Cómplices

Lunes 3 a domingo 9 de junio de 2013

Lunes 3. Llega la hora del trabajo silencioso y oculto. Llega el momento en que uno ha de dedicarse —olvidándose del resto— a una tarea que exige total concentración, dentro del poco tiempo del que dispongo. Las energías no son tantas como para dilapidarlas.
Este año —porque lo que importa así lo exige— que no disfrutaré de vacaciones estivales, todavía es más importante no perderse en inútiles anotaciones.
Me preguntaba esta mañana una amiga cómo iban mis libros. Muy despacito, he contestado. Y es verdad, pero no tengo prisa. Ninguna. Prefiero pisar con firmeza a hacerlo con premura. Además, he añadido, hay que saber ordenar las preferencias…
Quizá debiera haberle dicho, por ser aún más claro, que uno no puede ir mucho más lejos de lo que el corazón le permite. Pero no ha hecho falta, porque en su respuesta estaba escrita la perfecta comprensión del meollo del asunto.

Martes 4. Ha sido plácido el paseo por la zona de la coronación del embalse del Pontón. Si habitualmente la primavera de estas tierras es un deseo o una intuición, este año será sombra, que quizá haya cruzado ya sin que la hayamos visto, oculta en los volantes del alargadísimo vestido del invierno.
Mientras contemplábamos la caída del agua que libera la capacidad colmada de este embalse (el de menor capacidad de los que gestiona la CHD), confirmaba una vez más el vigor irreductible de la naturaleza.
¡Cómo se encogía el corazón contemplando la caída del agua en una cascada artificial de tantos metros a pesar de su tamaño reducido! ¡Cómo me percataba, sin lugar a la duda, de nuestra pequeñez, de la fragilidad humana! ¡Cómo entiendo lo que los más inteligentes preconizan: la necesidad de volver la mirada a la Naturaleza, o acabaremos desarraigados de nuestra condición humana! Sin embargo, siendo así lo anterior, no olvido que fue el genio y la potencia de una mente humana quien diseñó este embalse; y menos aún olvido que fueron humanos los que con su sudor y su esfuerzo convirtieron aquella idea en pantano.

Miércoles 5. Tener en casa un libro dedicado por un premio Príncipe de Asturias, no es habitual, pero desde hoy esto sucederá en muchos hogares donde la lectura importe, puesto que el jurado ha decidido que la calidad literaria también puede coincidir con ser un escritor ampliamente conocido por el común de los lectores, al menos en español.
Se han deslizado otros nombres como parte de la nómina de candidatos. De algunos —si es exacta la información— he leído algo de su obra, pero en ningún caso tanta como la del jienense que desde hace más de veinte años, cuando leí El jinete polaco, ocupa parte de mi tiempo lector: Ardor guerrero, Beltenebros, Ventanas de Manhattan, Los misterios de Madrid, El viento y la luna, Plenilunio, La noche de los tiempos, Sefarad.
Algunas me gustaron menos que otras, y algunas me encandilaron como Sefarad o La noche de los tiempos.
Pero el autor me ganó con la breve conversación (apenas un minuto o minuto y medio) que tuvimos cuando me firmó el ejemplar de La noche de los tiempos, una historia que debería leerse, no sólo como una mirada hacia el pasado español del inicio de la guerra incivil o del exilio, sino como un espejo de la situación en que puede llegar a caer España, si las cosas continúan por donde ahora mismo transitan.
Otros escritores de fuste me han firmado ejemplares de sus obras. Si no había muchos lectores esperando para la firma, he intentado alguna pregunta que provocara el conato de diálogo. No todos han reaccionado del mismo modo. Algunos ni siquiera se molestaron en disimular el disgusto que les producía tener que contestar preguntas.
Lo mejor es comprobar la coherencia entre lo que me dijo entonces con sus palabras de hoy. Parte de lo que ha declarado a la prensa, lo comentó aquella tarde noche al cobijo del bar El Cordero donde firmaba. Me refiero a la paciencia. Según me dijo y hoy ha repetido, debe ser una de las principales virtudes de la actitud de quien escriba ante su tarea.
Si la precipitación es la peor consejera para la vida, en el caso de la literatura es perniciosa.

