Cómplices

Lunes 15 a 21 de julio de 2013

Lunes 15. A veces es difícil entender que un envío por correos tarde más de una semana, y el siguiente que procede de la misma ciudad, Sevilla, apenas tres días, con fin de semana de por medio.
Aunque en este caso, lo de menos es el tiempo, sino que los libros lleguen, que estos poemarios, como palomas mensajeras, viajen y acaben en esta casa. Mas no se trata de que aterricen en esta casa. Un viaje así no tiene sentido.
La verdadera razón es que uno pueda seguir disfrutando, pueda continuar aprendiendo y compruebe, una vez más, que decir poesía y decir variedad es sinónimo. Como decir voz humana y saber que cada timbre tiene su propio lugar en la escala de sonidos. Y sin embargo, a pesar de esta aparente diferencia, al fondo, en lo hondo bien se sabe cuándo el lector está ante un poema u otra cosa.
Aún no lo sé decir muy bien. Incluso intuyo que la formulación es torpe e imprecisa. No se trata de cuestiones formales, de ritmos, de metros, de imágenes. Al fin y al cabo el canto gregoriano es música, el rock and roll es música; música, acaso la más sublime, es la de Bach, y música es la que sale de las dulzainas de Castilla anónima y un poco feraz, pero hermosa también. Hablo de poesía y hablo de autenticidad, de esencialidad, de desesperado modo de arañar el tiempo, el espacio, el recuerdo, para acercarse, aunque sólo sea un milímetro más a la verdad… propia, que es la única posible para mí, que es la única a la que me puedo intentar acercar, siempre y cuando me siga despojando de cuanto sobra.
La llegada de Simulacro de Rafael Suárez Plácido, publicado por Siltolá, en su colección “Tierra”, ha sido la llegada de una voz desnuda, honda. Una voz zambullida en el viaje más apasionantes que puede emprender el ser humano: la propia existencia.

Martes 16. ¿Si soy incapaz de escribir dos líneas que nadie leerá, cómo voy a ser capaz de intentar hilvanar cualquier otra cosa?
Mucho más que las dificultades que se alzan frente a mí como empalizadas, que en muchas ocasiones parecen insuperables, el problema es mío. Exclusivamente mío.

Miércoles 17. Desde un punto de vista lógico o racional hay situaciones que, a poco que se analicen, tienen consecuencias evidentes. Sin embargo, una fuerza que brota desde lo más hondo del individuo resuelve con total nitidez que no es así. Por mucho que la lógica y la razón digan, sancionen, determinen, establezcan, obliguen, son más fuertes los sueños.
Un sueño —por inútil que parezca— da sentido a la vida, el verdadero sentido, acaso el único. De otro modo, casi nada vale la pena. Empiezo a entender a muchas personas que en apariencia conducen sus vidas hacia derrotas inexplicables para quienes estamos fuera de sus sueños.
Desde el exterior es sencillo ubicar el moblaje de cada vida: aquí la pareja, aquí los hijos, allí los amigos, más acá —o más allá— el puesto de trabajo, (o la empresa), una vivienda digna, un coche decente, aficiones que distraigan durante la fatiga o el aburrimiento, uno o dos viajes al año, la salud más o menos controlada… Es posible, por desgracia, que haya sombras: alguna enfermedad de algún familiar o un amigo, algún pariente o conocido que lo está pasando mal con esta maldita crisis… Pero nada especialmente grave o definitivo, nos decimos desde sus afueras. Entonces, nos preguntamos, por qué esto, por qué esta decisión tan drástica, por qué…

Jueves 18. “(…) Escribir es también escoger la soledad / una forma cualquiera de pasar a formar parte del paisaje / que mira la multitud detenida. (…) Mirar al mundo desde las afueras. / Ser parte del paisaje. / Sentir la multitud al otro lado” ha escrito Rafael Suárez Plácido en su poemario Simulacro editado por Siltolá hace unas semanas.
No es que me gusten más o menos estos versos, es algo más: es una verdad como el tamaño de la soledad.
Una vez concluido el trabajo —aunque soy consciente de que nunca se concluye del todo—, mis versos volarán camino de quien a partir de ahora decide su destino.

Viernes 19. Mientras subía a casa de mis padres, a la sombra de los árboles del jardín del Cementerio, ha sonado el teléfono, daban las cuatro de la tarde en el reloj de la Catedral y del Ayuntamiento que desde aquí también se escuchan nítidos en la atmósfera pesada de calor. He comenzado a escuchar a un joven de acento gallego. Se llama Yago y he deducido que es uno de los cientos de voluntarios que se dedican a cuestiones casi invisibles, pero que si no se realizan implicarían un desastre para el desarrollo de cualquier acontecimiento. Yago llamaba desde la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento, para preguntarme si me gustaría participar en la edición de este año de La Noche de Luna Llena recitando alguno de mis poemas, nada menos que el Jardín de Leandro Silva. He aceptado de inmediato, casi sin preguntar.
La Noche de Luna Llena nació en el marco de la candidatura de Segovia a la capitalidad europea de 2016. A pesar de que nuestra candidatura resultó derrotada en la última votación por la de San Sebastián, esta celebración perdura, y es uno de los actos que más personas saca a la calle, para disfrutar de una noche diferente. Este año se celebrará en el entorno de la Alameda del Parral: la casa de la Moneda, el Romeral de San Marcos, la antigua fábrica de borra serán los espacios donde se disfrute de una noche mágica.
Una hora antes de esta llamada, cuando he vuelto a casa del trabajo, al abrir el buzón, he encontrado la colección de marcapáginas editados por La Esfera Cultural, después de que finalizaran los dos concursos que se organizaron, el de textos y el de ilustraciones; este último, a través del blog Una Idea Mucho Arte, con quien se ha colaborado en otras ocasiones, también de modo satisfactorio.
Confirmo, de nuevo que, a pesar de las ventajas y la cantidad de posibilidades que ofrece Internet, no es lo mismo ver a través de la pantalla las imágenes, que tener en las manos el objeto, en este caso estos preciosos marcapáginas. Son estas pequeñas cosas, las que me siguen convenciendo de que el trabajo en silencio es la verdadera fórmula.

