Lunes 6. Buscando otra cosa,
me he topado con la película Surcos,
de José Antonio Nieves Conde (Segovia 1911, Madrid 2006). Hacía años que no la
veía. Si es posible, hoy me ha producido una impresión más honda que entonces.
Entonces —o así lo recuerdo—, sentí que veía algo relativo a
nuestra historia más o menos reciente (la película está filmada en 1951 y narra
sucesos contemporáneos a aquel momento), pero, al fin y al cabo, pasado y,
sobre todo alejado de mi experiencia y mis expectativas. Tampoco entendí
entonces cómo pasó la censura. Más aún, cómo pudo contar con subvenciones
oficiales. Quizá pasó tan feroz criba por la moralina final con la que quiso
darle una larga cambiada al relato que —sin embargo— todo el mundo había
entendido: volver al campo era regresar a la inocencia, a la pureza, a la
tierra que da vida, frente la tierra que cubre los ataúdes en los cementerios.
Pero entretanto, aunque menos de lo que algunos pretenden, pues comercialmente
no fue un éxito precisamente, se vieron los tejemanejes de determinados
rufianes que hicieron del estraperlo su vida y sus inmensas fortunas, y cómo en
el camino eran capaces de llevarse cualquier vida por delante. En fin que antes
del final (que parece forzado, o impuesto), el espectador ha asistido al espectáculo
de una sociedad degradada justo en lo que el régimen y la iglesia más atacaron.
Hoy, sin embargo, me ha parecido más próxima, más posible. Por
tanto, más dura.
Desde las primeras escenas en la cola de la oficina de empleo,
algunas de las frases tan parecidas a las que algunos ahora dicen o escriben
sobre los emigrantes, el modo en que los poderosos abusan de algunos que además
se creen poderosos, porque a su vez aplastan a otros. ¿Y qué decir del modo en
que se trata a algunas mujeres?
Más allá de asuntos ideológicos —negar ciertas evidencias es
absurdo, por más que se matice—, su retrato de la sociedad española de aquellos
años le sale bastante poco conforme con el retrato que el oficialismo
franquista quería vender.
Cambian algunas modas. Hoy sería impensable ver tantos
cigarrillos encendidos en la proyección (¿qué sería hoy de las jóvenes y no tan
jóvenes que llevaban algunas perras a sus casas vendiendo —sin autorización—
cigarrillos sueltos, a cuarenta céntimos la unidad?), o boinas, o gallinas en
cestas de mimbre. Pero el fondo del asunto se parece tanto como se parecen los
deseos de prosperar y vivir lo mejor posible, cueste lo que cueste, aunque sea
la autoestima, y mucho más en tiempos de carestía..
Martes 7. Hay obras literarias cuya misión más
importante es la de hacer pasajeros nuestros días, hacer que los problemas sean
o parezcan más livianos, por el mecanismo de alejarnos de ellos por un periodo
de tiempo más o menos largo.
Hay obras cuya misión es la de colocarnos frente algo mucho más
terrible de lo que habitualmente nos sucede, pero con la sospecha de que no
estamos totalmente libres de pasar por algo que tenga que ver con el asunto, si
no con la literalidad del asunto, al menos con la esencia de su contenido.
En unos días he leído Intemperie
de Jesús Carrasco, y he salido de su lectura con la misma sensación que uno
siente cuando recibe un buen golpe que le quita el aire y le impide la
respiración.
No es éste el lugar para hablar del libro, pero sí quizá para
dejar constancia de la repugnancia que me produce pertenecer a la misma especie
de aquellos que actúan como algunos de los personajes de este texto. Personajes
que profundizan el horror y la maldad que se adivinaba en algunos de los que se
perfilaban en Surcos, la película a la que me refería ayer.
Una perversión que no es nada ajena ni a nuestro tiempo ni a nuestro espacio.
Y es que entre nosotros cada vez la vida vale menos y cada vez
es más fácil encontrar a quien explota al más débil. Quizá parezca que el tema
de la novela no nos afecta a la mayoría, pues la mayoría es ajena a la vida
rural —entorno en donde sucede el argumento—, sin embargo más allá de la
circunstancia concreta, lo que late en su interior es igual de aplicable a
entornos urbanos, e incluso —como demuestra casi a diario la prensa— en el
pulcro entorno de Internet.
