Cómplices

Lunes 6, a domingo 12 de mayo de 2013


Lunes 6. Buscando otra cosa, me he topado con la película Surcos, de José Antonio Nieves Conde (Segovia 1911, Madrid 2006). Hacía años que no la veía. Si es posible, hoy me ha producido una impresión más honda que entonces.
Entonces —o así lo recuerdo—, sentí que veía algo relativo a nuestra historia más o menos reciente (la película está filmada en 1951 y narra sucesos contemporáneos a aquel momento), pero, al fin y al cabo, pasado y, sobre todo alejado de mi experiencia y mis expectativas. Tampoco entendí entonces cómo pasó la censura. Más aún, cómo pudo contar con subvenciones oficiales. Quizá pasó tan feroz criba por la moralina final con la que quiso darle una larga cambiada al relato que —sin embargo— todo el mundo había entendido: volver al campo era regresar a la inocencia, a la pureza, a la tierra que da vida, frente la tierra que cubre los ataúdes en los cementerios. Pero entretanto, aunque menos de lo que algunos pretenden, pues comercialmente no fue un éxito precisamente, se vieron los tejemanejes de determinados rufianes que hicieron del estraperlo su vida y sus inmensas fortunas, y cómo en el camino eran capaces de llevarse cualquier vida por delante. En fin que antes del final (que parece forzado, o impuesto), el espectador ha asistido al espectáculo de una sociedad degradada justo en lo que el régimen y la iglesia más atacaron.
Hoy, sin embargo, me ha parecido más próxima, más posible. Por tanto, más dura.
Desde las primeras escenas en la cola de la oficina de empleo, algunas de las frases tan parecidas a las que algunos ahora dicen o escriben sobre los emigrantes, el modo en que los poderosos abusan de algunos que además se creen poderosos, porque a su vez aplastan a otros. ¿Y qué decir del modo en que se trata a algunas mujeres?
Más allá de asuntos ideológicos —negar ciertas evidencias es absurdo, por más que se matice—, su retrato de la sociedad española de aquellos años le sale bastante poco conforme con el retrato que el oficialismo franquista quería vender.
Cambian algunas modas. Hoy sería impensable ver tantos cigarrillos encendidos en la proyección (¿qué sería hoy de las jóvenes y no tan jóvenes que llevaban algunas perras a sus casas vendiendo —sin autorización— cigarrillos sueltos, a cuarenta céntimos la unidad?), o boinas, o gallinas en cestas de mimbre. Pero el fondo del asunto se parece tanto como se parecen los deseos de prosperar y vivir lo mejor posible, cueste lo que cueste, aunque sea la autoestima, y mucho más en tiempos de carestía..

Martes 7. Hay obras literarias cuya misión más importante es la de hacer pasajeros nuestros días, hacer que los problemas sean o parezcan más livianos, por el mecanismo de alejarnos de ellos por un periodo de tiempo más o menos largo.
Hay obras cuya misión es la de colocarnos frente algo mucho más terrible de lo que habitualmente nos sucede, pero con la sospecha de que no estamos totalmente libres de pasar por algo que tenga que ver con el asunto, si no con la literalidad del asunto, al menos con la esencia de su contenido.
En unos días he leído Intemperie de Jesús Carrasco, y he salido de su lectura con la misma sensación que uno siente cuando recibe un buen golpe que le quita el aire y le impide la respiración.
No es éste el lugar para hablar del libro, pero sí quizá para dejar constancia de la repugnancia que me produce pertenecer a la misma especie de aquellos que actúan como algunos de los personajes de este texto. Personajes que profundizan el horror y la maldad que se adivinaba en algunos de los que se perfilaban en Surcos, la película a la que me refería ayer. Una perversión que no es nada ajena ni a nuestro tiempo ni a nuestro espacio.
Y es que entre nosotros cada vez la vida vale menos y cada vez es más fácil encontrar a quien explota al más débil. Quizá parezca que el tema de la novela no nos afecta a la mayoría, pues la mayoría es ajena a la vida rural —entorno en donde sucede el argumento—, sin embargo más allá de la circunstancia concreta, lo que late en su interior es igual de aplicable a entornos urbanos, e incluso —como demuestra casi a diario la prensa— en el pulcro entorno de Internet.

