apenas dos
días —mañana, el miércoles— para que Segovia tenga noticia de su poemario.
Hace unas cuatro horas
estaba con Norberto hilvanando el esquema de la presentación, mientras
tomábamos un café —en realidad el primero que me han servido lo he compartido
con la mesa, la silla, los pantalones, el suelo, algunas partituras musicales
que traía N, …—. Cualquiera en su sano juicio, una vez puesto ante el
ordenador, hubiera aprovechado la conversación para ponerse de inmediato manos
a la obra y avanzar en el texto de la presentación del libro; sin embargo, no.
Sin embargo he tenido que cumplir con otro encargo. Ya sé que la culpa es mía,
pero a estas alturas ni puedo, ni debo ni acaso quiera bajarme del barco al que
me subí hace años, sin que nadie me lo pidiera.
Martes
21. Últimamente
JSM habla mucho de los ‘no poetas’. Creo
que se refiere a los hacedores de versos que hablan de sí mismos en exclusiva,
sin que en su poesía trascienda lo verdaderamente humano, lo que importa.
Aún sin saber a qué
o a quién se refiere en concreto, si la explicación es la que supongo, estoy
plenamente de acuerdo con su apreciación, que podría ser parte del cimiento
sobre el que se debe asentar la poesía.
Miércoles
22. Me
parece que la mañana ha sido fructífera. No sé si estaré muy cerca o muy lejos
de lo que ha querido decir Amelia Díaz Benlliure en el poemario, pero es el eco
que me ha dejado.
Al poco de conocer a
ADB., gracias a los milagros que a veces Internet regala, recibí la versión en
PDF del poemario. No puedo precisar si fue antes o después de que ella supiera
que se lo editarían. Recuerdo, eso sí, que desde su primera lectura tuve la
impresión de que estaba ante un texto cuya esencia era la sinceridad más
descarnada, a ratos casi brutal. Y también comprendí, al leer leerlo que estaba
ante una joya de la literatura pensada para decirse con la naturalidad con la
que se habla, sin los engolamientos propios de los grandes discursos en que las
palabras resuenan como truenos, pero no dicen nada, o casi nada, o tuercen su
verdadero sentido. O como dice Manuel Rivas en Las voces bajas:
«No sabemos bien lo
que la literatura es, pero sí que detectamos la boca de la literatura. Tiene la
forma de un rumor. De un murmullo. Puede ser escandalosa, incontinente,
enigmática, malhablada, balbuciente. Yo conocí muy pronto esa boca. En aquel
momento era, ni más ni menos, la boca de mi madre hablando sola»
Creo que no es
casualidad que ambos, MR y AD usen la palabra voz, para ahormar el título de
sus obras…
Voz: modo en que
nuestro pensamiento cruza el aire para llegar a otro, a otros. Voz: arcilla
inmaterial que funda la palabra como materia prima de la comunicación. Voz:
palabra entrando a través de los oídos y anidando en el corazón. Voz:
instrumento musical perfecto, según afirman quienes más saben.
Jueves
23. El
frío de la noche de Segovia aún no ha abandonado del todo mis pies. Llegamos
tras una cena entrañable…
Unas horas antes,
mientras esperaba a que llegasen a AidaBooks&more
Amelia y Mónica y Norberto y María Jesús y Marián, he podido charlar con
Maite, que me ha explicado con convicción la tarea de la ONG a la que
representa esta librería solidaria. Desde este momento me he hecho un donante
más de los muchos que ya tiene. Que los libros sean también puente para
conseguir proyectos cuyo adobe es la solidaridad, me parece una especie de
sueño. Aunque sé que tampoco así lograré mucho, al menos mis libros
autoeditados, los iré donando al establecimiento y, si vende alguno, los repondré.
La presentación de Tuya es la voz ha ido muy bien, si la
medida es la de la intensidad de las emociones o los sentimientos, el camino
que nos acerque a la esencia de lo que importa, ese paisaje intraducible de los
corazones.
¿Interesan o
importan otras medidas?
Creo que mis
palabras —excesivamente largas, como siempre— han servido para que la emoción
transitase como una bailarina apasionada por la mayoría de los corazones que
nos atendían. O eso me ha parecido, al menos, aunque quizá hayan ayudado más
aún las de Norberto y las de la autora y, sobre todo, los poemas, el recitado
de los poemas.
Y doy por bien
empleado todo el tiempo que me ha llevado la preparación de este texto.
Percibir la intensidad de las miradas de algunos de los asistentes ha sido más
que suficiente.
