Cómplices

Lunes 13 a domingo 19 de mayo de 2013


Lunes 13. Si Tiziano pintase un cuadro mirando a través de esta ventana, no tendría que inventar nada, simplemente transcribiría el cromatismo, la densidad y la forma de las nubes. Es como si este atardecer se hubiera inspirado en los cielos de alguno de sus cuadros. Pero si tuviera que vivir en un mundo en que las empresas más potentes y sin escrúpulos invaden la intimidad de las personas sin pudor, quizá no tendría tiempo para plasmar el incontable número de matices de los rosas, los azules, los dorados y los grises.
Comprendo que vender por teléfono es un trabajo. Comprendo que les pagan (imagino que poco y a cambio de unas condiciones laborales poco apetecibles) para lo que hacen… Es duro discutir con ellos manteniendo la educación y la firmeza, evitando siempre exaltarse o caer en el exabrupto.
Los encargados de la mercadotecnia de las empresas debían ser más sagaces. Si tras una explicación amplia (más de dos minutos son muchos para estos asuntos), se responde con una negativa educada, clara, concisa y segura, por maravillosa que sea la oferta, no convendría la insistencia. Barrunto que muchas veces erraré mis decisiones, pero son mías. Una vez comprendido lo esencial, aunque se empeñen, no harán que cambie mi opinión. Tendrán una resistencia a prueba de bomba y argüirán con oratoria digna de Diógenes usando de su particular modo de dar donde en teoría más duele; pero mi tozudez es superior a su verborrea. Mi reacción natural es enrocarme con más firmeza cuanto más se empeñan en lo contrario.
Aunque entiendo que nuestro mundo no se sostendría sin publicidad, no la soporto. Soy inmune a la que pretende violentarme en la calle e intenta asaltarme desde la prensa. La publicidad es una de las causas por las que he dejado de ver la televisión y casi no escucho la radio. Cada vez me pone más nervioso abrir Internet. El buzoneo de ofertas va directo a la papelera, sin echarle un vistazo y, además, provoca que no acuda a la cadena o empresa autora del panfleto. Cuando algo me hace falta o me interesa voy a por ello, pregunto, investigo, busco…
Sin embargo lo que no soporto en absoluto es que, por si todo lo anterior fuera poco, invadan mi intimidad a través del teléfono. Es superior a mis fuerzas. Salvo que la llamada proceda de la empresa que ya me presta el servicio, en cuyo caso aguanto medio minuto, y suelo cortar agradeciendo el interés y comunicando que acudiré a la tienda o sucursal más próxima, cuando me venga bien —si alguna vez me viene bien—, en el resto de los casos, tras un lacónico y educado: ‘No me interesa’, cuelgo el auricular, sin más adornos. Ellos nunca podrán saber si estoy comiendo, si voy a echar la siesta —solo o en compañía—, si estoy leyendo el capítulo clave de la novela, si estoy llorando por una tremenda noticia, si espero la llamada de un editor, si estoy viendo una película excepcional, o estoy a punto de escribir un endecasílabo… (por citar un puñado de los cientos de cosas más interesantes que me pueden estar ocupando en el momento de la llamada). Cada vez que pretenden venderme algo por teléfono, pierden un cliente.
¿No sería más sencillo no coger el teléfono?, podrían preguntarme. Con el móvil así actúo, pero cuando suena el fijo, no sé quién llama y es imposible permanecer impertérrito ante su timbre. Debería prohibirse de modo inmediato y fulminante la venta por teléfono, sin más explicaciones. Debería estar penado por la legislación. Me refiero a la llamada hecha por las empresas, no la del particular que puede estar interesado en adquirir algo. En este caso, llamar sería semejante a cruzar el umbral de un comercio. Si no se perciben las diferencias, significa que esta sociedad va mal. La enfermedad es más grave de lo que parece.
El homo consumens ocupa ya una parte amplia del planeta y exterminará al homo sapiens. Pertenezco a una especie en regresión, que ha perdido la batalla.

