Lunes 15. A veces es difícil entender que un envío por correos
tarde más de una semana, y el siguiente que procede de la misma ciudad,
Sevilla, apenas tres días, con fin de semana de por medio.
Aunque en este caso,
lo de menos es el tiempo, sino que los libros lleguen, que estos poemarios,
como palomas mensajeras, viajen y acaben en esta casa. Mas no se trata de que
aterricen en esta casa. Un viaje así no tiene sentido.
La verdadera razón
es que uno pueda seguir disfrutando, pueda continuar aprendiendo y compruebe,
una vez más, que decir poesía y decir variedad es sinónimo. Como decir voz
humana y saber que cada timbre tiene su propio lugar en la escala de sonidos. Y
sin embargo, a pesar de esta aparente diferencia, al fondo, en lo hondo bien se
sabe cuándo el lector está ante un poema u otra cosa.
Aún no lo sé decir
muy bien. Incluso intuyo que la formulación es torpe e imprecisa. No se trata
de cuestiones formales, de ritmos, de metros, de imágenes. Al fin y al cabo el
canto gregoriano es música, el rock and roll es música; música, acaso la más
sublime, es la de Bach, y música es la que sale de las dulzainas de Castilla
anónima y un poco feraz, pero hermosa también. Hablo de poesía y hablo de autenticidad,
de esencialidad, de desesperado modo de arañar el tiempo, el espacio, el
recuerdo, para acercarse, aunque sólo sea un milímetro más a la verdad… propia,
que es la única posible para mí, que es la única a la que me puedo intentar
acercar, siempre y cuando me siga despojando de cuanto sobra.
La llegada de Simulacro de Rafael Suárez Plácido,
publicado por Siltolá, en su colección “Tierra”, ha sido la llegada de una voz
desnuda, honda. Una voz zambullida en el viaje más apasionantes que puede
emprender el ser humano: la propia existencia.
Martes
16. ¿Si
soy incapaz de escribir dos líneas que nadie leerá, cómo voy a ser capaz de
intentar hilvanar cualquier otra cosa?
Mucho más que las
dificultades que se alzan frente a mí como empalizadas, que en muchas ocasiones
parecen insuperables, el problema es mío. Exclusivamente mío.
Miércoles
17. Desde
un punto de vista lógico o racional hay situaciones que, a poco que se
analicen, tienen consecuencias evidentes. Sin embargo, una fuerza que brota
desde lo más hondo del individuo resuelve con total nitidez que no es así. Por mucho
que la lógica y la razón digan, sancionen, determinen, establezcan, obliguen,
son más fuertes los sueños.
Un sueño —por inútil
que parezca— da sentido a la vida, el verdadero sentido, acaso el único. De
otro modo, casi nada vale la pena. Empiezo a entender a muchas personas que en
apariencia conducen sus vidas hacia derrotas inexplicables para quienes estamos
fuera de sus sueños.
Desde el exterior es
sencillo ubicar el moblaje de cada vida: aquí la pareja, aquí los hijos, allí
los amigos, más acá —o más allá— el puesto de trabajo, (o la empresa), una
vivienda digna, un coche decente, aficiones que distraigan durante la fatiga o
el aburrimiento, uno o dos viajes al año, la salud más o menos controlada… Es
posible, por desgracia, que haya sombras: alguna enfermedad de algún familiar o
un amigo, algún pariente o conocido que lo está pasando mal con esta maldita
crisis… Pero nada especialmente grave o definitivo, nos decimos desde sus
afueras. Entonces, nos preguntamos, por qué esto, por qué esta decisión tan
drástica, por qué…
Jueves
18. “(…) Escribir es también escoger la
soledad / una forma cualquiera de pasar a formar parte del paisaje / que mira
la multitud detenida. (…) Mirar al mundo desde las afueras. / Ser parte del
paisaje. / Sentir la multitud al otro lado” ha escrito Rafael Suárez Plácido en
su poemario Simulacro editado por
Siltolá hace unas semanas.
No es que me gusten
más o menos estos versos, es algo más: es una verdad como el tamaño de la
soledad.
Una vez concluido el
trabajo —aunque soy consciente de que nunca se concluye del todo—, mis versos
volarán camino de quien a partir de ahora decide su destino.
Viernes
19.