Miércoles 8. Viene la tarde
vestida de luz plateada, como un nácar surgido del aire, y sin embargo el
corazón está latiendo más allá de estas paredes, acompañando el temor a un
telefonazo que me requiera donde la confusión de algas y miedo toma cuerpo…
Es difícil abrazar el sufrimiento que se hace dolor en quienes
más quieres. Es cansado como cargar con el peso de la impotencia. Y sin embargo
es el camino, el único camino que no se volverá contra uno mismo.
Jueves 9. En estos tiempos que corren en que
todo se prevé gracias a los avances tecnológicos que aumentan la exactitud de
los instrumentos de medición, así como la fiabilidad de las proyecciones, la
primavera tiene algo que me encanta: su rostro de niña traviesa e imprevisible
que en muchas ocasiones hace añicos lo que los meteorólogos predicen sobre el
tiempo. A veces parece que está esperando a que los expertos vaticinen para
hacer su santa voluntad.
Ayer mismo, sobre estas horas, eché un vistazo a la página de la
Agencia Estatal de Meteorología y vi que para hoy se pronosticaba alguna
probabilidad más bien pequeña de escasa lluvia que podía llegar a visitarnos en
forma de tormenta entre el mediodía y las seis de las tarde; a partir de tal
hora aclararía hasta que las nubes empezaran a desperdigarse dando paso a
jirones celestes.
Han acertado en la primera parte, porque efectivamente, dese el
mediodía la jornada se ha agrisado hasta tomar tonos oscuros, casi asotanados.
Ha empezado a llover un poco más tarde, y con algunos intervalos de reposo, no
lo ha dejado el resto de la jornada. Ahora mismo (casi las nueve y media de la
tarde-noche) las nubes han decidido hacer una exploración minuciosa sobre la
ciudad y alguna de ellas están inspeccionando con detalle la cúpula de la Esbelta Dorada después de haber pasado
revista a los distintos aposentos del Nidal
de los vencejos (o sea el Acueducto) que están ya al cien por cien de
ocupación.
Estas imprecisiones no tienen trascendencia, más allá de una
anécdota que me sirve para llenar esta página, pero me congratulan porque, en
el fondo, me da un poco de miedo que seamos capaces de anticipar cada
movimiento de los fenómenos naturales. Esta capacidad y esta precisión no me
gustan, no porque me parezcan mal en sí mismas, ya que gracias a ellas se
pueden llegar a salvar vidas en casos extremos, sino porque tengo el pálpito de
que cuando se logre el objetivo en el cien por cien de los casos, esta especie
animal infatigable en el inconformismo, no se detendrá tras alcanzar este hito,
sino que querrá influir de modo directo en los avatares de estos fenómenos.
Pretenderá que llueva aquí o allá, a tal o cual hora, o durante tal o cual
semana; deseará que las temperaturas no superen tal número de grados, o no
desciendan más allá de tal cota… Y entonces habremos hecho florecer otra
semilla para la discordia y el enfrentamiento, porque lo que sirva para algo en
concreto —por ejemplo una vuelta al mundo en globo—, será contraproducente para
la temporada turística en Islas Mauricio. ¿Quién decidirá entonces qué es más
importante?
Parece locura o ciencia ficción esto que intuyo, pero
probablemente si a nuestros tatarabuelos les explicasen que se pueden anticipar
con precisión horaria las alteraciones del tiempo sobre tal o cual punto de la
geografía, menearía la cabeza y pensaría que estamos locos de atar, como para
encerrarnos en un manicomio, echar la llave y arrojarla a alguna fosa abisal.
Viernes 10. Otra jornada
regalada a la desidia a la pereza invencible, salvo por la batalla interna de
la obligación que llama a la puerta, pero a la que uno es incapaz de hacer
caso.
