Lunes 13. Si Tiziano pintase
un cuadro mirando a través de esta ventana, no tendría que inventar nada,
simplemente transcribiría el cromatismo, la densidad y la forma de las nubes.
Es como si este atardecer se hubiera inspirado en los cielos de alguno de sus
cuadros. Pero si tuviera que vivir en un mundo en que las empresas más potentes
y sin escrúpulos invaden la intimidad de las personas sin pudor, quizá no
tendría tiempo para plasmar el incontable número de matices de los rosas, los
azules, los dorados y los grises.
Comprendo que vender por teléfono es un trabajo. Comprendo que
les pagan (imagino que poco y a cambio de unas condiciones laborales poco apetecibles)
para lo que hacen… Es duro discutir con ellos manteniendo la educación y la
firmeza, evitando siempre exaltarse o caer en el exabrupto.
Los encargados de la mercadotecnia de las empresas debían ser
más sagaces. Si tras una explicación amplia (más de dos minutos son muchos para
estos asuntos), se responde con una negativa educada, clara, concisa y segura,
por maravillosa que sea la oferta, no convendría la insistencia. Barrunto que muchas
veces erraré mis decisiones, pero son mías. Una vez comprendido lo esencial, aunque
se empeñen, no harán que cambie mi opinión. Tendrán una resistencia a prueba de
bomba y argüirán con oratoria digna de Diógenes usando de su particular modo de
dar donde en teoría más duele; pero mi tozudez es superior a su verborrea. Mi reacción
natural es enrocarme con más firmeza cuanto más se empeñan en lo contrario.
Aunque entiendo que nuestro mundo no se sostendría sin
publicidad, no la soporto. Soy inmune a la que pretende violentarme en la calle
e intenta asaltarme desde la prensa. La publicidad es una de las causas por las
que he dejado de ver la televisión y casi no escucho la radio. Cada vez me pone
más nervioso abrir Internet. El buzoneo de ofertas va directo a la papelera,
sin echarle un vistazo y, además, provoca que no acuda a la cadena o empresa
autora del panfleto. Cuando algo me hace falta o me interesa voy a por ello, pregunto,
investigo, busco…
Sin embargo lo que no soporto en absoluto es que, por si todo lo
anterior fuera poco, invadan mi intimidad a través del teléfono. Es superior a
mis fuerzas. Salvo que la llamada proceda de la empresa que ya me presta el
servicio, en cuyo caso aguanto medio minuto, y suelo cortar agradeciendo el
interés y comunicando que acudiré a la tienda o sucursal más próxima, cuando me
venga bien —si alguna vez me viene bien—, en el resto de los casos, tras un
lacónico y educado: ‘No me interesa’, cuelgo el auricular, sin más adornos.
Ellos nunca podrán saber si estoy comiendo, si voy a echar la siesta —solo o en
compañía—, si estoy leyendo el capítulo clave de la novela, si estoy llorando
por una tremenda noticia, si espero la llamada de un editor, si estoy viendo
una película excepcional, o estoy a punto de escribir un endecasílabo… (por
citar un puñado de los cientos de cosas más interesantes que me pueden estar
ocupando en el momento de la llamada). Cada vez que pretenden venderme algo por
teléfono, pierden un cliente.
¿No sería más sencillo no coger el teléfono?, podrían
preguntarme. Con el móvil así actúo, pero cuando suena el fijo, no sé quién
llama y es imposible permanecer impertérrito ante su timbre. Debería prohibirse
de modo inmediato y fulminante la venta por teléfono, sin más explicaciones. Debería
estar penado por la legislación. Me refiero a la llamada hecha por las empresas,
no la del particular que puede estar interesado en adquirir algo. En este caso,
llamar sería semejante a cruzar el umbral de un comercio. Si no se perciben las
diferencias, significa que esta sociedad va mal. La enfermedad es más grave de
lo que parece.
El homo consumens ocupa ya una parte amplia del planeta y exterminará
al homo sapiens. Pertenezco a una especie en regresión, que ha perdido la
batalla.
Martes 14. He leído en el blog de Antonio
Gracia las respuestas que ha dado a una encuesta elaborada por Ekaterina
Kucherova, quien prepara un trabajo de investigación relacionado con blogs
literarios.
En más de una ocasión me he hecho preguntas similares; e incluso
he llegado a algunas conclusiones parecidas. Ahora me interesa destacar una,
acaso porque en algunos ámbitos se tiende a dar más valor a la botella que al
líquido que contiene. Pregunta Ekaterina Kucherova si los blogs literarios
debieran ser un género en sí mismos o si, por el contrario, son un vehículo. Responde
Antonio Gracia:
Un blog es un vehículo, como el periódico, y necesita
adecuar el lenguaje; pero no debería ser un género literario porque tampoco es
un objeto literario, sino comunicativo.
Al igual que en la época del mester de juglaría el medio era el
juglar que se desplazaba de pueblo en pueblo cantando gestas o amores, pero él
no era la literatura, sino los versos que se prendían en la memoria colectiva,
hoy los blogs son uno de los muchísimos carruajes que nos acercan obras literarias.