Miércoles 8. Viene la tarde vestida de luz plateada, como un nácar surgido del aire, y sin embargo el corazón está latiendo más allá de estas paredes, acompañando el temor a un telefonazo que me requiera donde la confusión de algas y miedo toma cuerpo…
Es difícil abrazar el sufrimiento que se hace dolor en quienes más quieres. Es cansado como cargar con el peso de la impotencia. Y sin embargo es el camino, el único camino que no se volverá contra uno mismo.

Jueves 9. En estos tiempos que corren en que todo se prevé gracias a los avances tecnológicos que aumentan la exactitud de los instrumentos de medición, así como la fiabilidad de las proyecciones, la primavera tiene algo que me encanta: su rostro de niña traviesa e imprevisible que en muchas ocasiones hace añicos lo que los meteorólogos predicen sobre el tiempo. A veces parece que está esperando a que los expertos vaticinen para hacer su santa voluntad.
Ayer mismo, sobre estas horas, eché un vistazo a la página de la Agencia Estatal de Meteorología y vi que para hoy se pronosticaba alguna probabilidad más bien pequeña de escasa lluvia que podía llegar a visitarnos en forma de tormenta entre el mediodía y las seis de las tarde; a partir de tal hora aclararía hasta que las nubes empezaran a desperdigarse dando paso a jirones celestes.
Han acertado en la primera parte, porque efectivamente, dese el mediodía la jornada se ha agrisado hasta tomar tonos oscuros, casi asotanados. Ha empezado a llover un poco más tarde, y con algunos intervalos de reposo, no lo ha dejado el resto de la jornada. Ahora mismo (casi las nueve y media de la tarde-noche) las nubes han decidido hacer una exploración minuciosa sobre la ciudad y alguna de ellas están inspeccionando con detalle la cúpula de la Esbelta Dorada después de haber pasado revista a los distintos aposentos del Nidal de los vencejos (o sea el Acueducto) que están ya al cien por cien de ocupación.
Estas imprecisiones no tienen trascendencia, más allá de una anécdota que me sirve para llenar esta página, pero me congratulan porque, en el fondo, me da un poco de miedo que seamos capaces de anticipar cada movimiento de los fenómenos naturales. Esta capacidad y esta precisión no me gustan, no porque me parezcan mal en sí mismas, ya que gracias a ellas se pueden llegar a salvar vidas en casos extremos, sino porque tengo el pálpito de que cuando se logre el objetivo en el cien por cien de los casos, esta especie animal infatigable en el inconformismo, no se detendrá tras alcanzar este hito, sino que querrá influir de modo directo en los avatares de estos fenómenos. Pretenderá que llueva aquí o allá, a tal o cual hora, o durante tal o cual semana; deseará que las temperaturas no superen tal número de grados, o no desciendan más allá de tal cota… Y entonces habremos hecho florecer otra semilla para la discordia y el enfrentamiento, porque lo que sirva para algo en concreto —por ejemplo una vuelta al mundo en globo—, será contraproducente para la temporada turística en Islas Mauricio. ¿Quién decidirá entonces qué es más importante?
Parece locura o ciencia ficción esto que intuyo, pero probablemente si a nuestros tatarabuelos les explicasen que se pueden anticipar con precisión horaria las alteraciones del tiempo sobre tal o cual punto de la geografía, menearía la cabeza y pensaría que estamos locos de atar, como para encerrarnos en un manicomio, echar la llave y arrojarla a alguna fosa abisal.

