Lunes 10. Creo que he empezado a entender por qué conviene que los
diarios reposen unos años… Es una cuestión de perspectiva, una manera de
contemplarse a uno mismo con un poco de ironía y de distancia.
Por circunstancias
azarosas, he releído un fragmento de este diario, escrito en marzo de 2006… Como
sucede con las fotografías dormidas en los álbumes, he sonreído. El tiempo no
se detiene, y en el pasado queda un tipo a quien reconozco, pero que ya me
parece otro, siendo el mismo…
Martes
11. María
Zambrano tiene razón al afirmar que la luz de Segovia es especial, porque es la
ciudad la que se eleva hacia ella, la que crece y se estira, golosa, para
abrazarla, para nutrirse de ella…
Segovia es más
Segovia cuanto más se viste de luz, cuando sus piedras deciden desnudarse para sólo
cubrirse por esa intensidad inasible y acariciadora. ¿Cómo imitarlas? ¿Cómo
alimentarse de ella para brotar hacia dentro, para ser linternita de quien pase
—aunque sea por accidente— a nuestro lado?
Miércoles
12. Ayer
al mediodía hubo un tiroteo cerquísima de esta casa. Según se cuenta, la policía había
apresado a un ciudadano búlgaro que tenía orden internacional de búsqueda y
captura. En las proximidades de la Comisaría, el detenido se arrojó del coche
en marcha. Durante la persecución hubo disparos intimidatorios, y a un policía
se le disparó el arma, hiriéndose una pierna…
Uno se topa de
bruces con la realidad más cruda y pestilente, con algo que para muchos sólo
forma parte de series de televisión, películas o novelas… Pero ahí está, justo
al lado. No sé si habrá muchas localidades en que algo así no sea noticia. Por
suerte en esta urbe es la información de apertura de cualquier medio de
comunicación y muchas conversaciones se inician hoy con el asunto. Por suerte
sorprende y asusta un tiroteo próximo al lugar en que se vive.
¿Nos tendremos que
acostumbrar a situaciones similares, no necesariamente provocadas por supuestos
delincuentes?
A medida que esta
crisis socave más vidas e ilusiones, uno intuye que las desesperaciones
individuales no concluirán sólo en lágrimas, lamentos, ansiedad o depresiones
como ya sucede tan a menudo, tal y como me asegura una médica de familia amiga
mía. (¿Por qué tanto sufrimiento no detiene al monstruo que gobierna?). El
apetito insaciable del capitalismo financiero está provocando que la cohesión social
desaparezca como nido dentro de un incendio incontrolable. Llegará el instante
en que quienes no tengan nada que perder no serán número exiguo o simbólico.
Ese día cualquier chispa provocará la erupción del volcán.
Las llamadas clases
medias, verdadera argamasa de esta sociedad, cada vez se alejan más de ese
lugar. Entre los dirigentes —marionetas de los verdaderos poderosos que hoy son
quienes manejan las finanzas— el sentido de servicio al ciudadano se contempla
como se mira un hallazgo arqueológico en Atapuerca. El ser humano no importa;
no importa su entramado, su esencia, esa amalgama que empezó a desvelarse gracias
a la religión, la filosofía y la poesía; no importa, digo, excepto en lo que
tenga que ver con la producción o la generación de capital. Durante los
instantes de nuestra vida en que no seamos eficaces instrumentos destinados a
la productividad y la competencia, seremos un pasivo que lastra al sistema. Conclusión:
estos periodos deben acortarse al máximo y han de suponer un gasto mínimo al
sistema. La solución de esta ecuación es sencilla desde su punto de vista
criminal: reducir esfuerzos financieros en educación, cultura, sanidad y pensiones,
es decir lo que tiene que ver con esos tiempos de la existencia en que no somos
engranaje de la maquinaria productiva.
¿Es tan difícil que
se den cuenta que compartimos camino hacia el abismo, si hasta allí nos
arrastran? ¿No hay nadie con la suficiente sensatez como para detener esta
maquinaria que apunta al horror y hacia el suicidio de la especie?
Jueves
13. Uno
escribe en soledad. A miles de kilómetros alguien habla y parece que responde o
continúa con reflexiones similares. ¿Cómo callar ante tanto dolor? ¿Cómo
permanecer impasible ante las lágrimas y la desesperación que ocasionan estas
políticas homicidas? ¿No forma parte de la tarea humana, evitar el sufrimiento
de otros, al menos en lo que esté a nuestro alcance?