Algunas cosas no debieran confundirse, pues ciertas confusiones
pueden llevar aparejados siniestros de consideración.
*
Tomás
Rodríguez Reyes —del que aún tengo pendiente leer su Ars Vivendi— escribe un diario que me parece una joya para quienes,
como yo, a pesar de lo que la edad haga suponer, aún tanteamos balbucientes el
inicio de un camino.
He estado un buen rato disfrutando de sus últimas entradas, pues
esta desidia me empereza hasta el límite de abandonar la lectura de blogs, cosa
que no debiera suceder nunca, pues algunos de ellos —como su Trópico de la Mancha— son medicinas que
carecen de efectos secundarios, salvo su carácter adictivo.
Podría transcribir muchos fragmentos aquí; todos vendrían a
cuento, pues habla de literatura y de vida, de esencias y de pervivencias; pero
no sería decoroso por mi parte. Sin embargo, no me resisto a dejar estos, tal
que tatuaje en la memoria del corazón y estrella polar de mi tarea:
La
humildad es una matriz olvidada en la literatura actual y el ridículo una
condición exaltada por los mediocres y siniestros.
Miércoles 15. Se oían, tras su
voz cálida y directa, sin adornos, los semáforos de Sevilla. Y me parecieron
hermosos cantos de pájaros. Ha sido difícil mantener la calma, pero creo que lo
he conseguido.
A veces es difícil no empezar a dar volatines, aunque sólo sean
mentales, porque de los de verdad soy incapaz.
Lo curioso, pensé —tras acabar la conversación y concretar lo
importante—, es que ahora, pasados dos años, no me importa que pase otro,
porque voy comprendiendo que para que su fruto sea verdaderamente un fruto en
sazón, deberé tomar la podadera para dejar la criatura presentable, ligera,
dispuesta a volar como sobre andamios de pájaros.
Jueves 16. Han llegado dos ejemplares
del nuevo poemario de Amelia. Me esperaban dentro del buzón, un poco
agazapados, como para darme la sorpresa.
La hermosa dedicatoria, tan emocionante como poco merecida, azulea
a juego con la portada aguamarina. Publicar en la colección El Bardo no es algo
menor. Sólo este pequeño detalle da cuenta de lo que nos traemos entre manos
Norberto y yo: nada menos que presentarle este libro en Segovia, un libro que sólo tiene
dos meses de vida. Un recién nacido que, sin embargo, conozco desde hace algún
tiempo, cuando sólo era un manuscrito.
No sé si la responsabilidad será poca o mucha. No sé si lo haré
bien o mal (es el primer libro que presento). Pero seguro que el cariño y la
calidad de sus versos harán todo posible, hasta que no se note que soy novato
en estas lides.
Viernes 17. He estado mirando esta
noche las galopadas de unos y otros en pos de un balón al objeto de que cruzara
una línea limitada por dos palos verticales que se unen mediante otro que los
atraviesa. Pero me fijaba más en las imágenes que, de vez en cuando, enfocaban
los gestos de los hinchas que han pagado una buena cantidad de euros para
disfrutar del espectáculo.
¿Disfrutar…?
Entretanto M. me hablaba de hoteles en Salamanca. Leía las
opiniones de algunos clientes que por allí habían pasado. En principio, para
una noche, parece que cualquier cosa vale. Pero no es verdad, no todo vale.
¿Pero cómo fiarse de lo que allí se dice, cuando en algo tan sencillo como
determinar la distancia que separa el hotel de la Plaza Mayor de Salamanca hay
tantas diferencias? ¿A quién dar crédito?
Al mismo tiempo me ha llegado un mensaje con preocupación por un
feo asunto que tiene que ver con la inmoralidad bancaria, pero cuya única
consecuencia es el sufrimiento de la víctima. La banca siempre ha sido inmoral;
ocurre ahora que muchas de sus decisiones tienen como consecuencia vidas que
entran en caída libre por el barranco de un destino incierto. En otro ámbito,
este tipo de actos sería delito, sin embargo en éste casi todo se permite. En
muchas ocasiones, uno ha firmado algo que no le habían explicado, o no había
entendido; y haberlo firmado, es el dogal por el que apresan a sus víctimas.
Y, aún más adentro de mi interior, deseaba que no me llegara la
llamada de teléfono desde casa de mis padres, porque las noticias de la noche
no habían sido precisamente las mejores; aunque distaban de ser alarmantes.
Nada diferente de lo que algunas veces ha sucedido en los últimos veintiún
meses.
El Atlético de Madrid ha resuelto un partido que empezó en su
contra. El Real Madrid no ha aprovechado la ventaja inicial; ha entrado en el
laberinto de la ansiedad, hasta que el despropósito y las malas maneras lo han
conducido al juego errático y descontrolado, confundiendo precipitación y
descontrol con velocidad. Esta noche esos tres palos han jugado más que otras,
no sólo han sido límites de una línea que debía atravesar el esférico; han
cumplido con su oficio de repeler algarabías por tres veces, siempre a favor
del campeón.