Es tarde, demasiado
tarde. Mañana nos esperan más emociones, y no sé cómo las voy a aguantar con la
falta de sueño que se me avecina…
Viernes
24.
Aún en las retinas la huella de la piedra trabajada como si tuviera la
ductilidad de la cera, como si fuera un organismo vivo al que se puede modelar
sin esfuerzo. La noche de ojos asombrados transitando animadas calles, sobre
las que se alzan los testigos de otro modo diferente de entender el mundo,
cuando no importaba hacer más, sino hacer mejor, hacer para perdurar sin
importar el tiempo transcurrido desde que la herramienta golpea por vez primera
la caliza, hasta que queda convertida en rosa, lis, cenefa, calavera, rana,
astronauta o redentor ensangrentado…
Será una
presentación inolvidable, como ha dicho ADB al salir del Ateneo salmantino.
Ahora repaso
mentalmente la jornada, y son tantos los fotogramas que recorren veloces mi
cerebro, que se hace imposible presagiar dónde acabarán mis anotaciones o, si
por el contrario, seré capaz de dejar rastro de apenas una décima parte.
Después de un viaje
cómodo y tranquilo, y tras instalarnos en el hotel, nos hemos reencontrado con
Annie Altamirano y con Carlos Blanco y con ellos hemos entrado en la Plaza
Mayor pocos minutos antes de juntarnos con Amelia y Mónica, que han llegado
esta mañana,
Nuestro hotel está
en lado del poniente de la Plaza, así que al acceder a ella, M. y yo nos hemos
encontrado al sol iluminando sus fachadas septentrión y oriental. He quedado
sin palabras. Este recinto cuadrangular posee la capacidad para la hipnosis.
Queda uno empequeñecido hasta su propio tamaño en estas proporciones amplias y,
sin embargo tan armónicas.
Es la primera
impresión la que cuenta, la que perdurará en mí siempre que pise su pavimento.
Podré conocer más sus detalles, tal o cual anécdota de su construcción, tal o
cual significado de sus fachadas; pero esta fascinación primera será la que
tiña cualquier otra visita, cualquier otro recuerdo.
Hay unas cuantas
obras proyectadas y ejecutadas por humanos que parecen haber salido de seres divinos
o titanes. He nacido y vivido siempre en una ciudad que tiene, al menos, una de
estas joyas y cada vez que descubro una de ellas, o sea cada vez que sitúo mi
poquedad en el lugar preciso, tras recuperarme de la primera impresión que ya
será indeleble, mil ideas recorren mi pensamiento. No sé muy bien cómo
formularlas, pero tienen que ver con un anhelo y con una crispación. ¿Cómo tender
nuestra capacidad creativa hacia lo bueno, lo hermoso, lo armónico, lo que
produce y otorga paz? ¿Cómo evitar que venzan otras tendencias —también
nuestras— como venganza, destrucción, odio, engaño…? Si los seres humanos —no
dioses, no titanes, no diablos— han concebido y erigido obras como esta Plaza
de Salamanca, cómo es posible que sean capaces de destruir tanto como
destruyen…
Con esta impresión
aposentándose en lo más íntimo, hemos cruzado el lienzo norte de la muralla, bajo
la casa consistorial, y nos hemos metido en la calle Zamora a la busca de nuestras
amigas A. y M. que nos esperaban unos pocos metros más adelante, en la
confluencia entre esta calle y la plaza de los Bandos.
Había tiempo para ultimar
los detalles de la velada poética con la presentación de los dos poemarios.
Ciertas cosas no son difíciles: el acto nació sencillamente y sencillamente se
ha desarrollado. Ya en el Ateneo —un poco escondido, como si fuera un poema
susurrado—, me he reencontrado con Armando Manrique, a quien también conocimos
en Segovia, y los anfitriones nos han presentado a Luis Gutiérrez, su
presidente, que se ha volcado con nosotros, con toda cordialidad, generosidad y
sentido del humor fácil y veloz.
Tras un café, me
fumaba un cigarrillo y charlaba con C. y A., cuando han llegado Benito y
Paquita. Como siempre B. preparado para ser reportero del acto, cargado de cachivaches
y sonrisas. Nuevas presentaciones (Toño Blázquez, Natividad Gómez, María
Ángeles, Norberto…) y una foto de prensa, han dado paso al acto.