Martes 14. He leído en el blog de Antonio Gracia las respuestas que ha dado a una encuesta elaborada por Ekaterina Kucherova, quien prepara un trabajo de investigación relacionado con blogs literarios.
En más de una ocasión me he hecho preguntas similares; e incluso he llegado a algunas conclusiones parecidas. Ahora me interesa destacar una, acaso porque en algunos ámbitos se tiende a dar más valor a la botella que al líquido que contiene. Pregunta Ekaterina Kucherova si los blogs literarios debieran ser un género en sí mismos o si, por el contrario, son un vehículo. Responde Antonio Gracia:
Un blog es un vehículo, como el periódico, y necesita adecuar el lenguaje; pero no debería ser un género literario porque tampoco es un objeto literario, sino comunicativo.
Al igual que en la época del mester de juglaría el medio era el juglar que se desplazaba de pueblo en pueblo cantando gestas o amores, pero él no era la literatura, sino los versos que se prendían en la memoria colectiva, hoy los blogs son uno de los muchísimos carruajes que nos acercan obras literarias.
Algunas cosas no debieran confundirse, pues ciertas confusiones pueden llevar aparejados siniestros de consideración.
*
Tomás Rodríguez Reyes —del que aún tengo pendiente leer su Ars Vivendi— escribe un diario que me parece una joya para quienes, como yo, a pesar de lo que la edad haga suponer, aún tanteamos balbucientes el inicio de un camino.
He estado un buen rato disfrutando de sus últimas entradas, pues esta desidia me empereza hasta el límite de abandonar la lectura de blogs, cosa que no debiera suceder nunca, pues algunos de ellos —como su Trópico de la Mancha— son medicinas que carecen de efectos secundarios, salvo su carácter adictivo.
Podría transcribir muchos fragmentos aquí; todos vendrían a cuento, pues habla de literatura y de vida, de esencias y de pervivencias; pero no sería decoroso por mi parte. Sin embargo, no me resisto a dejar estos, tal que tatuaje en la memoria del corazón y estrella polar de mi tarea:
La humildad es una matriz olvidada en la literatura actual y el ridículo una condición exaltada por los mediocres y siniestros.

Miércoles 15. Se oían, tras su voz cálida y directa, sin adornos, los semáforos de Sevilla. Y me parecieron hermosos cantos de pájaros. Ha sido difícil mantener la calma, pero creo que lo he conseguido.
A veces es difícil no empezar a dar volatines, aunque sólo sean mentales, porque de los de verdad soy incapaz.
Lo curioso, pensé —tras acabar la conversación y concretar lo importante—, es que ahora, pasados dos años, no me importa que pase otro, porque voy comprendiendo que para que su fruto sea verdaderamente un fruto en sazón, deberé tomar la podadera para dejar la criatura presentable, ligera, dispuesta a volar como sobre andamios de pájaros.

Jueves 16. Han llegado dos ejemplares del nuevo poemario de Amelia. Me esperaban dentro del buzón, un poco agazapados, como para darme la sorpresa.
La hermosa dedicatoria, tan emocionante como poco merecida, azulea a juego con la portada aguamarina. Publicar en la colección El Bardo no es algo menor. Sólo este pequeño detalle da cuenta de lo que nos traemos entre manos Norberto y yo: nada menos que presentarle este libro en Segovia, un libro que sólo tiene dos meses de vida. Un recién nacido que, sin embargo, conozco desde hace algún tiempo, cuando sólo era un manuscrito.
No sé si la responsabilidad será poca o mucha. No sé si lo haré bien o mal (es el primer libro que presento). Pero seguro que el cariño y la calidad de sus versos harán todo posible, hasta que no se note que soy novato en estas lides.

Viernes 17. He estado mirando esta noche las galopadas de unos y otros en pos de un balón al objeto de que cruzara una línea limitada por dos palos verticales que se unen mediante otro que los atraviesa. Pero me fijaba más en las imágenes que, de vez en cuando, enfocaban los gestos de los hinchas que han pagado una buena cantidad de euros para disfrutar del espectáculo.
¿Disfrutar…?
Entretanto M. me hablaba de hoteles en Salamanca. Leía las opiniones de algunos clientes que por allí habían pasado. En principio, para una noche, parece que cualquier cosa vale. Pero no es verdad, no todo vale. ¿Pero cómo fiarse de lo que allí se dice, cuando en algo tan sencillo como determinar la distancia que separa el hotel de la Plaza Mayor de Salamanca hay tantas diferencias? ¿A quién dar crédito?
Al mismo tiempo me ha llegado un mensaje con preocupación por un feo asunto que tiene que ver con la inmoralidad bancaria, pero cuya única consecuencia es el sufrimiento de la víctima. La banca siempre ha sido inmoral; ocurre ahora que muchas de sus decisiones tienen como consecuencia vidas que entran en caída libre por el barranco de un destino incierto. En otro ámbito, este tipo de actos sería delito, sin embargo en éste casi todo se permite. En muchas ocasiones, uno ha firmado algo que no le habían explicado, o no había entendido; y haberlo firmado, es el dogal por el que apresan a sus víctimas.
Y, aún más adentro de mi interior, deseaba que no me llegara la llamada de teléfono desde casa de mis padres, porque las noticias de la noche no habían sido precisamente las mejores; aunque distaban de ser alarmantes. Nada diferente de lo que algunas veces ha sucedido en los últimos veintiún meses.
El Atlético de Madrid ha resuelto un partido que empezó en su contra. El Real Madrid no ha aprovechado la ventaja inicial; ha entrado en el laberinto de la ansiedad, hasta que el despropósito y las malas maneras lo han conducido al juego errático y descontrolado, confundiendo precipitación y descontrol con velocidad. Esta noche esos tres palos han jugado más que otras, no sólo han sido límites de una línea que debía atravesar el esférico; han cumplido con su oficio de repeler algarabías por tres veces, siempre a favor del campeón.
Pero el partido me queda muy lejos. Me importan otras cosas. Ya tenemos hotel en Salamanca. Me duele constatar otra vez que quienes debían velar por nuestra tranquilidad, acaban por robar lo que es nuestro. Lo mejor, que no ha sonado el teléfono… Al menos hasta ahora, cuando me acuesto.