Mientras desayunaba,
escuchaba, como cada mañana, el informativo matinal de la Cadena SER. A las
seis y media abren la sección Mesa de
España en la que las comunidades autónomas comparten las noticias más
llamativas de su territorio que, a priori, podrían interesar al resto del país.
Desde Galicia han contado que un cura de Lugo ha pedido públicamente la
excomunión de banqueros y políticos corruptos, porque quien comete usura está
fuera de la Iglesia. Esta afirmación no es una novedad contemporánea; la usura es
objeto de feroces críticas en las Escrituras; lo que dice este sacerdote lo afirma,
entre otros, Santo Tomás. Así pues, la excomunión para banqueros y políticos
corruptos no sería un capricho nacido al albur de los acontecimientos presentes.
Hoy se celebra San
Antonio de Padua, por ello en la víspera de su fiesta se produjo la petición
del sacerdote lucense, ya que el santo franciscano fue famoso por predicar
contra la avaricia y la usura, entre otras cosas.
Las palabras deben
volver portar la verdad, y no la confusión. Prostituyen el lenguaje, y ésta es
la primera prueba del engaño al que nos someten. Presentan soluciones económicas
inevitables, ajustes imprescindibles, medidas que en el futuro sanearán el
sistema, flexibilidad laboral que ayudará a fomentar calidad y competencia, pero
en realidad provocan sufrimiento, un padecimiento inflingido de modo gratuito
contra muchos seres humanos cuya debilidad es evidente; en realidad se trata de pasos
decisivos hacia la nueva esclavitud del siglo XXI.
Si los poderosos y
los dueños del capital continúan por ese sendero de sembrar lágrimas y dolor,
torturas y cadenas, que lo hagan, pero al menos que se sepa que tales actos son
condenados por la Iglesia, por esa Iglesia que —al menos en España— frecuentan
y defienden muchos banqueros y muchos de esos gobernantes aparentemente ajenos
al daño que hacen. Quienes acuden a los mismos templos que ellos acuden, deberían
saber que sus decisiones homicidas son contrarias a la voluntad del Dios en el
que, supuestamente también creen.
Pero me temo que
será prédica en el desierto.
No habría sido mal
día para que el Vaticano se hubiera hecho eco de las palabras de este cura
gallego. No va a suceder de inmediato. También se peca por omisión, y esta
dejación de funciones será causa de muchas más deserciones.
Viernes 14. Hay días que se viven en dos dimensiones, como si el alma se bifurcase o se dividiese o estuviera al mismo tiempo aquí y allí, allá y acá.
Allí está lo que
vive el mundo, lo que repercute en el colectivo, lo que aparece en la prensa,
aunque sea en un pequeño suelto, lo que se comenta en los bares…
Aquí, sin embargo,
está lo que importa, aunque sea un laberinto de sufrimiento. Un laberinto del
que es imposible salir, pero quizá no sea tan complicado entrar… Y de ahí la
dificultad de quien acompaña, porque poco más puede hacerse.
(Damos poco valor a
la presencia. Somos apóstoles de la eficacia, no de la compañía. Acompañar es
complicado, como escuchar, como mirar… Quien sabe acompañar, escuchar y mirar,
empieza a comprender; quien comprende ha dado el primer paso para sintonizar
con el otro; quien sintoniza, si no ama, al menos será difícil que odie. La convivencia
no es tanto una cuestión de afinidades, sino de respeto; y el respeto arraiga
con más vigor, si hay conocimiento).
Pero a veces ni
siquiera la absoluta comprensión sirve para establecer la sintonía; sin embargo
es útil para evitar la desesperación, para intentar poner ternura y calma donde
otros alzan murallas con ladrillos de desidia.
Un día que debería haber
sido tal que sonrisa irónica por la fatuidad de algunos egos, acaba mordido y
algo magullado por la dentellada rabiosa del dolor; pero ya no hacen tanto daño
esos dientes. Están mellados. Hace meses descubrí que la ternura y la
presencia son antídotos o escudos precisos contra su herida más perniciosa: el
sufrimiento. A veces hieren, a veces sus colmillos rasgan la piel del corazón
que sangra, pero nada serio o irreversible.