Siempre que se presenta
un libro, me planteo si se cumplirá con el objeto real del acto: dar a conocer
su esencia, intentar que quienes asistan lleguen a entender la intención de
quien lo escribió, sin desentrañar los misterios que encierre. En este caso
concreto me parece que las palabras de Annie, las de Amelia y el recitado de Carlos,
acompañado por la melodía de la guitarra de Toño, no sólo lo han logrado, sino
que quizá hayan abierto expectativas excesivas.
Por lo que haya
sido, he percibido que —como ocurrió ayer en Segovia, cuando Norberto y yo presentamos
el libro de ADB— el ambiente se caldeaba con la temperatura de la emoción.
Al ser una doble
presentación, no convenía que mis palabras sobre el libro de ADB fuesen tan pormenorizadas como en Segovia.
Espero haber atinado con el resumen y las preguntas, espero no haber olvidado
algo fundamental para que se comprendiera lo fundamental de Tuya es la voz, no sabría cómo perdonármelo.
La noche nos
deparaba otra sorpresa, tras un refrigerio en una terraza junto al propio
Ateneo, algunos de nuestros anfitriones —Carlos, Annie, Nati— nos han mostrado
Salamanca iluminada con toda la pasión propia de quien ama su tierra, aunque
sea de adopción.
Ha sido el primer
paseo por la zona histórica y monumental de la ciudad. Después de cruzar y
retratar la Plaza, vestida de luz, y a la que la luna llena se asomaba henchida
en plenitud, ha sido mi primera visión en directo de la Clerecía, la Casa de
las Conchas, la fachada de la Universidad, la torre de la Catedral, la plaza de
Anaya, el huerto de Calixto y Melibea, la Cueva, el convento de los Dominicos,
la Torre del gallo… Mientras contemplábamos la fachada de la catedral que
cierra uno de los laterales de la Plaza de Anaya, escuchaba con sana envidia
las explicaciones de Carlos sobre la celebración de la décima octava edición
del evento titulado El cielo de Salamanca
que este año tendrá como tema de sus versos la catedral, ya que en estos
días se celebra el quinto centenario del inicio de las obras de la catedral
nueva.
Sin embargo ya a esa
última hora no he estado a la altura. Hacia la una de la madrugada, saliendo
del jardín de Calixto y Melibea, he sentido con nitidez de puñetazo el
agotamiento del paso de las horas —desde las seis y media de la mañana—, y he
sentido el bajón como un golpe traicionero.
Y lo peor ha sido no
poder continuar un rato más, despedirnos como se merecían todos cuantos nos
acompañaban.
Sábado
25. La
mañana, fresquita y luminosa, ha estado teñida por la belleza de Salamanca que
hemos disfrutado mucho más, gracias al paseo de la víspera.
Probablemente se
trate de una apreciación muy subjetiva —que me sucede igual con Segovia—: a
pesar de la indudable belleza que tienen los monumentos iluminados en la noche,
su verdadera hermosura la alcanza a la luz del día, con ese modo de ir
matizándose el color a medida que las horas avanzan.
Las primeras horas,
M. y yo hemos seguido, como si fuera un esquema, los pasos del cazcaleo nocturno.
Hemos entrado en el patio de la Casa de las Conchas, donde me ha seducido de
modo especial y extraño una de las gárgolas, que me he figurado como el retrato
de un condenado acuciado por los horrores de los infiernos. La fachada de la
Universidad me ha parecido aún más prodigiosa que durante la noche, y me he
lamentado al comprobar cómo a la inmensa mayoría de turistas sólo parecía
importarles encontrar la rana sobre el frontal de la calavera. Apenas miraban
el resto, cuando uno, si pudiera, estaría muchos minutos u horas contemplando
cada detalle, ¡y tiene tantos! Si por la noche, como comentaba Mónica, percibimos
que en otras épocas el tiempo no se medía con la urgencia de este siglo, sino
como el recipiente en el que tenía que hacerse bien una obra, a la luz del día
tal percepción, ha adquirido plenitud de certeza insoslayable.
Antes de dirigirnos
a la catedral, hemos comprobado que Salamanca está de exámenes. Los grupos de
estudiantes se arremolinan entorno a bibliotecas y salas de estudio, y la
cantidad de vasos de café vacíos que rebosan las papeleras, nos han demostrado
que la noche de estudio ha sido larga.
Hemos llegado a la
catedral, por el lado contrario que lo hicimos anoche, o sea por la zona del
Patio Chico, donde la catedral vieja y la nueva se funden en un todo. Tras
pasar junto a la estatua del Padre Cámara hemos contemplado un buen rato la
fachada principal de la catedral, ese prodigio de escultura en piedra y por allí
hemos entrado para recorrer sus naves.