Jueves 6. Mi cumpleaños suele ser una jornada en que la amistad y el cariño se conviertan en medicina para el ánimo. Hoy ha sido una jornada especial de teléfono y correos electrónicos. Supongo que en mi cuenta de FB habrá también muestras de ese cariño que tanto agradezco, aunque no comprenda del todo la causa que lo provoca.
Como comentaba en una respuesta a un correo electrónico, en demasiadas ocasiones el árbol de la melancolía me impide gozar de la vista del bosque de la vida, tan llena de matices.
Guardo en lo más íntimo algunos de los mensajes que por una vía u otra han ido añadiendo valor a una jornada que, —como señalaba otro amigo— no es más que un hecho fortuito del almanaque. Felicitar el cumpleaños es congratularse por la vida. Que haya nacido un seis junio y no el siete o el cinco, es anécdota, poco más que la caída del grano en un determinado punto del surco. Lo importante es lo que ocurre a partir de ese momento; una vez al año —gracias a este recuerdo— nos detenemos y celebramos ese transcurrir... No, esto no exacto. El paso del tiempo no significa nada, salvo que uno esté atento a las posibilidades que cada día se dan para aprovecharlas en intentar regar la semilla de felicidad que todos tenemos en el interior, e intentar descuajaringar la de la infelicidad, cosa que es imposible, porque, como aquélla, ésta la llevamos engastada en los genes... ¿Serán esas semillas de felicidad e infelicidad lo que llamamos cielo e infierno? En fin, como reitera cada año una buena amiga, no se trata de añadir años a la vida, sino vida a los años. Y en esas anda uno, al tiempo que se pregunta qué será esto de añadir vida a los años.
¿Qué es la vida?
Hay quien se siente vivo cuando afronta experiencias nuevas, llenas de intensidad y sorpresas, incluida cierta dosis de riesgo a veces temerario. Otros, sin embargo, prefieren lo contrario: la vida es saborear un atardecer sintiendo el balanceo de la mecedora donde se sestea…
Hablando en la oficina sobre Muñoz Molina, alguien ha dicho que los escritores son raros. Mientras nos reíamos, porque lo ha dicho sin caer en la cuenta que escribir es mi pasión, me preguntaba por qué tantos opinan que somos tan raros. ¿Quizá porque para un escritor las mejores horas son esas en que el resto del mundo piensa que pierde el tiempo o se aburre?
Pero ya se debería saber por cualquiera que el escritor sólo es dichoso de verdad escribiendo o leyendo. Aunque se piense otra cosa, u otra cosa parezca, al escritor no le suelen gustar los viajes de promoción, salvo lo que le aporten sobre gentes, lugares y costumbres, es decir, material para algún texto futuro. El escritor se aburre corrigiendo galeradas. El escritor suele odiar muchas entrevistas que le hacen, por reiterativas y superficiales. Y si es un escritor de primera regional o de división provincial, o incluso el mejor escritor de su calle, es peor aún, porque se desdobla y en alguna ocasión toma el papel de editor que se pelea con las imprentas, distribuye entre los libreros y se hace autopublicidad en las redes sociales.
¿Será la vida encontrar el camino propio de cada uno, allí donde se es menos infeliz, siempre y cuando no se dañe a nadie?
Esto tan sencillo, muchos no lo entienden, porque todo lo que sea desubicarse de la moda gregaria, le convierte al otro en bicho raro, cuando no sospechoso de alguna terrible enfermedad que podría llegar a ser, además de peligrosa, contagiosa.

Viernes 7. Las cosas suceden con independencia de que uno pretenda silenciárselas a sí mismo. Podrá intentar decorarse ante ellas. Podrá intentar apartarse lo más posible para que el daño no sea excesivo. Podrá no ver el proceso. Podrá, incluso, no mirar, acaso distraído u ocupado por otras razones, pero, como el agua, es utópico intentar frenar el curso de su corriente.
Somos una vela cuyo pábilo arde mientras haya cera a su alrededor, salvo que alguien lo arranque a destiempo o sople la llama sin más consideraciones. Cera y mecha para que la llama arda, caliente e ilumine. Cera y mecha consumiéndose en el fuego, cera y mecha alimentando la llama, fluyendo hasta la llama, haciéndose llama, cera y mecha encontrando su fusión en el fuego y, al mismo tiempo, en el fuego, dejando de ser.
No soy quién para afirmar si hay más; pero ya sé que tampoco es menos. Y no es poco y merece la pena que la cera y el pábilo fluyan hacia la llama, aunque la llama acabe por consumirlos, en fuego transformados…
¿Después…?
Haya o no haya más no importa en exceso, o no debería. El asunto de la posible continuidad de la llama una vez quemada la mecha y consumida la cera, trasciende a la cera, a la mecha… y a la llama.

Sábado 8. He leído una entrevista a Ana María Matute publicada hace una semanas en el Magazine. Me llama la atención casi toda ella. No por sabidas algunas de las cosas que allí se dicen, dejan de ser destacables. Pero algunas de las respuestas son sorprendentes para mí: cuando rememora a Lara en sus inicios como insaciable cazador de escritores, mucho antes de ser el todopoderoso editor en quien se convirtió; cuando recuerda a Cela con cariño casi filial; cuando reconoce que de sus obras ella prefiere la que casualmente prefiero, Olvidado rey Gudú. Pero lo que más me admira es que con ochenta y siete años esté escribiendo otra novela y sienta la misma pasión por la lectura…
Quizá el escritor de raza es quien vence la desidia, quien siempre está con las manos en la masa, aunque haya desiertos en su tarea creativa. Me vienen unos cuantos nombres a la cabeza, alguno fallecido: Caballero Bonald, Crémer, Jiménez Lozano, Delibes, Saramago… Podría aplicarse el adagio latino: Vence quien resiste. Quizá sea eso…, aunque no exactamente.
Nunca me ha gustado del todo este dicho aplicado a una dilatada tarea de creación, porque le encuentro una connotación pasiva, una sombra de resignación ante los ataques o las asechanzas del exterior, cuando en este contexto, debiera destacarse lo contrario: la alegría por el laboreo cotidiano… Esta tarea no es defensa de ningún ataque, sino dedicación a lo que nos da sentido… Quizá sea más exacto, incluso semánticamente, decir, Vence quien persiste.

Domingo 9. Ha empezado el día, muy temprano, en la más profunda caverna de la madrugada. Han vuelto los fantasmas que hacía algunos meses reposaban en algún desván oculto de su laberinto inextricable.
Han re0gresado como en una manifestación de revolucionarios sin miedo a las fuerzas del orden. Han salido todos. Ni uno se ha faltado. Todos han bailado durante muchas horas su danza macabra. Tenían que volver, hacer acto de presencia, recordar que aunque permanezcan acallados, aquietados y adormilados, nunca se van del todo, nunca se marcharán, al menos hasta que el telón, definitivamente, caiga sobre el escenario…