Sábado 18. Aunque no nos afecte en primera persona, el mensaje de S. anunciaba la tragedia. Dos personas a las que estimábamos, en plena sazón (48 y 57 años), llenas de proyectos y vitales, han muerto a causa de un accidente de tráfico.
Dos personas que conocíamos desde hace casi veinte años, y que casi siempre que venían a la Diputación, se acercaban a nuestra oficina, y no sólo para tratar de asuntos que tuvieran que ver con el trabajo.
[Esto es lo mejor de nuestro laboreo: conocer a personas que sirven a sus pueblecitos con total y absoluto desinterés, con una entrega que a veces produce asombro. Esas localidades casi liliputienses, con apenas dos centenares de habitantes —menos que en la calle donde vivo—, no importan a casi nadie. Pero quienes las representan y procuran defenderlas recogiendo las migajas caídas de la mesa de los grandes; se afanan con todo su vigor y con la habilidad que genera la necesidad para encontrar los caminos, muchas veces intrincadísimos, que al final concluyan en un puñado de euros en las arcas municipales que sirvan para mejorar el alumbrado público, arreglar algunas tuberías de agua que tienen averías, reparar el acerado, adecuar algún local de la casa consistorial que pueda servir como punto de encuentro de sus habitantes —el bar ya cerró—, o ampliar el cementerio que se ha quedado pequeño… (Los cementerios es lo único que se queda pequeño en nuestros pueblos).
Ahora que la política ha perdido su esencia, se echarán de menos personas de su calado, personas desprendidas para desvivirse por su pueblo. Aunque ya casi no son necesarios. Sobran los pueblos. Todo lo que no es rentable, sobra…]
Mientras escribo esto, escucho —¿casualmente?— el gloria de la misa de Angelis interpretada por el coro de monjes de Santo Domingo de Silos. Las notas pausadas del gregoriano, allegan un poco de paz y de perspectiva a mi corazón, aún turbado por esta noticia tan dolorosa por inesperada.
S. estaba afectada. Su sensibilidad respira en su piel; posee una especial capacidad para la empatía, sobre todo para intuir dónde está el dolor y precipitarse hasta allí e intentar aliviarlo, aunque sólo sea con una palabra, con un abrazo. Noticias como ésta la traspasan tal que un balazo despiadado. Hemos charlado unos minutos y me ha contado los pocos detalles que conocía.
A veces la muerte llega despacio —tan callando, diría Jorge Manrique—, pero en otras ocasiones lo hace sin ahorrarse aterezzo. Despliega toda suerte de elementos: lluvia, viento, frío, una curva, un tapial de cementerio, guardia civil, bomberos, UVI medicalizada, helicóptero… Nada.
La muerte.
Solemos creer que estamos a salvo de su beso, el que nos ‘deshalitará’ un día, cuando seamos viejos —pensamos—, pero este pensamiento es deseo sin base cabal donde apoyarse. Pendemos de un hilo frágil y tenue. Una lluvia pertinaz, una curva, un tapial son suficientes, para que la tragedia ríele de frío en la campiña segoviana, que refulge en verde brillante y nuevo, el de la vida que llega.
«Agnus Dei qui tolis pecata mundi, miserere nobis» canta el coro de Silos, y no sé por qué, pienso que es lo único que ahora merece la pena decir.

Domingo 19. Se pregunta Amelia en uno de sus poemas: “¿Y Tú? / ¿Dónde estás ahora? / ¿Por qué no regresas / para refundar las piedras / y expulsar / a los dueños del mercado? / Hermanos menudos / con voces de pan / y oscuras preces.”
¿Cuántas veces me preguntaba lo mismo?
Muchas veces respondía: ‘Soy parte de sus manos’. Pero mis manos estaban quietas…, quietas y escondidas, como ajenas al bullicio de los malditos mercaderes y quienes les sitúan a las puertas de los templos.
Me decía, ‘No es cosa mía’. Me decía, ‘Nada puedo hacer, no tengo medios para enfrentarme a su poder’. Y con semejantes excusas tenía suficiente para dormir profundamente cada noche, como si todo estuviera bien. Como si a mi alrededor nadie sufriera.
Hoy ni siquiera me hago la pregunta. Sin excusas duermo profundamente cada noche, como si todo estuviera bien. Como si a mi alrededor nadie sufriera a causa de los malditos mercaderes que se apoyan en los muros del Templo.