Sábado 20. Los espectadores estaban atentos. Hemos empezado a la hora del ocaso, entre dos luces que, en el jardín de Leandro Silva, son menos evidentes, pues la sombra se materializa antes debido a la tupida arboleda. Sonaban los versos que atrapaban los corazones de los asistentes y se alimentaban los árboles del romeral con sus esencias; Álvaro Hache, el presentador del recital, lo ha dicho de otra manera, pero a lo mejor pensaba en algo por el estilo.
Tras subir un par de tramos de escalinatas, se llega al fondo del jardín, donde éste se ensancha levemente. En este pequeño claro se ha ubicado el espacio para el recital. Apenas unas treinta personas podrían estar al mismo tiempo. Pero siempre ha habido más de treinta personas…
Dos horas de recital de poesía, acaso sean excesivas, o eso he pensado al principio; pero —como bien saben quienes organizan La Noche de La Luna Llena— los espectadores van de un acontecimiento a otro, se mueven y permanecen en cada acto un tiempo muy variable. Aunque algunos han estado de principio a fin.
Otra vez compruebo que la poesía atrae más de lo que parece, pero en dosis de dieta hiposódica. El exceso de sal produce hipertensión, retención de líquidos y males sin cuento. También he vuelto a comprobar que la vocación de espectador es más poderosa que la de participante. Hemos intentado —Álvaro, Norberto, Jesús, yo mismo— que entre los asistentes alguno leyera o recitase algún poema. Sólo Jesús y Norberto lo han conseguido. Norberto —a quien debo la invitación del Ayuntamiento, pues él fue quien facilitó mi teléfono—, además, lo ha hecho con uno de sus poemas, lo que siempre supone una emoción mayor.
La luna ha acudido a la convocatoria, aunque la tormenta ha bordeado durante la tarde la ciudad, de hecho a primera hora ha llegado a desplomar algo del agua que hacía pesadísimo el vuelo de las nubes. En un momento, mientras Álvaro Hache interpretaba un poema de Unamuno —La luna y la rosa—, he visto el disco de plata sobre la cima de la torre de la catedral, que se atisbaba entre los árboles. Jesús, a mi lado, me lo ha indicado también.
Entre tanto —antes y después— toda esta parte de la ciudad: los jardines del Alcázar, la Casa de la Moneda, la Alameda del Parral, el Jardín de Leandro Silva han sido paseados por los segovianos que han disfrutado de una noche especial, un poco mágica, en que la música, el teatro, la pintura, las llamadas intervenciones artísticas, la magia, el humor, incluso la poesía y el ajedrez, han vuelto a demostrar que la cultura no es sólo una palabra de la que se sirven —a veces de modo torticero— ciertas élites. El único modo de constatar el interés por algo es ofreciéndolo de modo adecuado.
Esto no es Medellín —u otra ciudad latinoamericana—, por tanto proponer un recital de poesía en una plaza de toros o en un teatro es arruinarlo antes de su inicio. La conclusión a la que se llega, entonces, es que no se puede dejar de organizar un recital de poesía arguyendo falta de interés…

Domingo 21. Leo a Blas de Otero y a Javier Sánchez Menéndez. Suenan las campanas intensas de la catedral. Es mediodía, aunque al sol le falten dos horas para alcanzar su cenit. Cosas de los garúes de la economía, que desde hace décadas nos hacen caminar descompasados de la naturaleza. Me pregunto por qué este tañer de campanas alborozadas o impacientes.
Sí, ya sé que es domingo, lo que explicaría sin otra añadidura el tañido contundente. Pero, repito, ¿por qué, de pronto, ese tañer? ¿Por qué hoy soy consciente de él, mejor dicho, por qué hoy me molesta o me interrumpe o me llena de un acre sabor en la lengua y en los ojos.
Quizá nunca me atreva a escribir el motivo, quizá, incluso, tema pensar en él. Pero mientras leo a BO y a JSM, he comprendido que el miedo y la tristeza y el aquelarre de los signos me procuran la misma desazón que la nieve en el verano.
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Me gusta pasear en el momento final de la tormenta. Cuando aún llueve, la luz se despereza, se estira, abre los ojos. Una leve brisa más humedecida de lo habitual, como recién salida de la ducha, acaricia la piel. Los gorriones inician un concierto monocorde a varias veces y los aromas se intensifican. La de esta tarde aún no ha pasado del todo. No muy lejos acecha un oscuridad sin fisuras, opaca, casi negra; no es fácil deducir si se aleja, o se está tomando nuevo impulso, como si estuviese merendando antes de volver a su actividad. Pero tal y como se desarrollan los trinos de los pájaros, apostaría por una retirada, o porque terminará de desvanecerse más metida en las cumbres de la sierra.
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Dice JSM «[…] Hay que leer más y escribir mucho menos.[…]»