Lunes 3. Llega la hora del
trabajo silencioso y oculto. Llega el momento en que uno ha de dedicarse
—olvidándose del resto— a una tarea que exige total concentración, dentro del
poco tiempo del que dispongo. Las energías no son tantas como para
dilapidarlas.
Este año —porque lo
que importa así lo exige— que no disfrutaré de vacaciones estivales, todavía es
más importante no perderse en inútiles anotaciones.
Me preguntaba esta
mañana una amiga cómo iban mis libros. Muy despacito, he contestado. Y es
verdad, pero no tengo prisa. Ninguna. Prefiero pisar con firmeza a hacerlo con
premura. Además, he añadido, hay que saber ordenar las preferencias…
Quizá debiera
haberle dicho, por ser aún más claro, que uno no puede ir mucho más lejos de lo
que el corazón le permite. Pero no ha hecho falta, porque en su respuesta
estaba escrita la perfecta comprensión del meollo del asunto.
Martes
4. Ha
sido plácido el paseo por la zona de la coronación del embalse del Pontón. Si
habitualmente la primavera de estas tierras es un deseo o una intuición, este
año será sombra, que quizá haya cruzado ya sin que la hayamos visto, oculta en
los volantes del alargadísimo vestido del invierno.
Mientras
contemplábamos la caída del agua que libera la capacidad colmada de este
embalse (el de menor capacidad de los que gestiona la CHD), confirmaba una vez
más el vigor irreductible de la naturaleza.
¡Cómo se encogía el
corazón contemplando la caída del agua en una cascada artificial de tantos
metros a pesar de su tamaño reducido! ¡Cómo me percataba, sin lugar a la duda, de
nuestra pequeñez, de la fragilidad humana! ¡Cómo entiendo lo que los más
inteligentes preconizan: la necesidad de volver la mirada a la Naturaleza, o
acabaremos desarraigados de nuestra condición humana! Sin embargo, siendo así lo
anterior, no olvido que fue el genio y la potencia de una mente humana quien diseñó
este embalse; y menos aún olvido que fueron humanos los que con su sudor y su
esfuerzo convirtieron aquella idea en pantano.
Miércoles
5. Tener
en casa un libro dedicado por un premio Príncipe de Asturias, no es habitual,
pero desde hoy esto sucederá en muchos hogares donde la lectura importe, puesto
que el jurado ha decidido que la calidad literaria también puede coincidir con
ser un escritor ampliamente conocido por el común de los lectores, al menos en
español.
Se han deslizado
otros nombres como parte de la nómina de candidatos. De algunos —si es exacta la
información— he leído algo de su obra, pero en ningún caso tanta como la del
jienense que desde hace más de veinte años, cuando leí El jinete polaco, ocupa parte de mi tiempo lector: Ardor guerrero, Beltenebros, Ventanas de
Manhattan, Los misterios de Madrid, El viento y la luna, Plenilunio, La noche
de los tiempos, Sefarad.
Algunas me gustaron
menos que otras, y algunas me encandilaron como Sefarad o La noche de los
tiempos.
Pero el autor me ganó
con la breve conversación (apenas un minuto o minuto y medio) que tuvimos
cuando me firmó el ejemplar de La noche
de los tiempos, una historia que debería leerse, no sólo como una mirada
hacia el pasado español del inicio de la guerra incivil o del exilio, sino como
un espejo de la situación en que puede llegar a caer España, si las cosas
continúan por donde ahora mismo transitan.
Otros escritores de
fuste me han firmado ejemplares de sus obras. Si no había muchos lectores esperando
para la firma, he intentado alguna pregunta que provocara el conato de diálogo.
No todos han reaccionado del mismo modo. Algunos ni siquiera se molestaron en
disimular el disgusto que les producía tener que contestar preguntas.
Lo mejor es
comprobar la coherencia entre lo que me dijo entonces con sus palabras de hoy. Parte
de lo que ha declarado a la prensa, lo comentó aquella tarde noche al cobijo
del bar El Cordero donde firmaba. Me
refiero a la paciencia. Según me dijo y hoy ha repetido, debe ser una de las
principales virtudes de la actitud de quien escriba ante su tarea.
Si la precipitación
es la peor consejera para la vida, en el caso de la literatura es perniciosa.
Jueves
6. Mi
cumpleaños suele ser una jornada en que la amistad y el cariño se conviertan en
medicina para el ánimo. Hoy ha sido una jornada especial de teléfono y correos
electrónicos. Supongo que en mi cuenta de FB habrá también muestras de ese
cariño que tanto agradezco, aunque no comprenda del todo la causa que lo provoca.
Como comentaba en
una respuesta a un correo electrónico, en demasiadas ocasiones el árbol de la
melancolía me impide gozar de la vista del bosque de la vida, tan llena de
matices.
Guardo en lo más íntimo
algunos de los mensajes que por una vía u otra han ido añadiendo valor a una
jornada que, —como señalaba otro amigo— no es más que un hecho fortuito del
almanaque. Felicitar el cumpleaños es congratularse por la vida. Que haya
nacido un seis junio y no el siete o el cinco, es anécdota, poco más que la
caída del grano en un determinado punto del surco. Lo importante es lo que
ocurre a partir de ese momento; una vez al año —gracias a este recuerdo— nos
detenemos y celebramos ese transcurrir... No, esto no exacto. El paso del
tiempo no significa nada, salvo que uno esté atento a las posibilidades que
cada día se dan para aprovecharlas en intentar regar la semilla de felicidad que
todos tenemos en el interior, e intentar descuajaringar la de la infelicidad,
cosa que es imposible, porque, como aquélla, ésta la llevamos engastada en los
genes... ¿Serán esas semillas de felicidad e infelicidad lo que llamamos cielo
e infierno? En fin, como reitera cada año una buena amiga, no se trata de
añadir años a la vida, sino vida a los años. Y en esas anda uno, al tiempo que
se pregunta qué será esto de añadir vida a los años.