Ha muerto Alfredo Landa (se supo ayer, pero hasta el mediodía no
me he enterado), es otra pérdida más en el mundo de la interpretación y que
viene a sumarse a esa especie de lento descenso de telón de la generación que
ahora anda alrededor de los ochenta años (cinco arriba o abajo). Por alguna
circunstancia que no sé explicar, y que no obedece a nada objetivo o
profesional, sino a una percepción subjetiva, para mí este navarro representaba
o encarnaba una parte amplia del español medio. Ya sé que esta afirmación es
insostenible, pero no puedo evitarla. Sobre todo desde que interpretó a Sancho
Panza, siguiendo al hidalgo manchego encarnado por Fernando Rey o, anteriormente,
al inolvidable Paco el bajo de Los santos
inocentes.
A mi modo de ver sabía reproducir en la pantalla con pocos
gestos o miradas, ajustándose con naturalidad al papel que interpretaba, lo
mejor y lo peor que caracteriza a parte de los españoles pragmáticos, sensatos,
fieles, valerosos a su modo, pero al mismo tiempo, un poco brutos, muy
recelosos, pícaros, defensores de su terruño a ultranza, aunque se trate de una
maceta baldía, zalameros con el rico y poderoso, y al tiempo, siempre críticos
o suspicaces ante él, aunque, en el fondo lo envidian —de ahí tanta zalamería y
reverencia—, porque lo que de verdad quisieran es estar allí donde está quien
gobierna, ya que les seducen las lisonjas, la vida regalada y los placeres a
los que aspiran con verdadero ansia, acaso por la proverbial, endémica y
homicida pobreza en que reyes y gobernantes siempre los mantuvieron.
Lástima que el proyecto de la serie televisiva, no se culminará
del modo que se previó inicialmente, y que no se rodasen ni escribieran los capítulos
que adaptarían el segunda parte del Quijote. Lo digo porque en estos tiempos
fétidos que corremos, podríamos detenernos en la parte en que el buen Sancho
accede al gobierno y administración de la Ínsula Barataria. Quizá,
comprenderíamos con enorme tristeza, lo que tenemos de Panza y lo que nos falta
de Sancho.
Sábado 11. Por más que lo
intente, no puedo sustraerme a hablar de los títeres en estas fechas. Abierto
oficialmente Titirimundi, la ciudad se engalana con sonrisas
nativas o foráneas. Es inevitable. Este año parece que el tiempo que va a
acompañar, al menos en la primera parte del festival internacional. Este año
hay muchas más ganas de divertirse. Más aún que los años previos, que ya son
ganas. La calle lo nota.
Me he zambullido en las venas de Segovia sólo para sentir y
alimentarme con la dosis de esperanza que provoca la mirada de los niños
alrededor de unos muñecos. Ya sé que los títeres aspiran a conquistar el mundo
adulto, reclaman su espacio entre las manifestaciones artísticas que también
podemos consumir quienes hemos cruzado hace tantísimo la infancia, pero su
verdadero territorio lo abarca la mirada transparente de un niño o una niña
entre tres y nueve o diez años. Allí son verdaderos monarcas que nada o nadie
podrá destronar. Por más que avanzan las tecnologías y nuestros críos acceden a
ellas a través de aplicaciones pensadas para su edad, el humilde títere —cuando
entra en su campo de visión— se convierte en emperador o emperatriz de su
fantasía.
Desde Fernández Ladreda hasta la Plaza Mayor, los titiriteros
salpimentaban el recorrido. Muchos de ellos no están contratados por la
organización, simplemente se acercan hasta aquí guiados por la sombra de los
otros. ellos pelean su batalla, el intento de cruzar la frontera del vagabundeo
y empezar a ser conocidos en el mundillo; pero esto, para los niños y para el
resto de espectadores, es un accidente sin relevancia.
Ya escribí hace unos años en este mismo diario que el Titirimundi es la verdadera fiesta de la
ciudad. Después del cazcaleo de esta mañana, no hay razones para que piense
distinto. Si acaso, lo contrario.
Domingo 12. Cuando la ilusión se
convierte en limpia mirada de niña, a uno le gustaría detener el tiempo, y que
nunca jamás ese brillo se perdiera…
Pero el tiempo siempre va a la suyo, que es no parar, que es
avanzar y como siempre, en ese devenir la ilusión es una de las primeras víctimas
que pocas veces se recupera, salvo en el recuerdo de unos ojos de niña, un
domingo de mayor.