Sábado
15. ¿Por
qué en un sistema democrático se tiene miedo al ejercicio de la democracia?
¿Por qué preguntar a la ciudadanía y que ésta responda se considera ilegal, y más
aún cuando no se trata de un referéndum en el sentido jurídico del término?
Todos sabemos que en nada alteraría el proceso del proyecto aunque la opinión
mayoritaria fuese contraria a la construcción del Palacio de Congresos de
Segovia en los terrenos de La Faisanera, pertenecientes a la Diputación —¿o a
Segovia 21?— ubicados fuera de nuestro término municipal…
¿No cambiaría nada? ¿Podría
ser el miedo a escuchar una respuesta, la razón de la prohibición gubernamental
y la paralización vía judicial del proceso?
Cualquiera comprende
que una democracia representativa no es asamblearia, es decir, otorga a los
representantes electos la capacidad de tomar decisiones que afectan al
colectivo.
En los últimos
tiempos toma cuerpo la idea simplista e insultante para la inteligencia de que
la verdadera democracia es la que se practica cada cuatro años y consiste
—parece que exclusivamente— en elegir a los representantes, o sea, a quienes
pastoreen al rebaño (¿Para conducirle a los mejores pastos o para evitar que
los busque?). Es decir, según este teorema, seríamos un país cuya democracia es
como un contrato fijo discontinuo. Al menos y de momento, se permite la
libertad de expresión pues la censura previa ha desaparecido de nuestra
legislación. También hay libertad de asociación, pero cada vez se perciben
gestos más hoscos ante movimientos asociativos, salvo que hayan nacido del seno
de los propios partidos o marquen el ritmo que estos requieren o se dediquen a
la cría del canario flauta con moño o del champiñón doméstico.
Como vengo
repitiendo con cierta machaconería, nuestro sistema, más que democrático es partitocrático, casposo y puritano
(también hay un puritanismo zafio en la aún llamada izquierda), y este sistema
cada vez se parece más a una dictadura amedrentada ante las iniciativas de los
ciudadanos. Vivimos en una dictadura bicéfala con tremendas astas de búfalo que
no dudan en ser usadas contra quienes se niegan a vivir mansamente en el redil ovino.
Mientras el pasto es
abundante, mientras la piara puede rumiar tras haberse saciado cada día, casi
ningún individuo mira más allá de las briznas de hierba que crecen a sus pies y,
aunque escuche de vez en cuando algún balido disonante, inquieto y díscolo, no
le da importancia, se cierran los ojos y los oídos —incluso se solicita
silencio para que su voz no incordie el permanente y plácido sesteo— y se
continúa con el apasionante ejercicio de comer, rumiar y dormir. Entre bostezos
más o menos líricos proclamamos sin rubor nuestra libertad…
Fascinante.
Sin embargo llega la
sequía. Cuando cada cabeza del rebaño ha de buscar con denuedo el alimento que
evite el hambre, cuando hay que recorrer un trecho cada vez mayor para
encontrar apenas un puñado de hierbajos que permita distraer la necesidad, los
balidos disidentes que se mandaba callar, interesan. De pronto las ovejas
levantan la cabeza y descubren que mientras ellas se conformaban con su
saciedad y se creían libres e incluso felices, otras —¿o eran lobos con piel de
cordero?—, en silencio y con engaño habían esquilmado lo que hubiera debido
servir para evitar tanto sufrimiento durante esta carestía cuyo final aún queda
muy lejos y cuyo desenlace es bastante incierto, por no decir estremecedor.
Domingo
16. Escribí
el lunes que creía entender lo conveniente que es publicar un diario años
después de haberse escrito. La perspectiva siempre es buena consejera y pone
cada cosa en su lugar.
Creo que ese mismo
criterio debe aplicarse a todos los libros, salvo que aquellos que se acoplen a una necesidad inaplazable o a una moda momentánea y pasajera. Y lo empiezo a
entender ahora que he vuelto a Los andamios
de los pájaros, los versos que me ocuparon hace algo más de dos años, con
la idea de destilarlos. El tiempo, acaso, es el mejor decantador. Ahora sólo hace falta que mi paladar sepa distinguir bien los matices.