Pero el partido me queda muy lejos. Me importan otras cosas.
Ya tenemos hotel en Salamanca. Me duele constatar otra vez que quienes debían
velar por nuestra tranquilidad, acaban por robar lo que es nuestro. Lo mejor,
que no ha sonado el teléfono… Al menos hasta ahora, cuando me acuesto.
Sábado 18. Aunque no nos afecte en primera
persona, el mensaje de S. anunciaba la tragedia. Dos personas a las que
estimábamos, en plena sazón (48 y 57 años), llenas de proyectos y vitales, han muerto
a causa de un accidente de tráfico.
Dos personas que conocíamos desde hace casi veinte años, y que
casi siempre que venían a la Diputación, se acercaban a nuestra oficina, y no
sólo para tratar de asuntos que tuvieran que ver con el trabajo.
[Esto es lo mejor de nuestro laboreo: conocer a personas que
sirven a sus pueblecitos con total y absoluto desinterés, con una entrega que a
veces produce asombro. Esas localidades casi liliputienses, con apenas dos
centenares de habitantes —menos que en la calle donde vivo—, no importan a casi
nadie. Pero quienes las representan y procuran defenderlas recogiendo las
migajas caídas de la mesa de los grandes; se afanan con todo su vigor y con la
habilidad que genera la necesidad para encontrar los caminos, muchas veces
intrincadísimos, que al final concluyan en un puñado de euros en las arcas
municipales que sirvan para mejorar el alumbrado público, arreglar algunas
tuberías de agua que tienen averías, reparar el acerado, adecuar algún local de
la casa consistorial que pueda servir como punto de encuentro de sus habitantes
—el bar ya cerró—, o ampliar el cementerio que se ha quedado pequeño… (Los
cementerios es lo único que se queda pequeño en nuestros pueblos).
Ahora que la política ha perdido su esencia, se echarán de menos
personas de su calado, personas desprendidas para desvivirse por su pueblo.
Aunque ya casi no son necesarios. Sobran los pueblos. Todo lo que no es
rentable, sobra…]
Mientras escribo esto, escucho —¿casualmente?— el gloria de la
misa de Angelis interpretada por el coro de monjes de Santo Domingo de Silos. Las
notas pausadas del gregoriano, allegan un poco de paz y de perspectiva a mi
corazón, aún turbado por esta noticia tan dolorosa por inesperada.
S. estaba afectada. Su sensibilidad respira en su piel; posee
una especial capacidad para la empatía, sobre todo para intuir dónde está el
dolor y precipitarse hasta allí e intentar aliviarlo, aunque sólo sea con una
palabra, con un abrazo. Noticias como ésta la traspasan tal que un balazo
despiadado. Hemos charlado unos minutos y me ha contado los pocos detalles que
conocía.
A veces la muerte llega despacio —tan callando, diría Jorge Manrique—, pero en otras ocasiones lo
hace sin ahorrarse aterezzo. Despliega
toda suerte de elementos: lluvia, viento, frío, una curva, un tapial de
cementerio, guardia civil, bomberos, UVI medicalizada, helicóptero… Nada.
La muerte.
Solemos creer que estamos a salvo de su beso, el que nos ‘deshalitará’ un día, cuando seamos
viejos —pensamos—, pero este pensamiento es deseo sin base cabal donde
apoyarse. Pendemos de un hilo frágil y tenue. Una lluvia pertinaz, una curva,
un tapial son suficientes, para que la tragedia ríele de frío en la campiña
segoviana, que refulge en verde brillante y nuevo, el de la vida que llega.
«Agnus Dei qui tolis
pecata mundi, miserere nobis» canta el coro de
Silos, y no sé por qué, pienso que es lo único que ahora merece la pena decir.
Domingo 19. Se pregunta Amelia
en uno de sus poemas: “¿Y Tú? / ¿Dónde
estás ahora? / ¿Por qué no regresas / para refundar las piedras / y expulsar /
a los dueños del mercado? / Hermanos menudos / con voces de pan / y oscuras
preces.”
¿Cuántas veces me preguntaba lo mismo?
Muchas veces respondía: ‘Soy parte de sus manos’. Pero mis manos
estaban quietas…, quietas y escondidas, como ajenas al bullicio de los malditos
mercaderes y quienes les sitúan a las puertas de los templos.
Me decía, ‘No es cosa mía’. Me decía, ‘Nada puedo hacer, no
tengo medios para enfrentarme a su poder’. Y con semejantes excusas tenía suficiente
para dormir profundamente cada noche, como si todo estuviera bien. Como si a mi
alrededor nadie sufriera.
Hoy ni siquiera me hago la pregunta. Sin
excusas duermo profundamente cada noche, como si todo estuviera bien. Como si a
mi alrededor nadie sufriera a causa de los malditos mercaderes que se apoyan en
los muros del Templo.