¿Qué es la vida?
Hay quien se siente
vivo cuando afronta experiencias nuevas, llenas de intensidad y sorpresas,
incluida cierta dosis de riesgo a veces temerario. Otros, sin embargo, prefieren
lo contrario: la vida es saborear un atardecer sintiendo el balanceo de la
mecedora donde se sestea…
Hablando en la
oficina sobre Muñoz Molina, alguien ha dicho que los escritores son raros. Mientras
nos reíamos, porque lo ha dicho sin caer en la cuenta que escribir es mi pasión,
me preguntaba por qué tantos opinan que somos tan raros. ¿Quizá porque para un
escritor las mejores horas son esas en que el resto del mundo piensa que pierde
el tiempo o se aburre?
Pero ya se debería
saber por cualquiera que el escritor sólo es dichoso de verdad escribiendo o
leyendo. Aunque se piense otra cosa, u otra cosa parezca, al escritor no le
suelen gustar los viajes de promoción, salvo lo que le aporten sobre gentes,
lugares y costumbres, es decir, material para algún texto futuro. El escritor se
aburre corrigiendo galeradas. El escritor suele odiar muchas entrevistas que le
hacen, por reiterativas y superficiales. Y si es un escritor de primera
regional o de división provincial, o incluso el mejor escritor de su calle, es
peor aún, porque se desdobla y en alguna ocasión toma el papel de editor que se
pelea con las imprentas, distribuye entre los libreros y se hace autopublicidad
en las redes sociales.
¿Será la vida
encontrar el camino propio de cada uno, allí donde se es menos infeliz, siempre
y cuando no se dañe a nadie?
Esto tan sencillo,
muchos no lo entienden, porque todo lo que sea desubicarse de la moda gregaria,
le convierte al otro en bicho raro, cuando no sospechoso de alguna terrible
enfermedad que podría llegar a ser, además de peligrosa, contagiosa.
Viernes
7. Las
cosas suceden con independencia de que uno pretenda silenciárselas a sí mismo.
Podrá intentar decorarse ante ellas. Podrá intentar apartarse lo más posible
para que el daño no sea excesivo. Podrá no ver el proceso. Podrá, incluso, no
mirar, acaso distraído u ocupado por otras razones, pero, como el agua, es
utópico intentar frenar el curso de su corriente.
Somos una vela cuyo
pábilo arde mientras haya cera a su alrededor, salvo que alguien lo arranque a
destiempo o sople la llama sin más consideraciones. Cera y mecha para que la
llama arda, caliente e ilumine. Cera y mecha consumiéndose en el fuego, cera y
mecha alimentando la llama, fluyendo hasta la llama, haciéndose llama, cera y
mecha encontrando su fusión en el fuego y, al mismo tiempo, en el fuego,
dejando de ser.
No soy quién para
afirmar si hay más; pero ya sé que tampoco es menos. Y no es poco y merece la
pena que la cera y el pábilo fluyan hacia la llama, aunque la llama acabe por
consumirlos, en fuego transformados…
¿Después…?
Haya o no haya más
no importa en exceso, o no debería. El asunto de la posible continuidad de la
llama una vez quemada la mecha y consumida la cera, trasciende a la cera, a la
mecha… y a la llama.
Sábado
8. He
leído una entrevista a Ana María Matute publicada hace una semanas en el Magazine. Me llama la atención casi toda
ella. No por sabidas algunas de las cosas que allí se dicen, dejan de ser
destacables. Pero algunas de las respuestas son sorprendentes para mí: cuando rememora
a Lara en sus inicios como insaciable cazador de escritores, mucho antes de ser
el todopoderoso editor en quien se convirtió; cuando recuerda a Cela con cariño
casi filial; cuando reconoce que de sus obras ella prefiere la que casualmente
prefiero, Olvidado rey Gudú. Pero lo
que más me admira es que con ochenta y siete años esté escribiendo otra novela
y sienta la misma pasión por la lectura…
Quizá el escritor de
raza es quien vence la desidia, quien siempre está con las manos en la masa, aunque
haya desiertos en su tarea creativa. Me vienen unos cuantos nombres a la cabeza,
alguno fallecido: Caballero Bonald, Crémer, Jiménez Lozano, Delibes, Saramago… Podría
aplicarse el adagio latino: Vence quien
resiste. Quizá sea eso…, aunque no exactamente.
Nunca me ha gustado
del todo este dicho aplicado a una dilatada tarea de creación, porque le
encuentro una connotación pasiva, una sombra de resignación ante los ataques o
las asechanzas del exterior, cuando en este contexto, debiera destacarse lo
contrario: la alegría por el laboreo cotidiano… Esta tarea no es defensa de
ningún ataque, sino dedicación a lo que nos da sentido… Quizá sea más exacto,
incluso semánticamente, decir, Vence
quien persiste.
Domingo
9.
Ha empezado el día, muy temprano, en la más profunda caverna de la madrugada.
Han vuelto los fantasmas que hacía algunos meses reposaban en algún desván
oculto de su laberinto inextricable.
Han re0gresado como
en una manifestación de revolucionarios sin miedo a las fuerzas del orden. Han salido
todos. Ni uno se ha faltado. Todos han bailado durante muchas horas su danza
macabra. Tenían que volver, hacer acto de presencia, recordar que aunque
permanezcan acallados, aquietados y adormilados, nunca se van del todo, nunca
se marcharán, al menos hasta que el telón, definitivamente, caiga sobre el
escenario…