Al salir por el lado
de la plaza de Anaya, por la puerta de Ramos, hemos decidido volver al huerto
de Calixto y Melibea. Me he dado cuenta de que es mucho mayor de lo que
sospeché anoche, y también he comprobado que este jardín, está construido sobre
uno de los extremos de la muralla salmantina.
Hemos bajado hacia
el puente romano, y contemplado la anchura de un Tormes muy caudaloso. El
puente, y demás zonas de paseos junto al río estaban muy transitadas por
quienes ansiamos ya la llegada de un buen tiempo que no acaba por anidar en
estas tierras, como si la climatología se aliase a la inmisericordia de los
tiempos grises, adustos y duros que vivimos. Sin embargo la mañana nos ha dado
la tregua suficiente aunque la brisa, de vez en cuando, avisaba a su modo que
el frío aún no se ha ido, que este tiempo desabrido seguirá quién sabe cuánto
más.
Hemos regresado al
casco antiguo por el lado de los Dominicos, otra fachada espléndida, narrativa,
llena de relatos pétreos para la lectura de los creyentes de aquellos siglos y
de ahora…, al menos para quien tenga la suficiente preparación como para
interpretar los símbolos que ahí están, inamovibles.
Mientras comíamos
hemos comprobado que ha sido jornada de graduaciones. Jóvenes hermosos y
felices (ellos y ellas) rodeados por los suyos paseaban su beca albiamarilla
camino de la plaza Mayor en su mayoría. Por la tarde, tras volver a la plaza
donde está la fachada de la universidad, y acompañados por la presencia de la
estatua de fray Luis de León —un capricho mío—, he ido comprobando que la
piedra caliza de Villamayor es más rosada que la de Segovia, y le da el tono
característico de la ciudad. En vez de regresar a la Plaza Mayor, hemos variado
el rumbo. Ahilados a la enorme fachada de la Clerecía hemos caminado en busca
del palacio de Monterrey —otra filigrana de piedra en su crestería y su
torreón— y nos hemos encontrado con la iglesia de san Benito y con la de las
Agustinas, que me ha recordado de inmediato a las iglesias romanas. El cuadro
de la Purísima de Ribera, imponente, acapara la atención del visitante. Todo lo
demás —preparado para bordonear con luz y silencio la oración del fiel—
casi pasa desapercibido a la atención. Y todo contrastaba con el ambiente del
final de curso de la catequesis. Los niños saliendo y entrando de lo que he
supuesto una amplia sacristía, los bancos con adornos de colores, tan gritones y chirriantes allí
dentro, pero quizá tan necesarios para su objetivo…
Y desde allí, tras
asomarnos al Parque de San Francisco, detenernos brevemente junto a las úrsulas
y pasear los ojos por la fachada de casa de las muertes, y por la que está cabe
ella, donde murió don Miguel de Unamuno —omnipresente en Salamanca, como debe ser—,
hemos regresado hacia la plaza.
Parecía necesario
concluir nuestra visita en el mismo punto donde la comenzamos. Detenernos
nuevamente unos minutos para que este espacio se grabara lo mejor posible en
nuestras retinas. El coche, el pequeño centauro plateado de Marián, nos
esperaba en el parking donde lo habíamos dejado la víspera, en uno de los
bordes de la Plaza de los Bandos, como vigilado por la escultura de Carmen
Martín Gaite quien nació en esta plaza, donde siglos antes otra mujer, María la
Brava protagonizó el final de una historia llena de crímenes y sangre, una
historia que dividió a la ciudad.
Hemos abandonado la
ciudad con la impresión de que esta visita augura necesariamente muchas más. Y
en el retorno, tan tranquilo como a la ida, hemos disfrutado recordando los
detalles del viaje, tal o cual fachada, pero, sobre todo, tal o cual frase, tal
o cual comentario de cualquiera de nuestros amigos.
Domingo
26. Podría
repetir ahora, palabra por palabra lo mismo que anoté el domingo día doce. Hoy
sólo por cambiar levemente, diré que ni la lluvia de la tarde tormentosa ha
podido arrancar la sonrisa de otra niña. Y que la paz que siempre obtengo en
Basardilla, hoy se ha acrecentado al volver a comprobar cómo avanza firmemente,
sin prisas pero sin pereza la obra de mi hermano, que a cada mes que pasa, nos
reserva nuevas sorpresas, detalles que empujan al gozo y a comprobar que
nuestra mirada ha de levantarse un poco por encima de esta cotidianidad adusta
y gris que tiende a aplastarnos.