Viernes 10. Otra jornada regalada a la desidia a la pereza invencible, salvo por la batalla interna de la obligación que llama a la puerta, pero a la que uno es incapaz de hacer caso.
Ha muerto Alfredo Landa (se supo ayer, pero hasta el mediodía no me he enterado), es otra pérdida más en el mundo de la interpretación y que viene a sumarse a esa especie de lento descenso de telón de la generación que ahora anda alrededor de los ochenta años (cinco arriba o abajo). Por alguna circunstancia que no sé explicar, y que no obedece a nada objetivo o profesional, sino a una percepción subjetiva, para mí este navarro representaba o encarnaba una parte amplia del español medio. Ya sé que esta afirmación es insostenible, pero no puedo evitarla. Sobre todo desde que interpretó a Sancho Panza, siguiendo al hidalgo manchego encarnado por Fernando Rey o, anteriormente, al inolvidable Paco el bajo de Los santos inocentes.
A mi modo de ver sabía reproducir en la pantalla con pocos gestos o miradas, ajustándose con naturalidad al papel que interpretaba, lo mejor y lo peor que caracteriza a parte de los españoles pragmáticos, sensatos, fieles, valerosos a su modo, pero al mismo tiempo, un poco brutos, muy recelosos, pícaros, defensores de su terruño a ultranza, aunque se trate de una maceta baldía, zalameros con el rico y poderoso, y al tiempo, siempre críticos o suspicaces ante él, aunque, en el fondo lo envidian —de ahí tanta zalamería y reverencia—, porque lo que de verdad quisieran es estar allí donde está quien gobierna, ya que les seducen las lisonjas, la vida regalada y los placeres a los que aspiran con verdadero ansia, acaso por la proverbial, endémica y homicida pobreza en que reyes y gobernantes siempre los mantuvieron.
Lástima que el proyecto de la serie televisiva, no se culminará del modo que se previó inicialmente, y que no se rodasen ni escribieran los capítulos que adaptarían el segunda parte del Quijote. Lo digo porque en estos tiempos fétidos que corremos, podríamos detenernos en la parte en que el buen Sancho accede al gobierno y administración de la Ínsula Barataria. Quizá, comprenderíamos con enorme tristeza, lo que tenemos de Panza y lo que nos falta de Sancho.

Sábado 11. Por más que lo intente, no puedo sustraerme a hablar de los títeres en estas fechas. Abierto oficialmente Titirimundi, la ciudad se engalana con sonrisas nativas o foráneas. Es inevitable. Este año parece que el tiempo que va a acompañar, al menos en la primera parte del festival internacional. Este año hay muchas más ganas de divertirse. Más aún que los años previos, que ya son ganas. La calle lo nota.
Me he zambullido en las venas de Segovia sólo para sentir y alimentarme con la dosis de esperanza que provoca la mirada de los niños alrededor de unos muñecos. Ya sé que los títeres aspiran a conquistar el mundo adulto, reclaman su espacio entre las manifestaciones artísticas que también podemos consumir quienes hemos cruzado hace tantísimo la infancia, pero su verdadero territorio lo abarca la mirada transparente de un niño o una niña entre tres y nueve o diez años. Allí son verdaderos monarcas que nada o nadie podrá destronar. Por más que avanzan las tecnologías y nuestros críos acceden a ellas a través de aplicaciones pensadas para su edad, el humilde títere —cuando entra en su campo de visión— se convierte en emperador o emperatriz de su fantasía.
Desde Fernández Ladreda hasta la Plaza Mayor, los titiriteros salpimentaban el recorrido. Muchos de ellos no están contratados por la organización, simplemente se acercan hasta aquí guiados por la sombra de los otros. ellos pelean su batalla, el intento de cruzar la frontera del vagabundeo y empezar a ser conocidos en el mundillo; pero esto, para los niños y para el resto de espectadores, es un accidente sin relevancia.
Ya escribí hace unos años en este mismo diario que el Titirimundi es la verdadera fiesta de la ciudad. Después del cazcaleo de esta mañana, no hay razones para que piense distinto. Si acaso, lo contrario.

Domingo 12. Cuando la ilusión se convierte en limpia mirada de niña, a uno le gustaría detener el tiempo, y que nunca jamás ese brillo se perdiera…
Pero el tiempo siempre va a la suyo, que es no parar, que es avanzar y como siempre, en ese devenir la ilusión es una de las primeras víctimas que pocas veces se recupera, salvo en el recuerdo de unos ojos de niña, un domingo de mayor.