Mientras subía a casa de mis padres, a la sombra de los árboles del jardín del
Cementerio, ha sonado el teléfono, daban las cuatro de la tarde en el reloj de
la Catedral y del Ayuntamiento que desde aquí también se escuchan nítidos en la
atmósfera pesada de calor. He comenzado a escuchar a un joven de acento gallego.
Se llama Yago y he deducido que es uno de los cientos de voluntarios que se
dedican a cuestiones casi invisibles, pero que si no se realizan implicarían un
desastre para el desarrollo de cualquier acontecimiento. Yago llamaba desde la
Concejalía de Cultura del Ayuntamiento, para preguntarme si me gustaría
participar en la edición de este año de La
Noche de Luna Llena recitando alguno de mis poemas, nada menos que el
Jardín de Leandro Silva. He aceptado de inmediato, casi sin preguntar.
La Noche de Luna Llena nació en el marco de la candidatura
de Segovia a la capitalidad europea de 2016. A pesar de que nuestra candidatura
resultó derrotada en la última votación por la de San Sebastián, esta
celebración perdura, y es uno de los actos que más personas saca a la calle,
para disfrutar de una noche diferente. Este año se celebrará en el entorno de
la Alameda del Parral: la casa de la Moneda, el Romeral de San Marcos, la
antigua fábrica de borra serán los espacios donde se disfrute de una noche
mágica.
Una hora antes de
esta llamada, cuando he vuelto a casa del trabajo, al abrir el buzón, he
encontrado la colección de marcapáginas editados por La Esfera Cultural,
después de que finalizaran los dos concursos que se organizaron, el de textos y
el de ilustraciones; este último, a través del blog Una Idea Mucho Arte, con
quien se ha colaborado en otras ocasiones, también de modo satisfactorio.
Confirmo, de nuevo que,
a pesar de las ventajas y la cantidad de posibilidades que ofrece Internet, no
es lo mismo ver a través de la pantalla las imágenes, que tener en las manos el
objeto, en este caso estos preciosos marcapáginas. Son estas pequeñas cosas,
las que me siguen convenciendo de que el trabajo en silencio es la verdadera
fórmula.
Sábado
20. Los
espectadores estaban atentos. Hemos empezado a la hora del ocaso, entre dos
luces que, en el jardín de Leandro Silva, son menos evidentes, pues la sombra
se materializa antes debido a la tupida arboleda. Sonaban los versos que
atrapaban los corazones de los asistentes y se alimentaban los árboles del
romeral con sus esencias; Álvaro Hache, el presentador del recital, lo ha dicho
de otra manera, pero a lo mejor pensaba en algo por el estilo.
Tras subir un par de
tramos de escalinatas, se llega al fondo del jardín, donde éste se ensancha
levemente. En este pequeño claro se ha ubicado el espacio para el recital.
Apenas unas treinta personas podrían estar al mismo tiempo. Pero siempre ha
habido más de treinta personas…
Dos horas de recital
de poesía, acaso sean excesivas, o eso he pensado al principio; pero —como
bien saben quienes organizan La Noche de
La Luna Llena— los espectadores van de un acontecimiento a otro, se mueven
y permanecen en cada acto un tiempo muy variable. Aunque algunos han
estado de principio a fin.
Otra vez compruebo
que la poesía atrae más de lo que parece, pero en dosis de dieta hiposódica. El
exceso de sal produce hipertensión, retención de líquidos y males sin cuento. También
he vuelto a comprobar que la vocación de espectador es más poderosa que la de
participante. Hemos intentado —Álvaro, Norberto, Jesús, yo mismo— que entre los
asistentes alguno leyera o recitase algún poema. Sólo Jesús y Norberto lo han
conseguido. Norberto —a quien debo la invitación del Ayuntamiento, pues él fue
quien facilitó mi teléfono—, además, lo ha hecho con uno de sus poemas, lo que
siempre supone una emoción mayor.
La luna ha acudido a
la convocatoria, aunque la tormenta ha bordeado durante la tarde la ciudad, de
hecho a primera hora ha llegado a desplomar algo del agua que hacía pesadísimo
el vuelo de las nubes. En un momento, mientras Álvaro Hache interpretaba un
poema de Unamuno —La luna y la rosa—,
he visto el disco de plata sobre la cima de la torre de la catedral, que se
atisbaba entre los árboles. Jesús, a mi lado, me lo ha indicado también.
Entre tanto —antes y
después— toda esta parte de la ciudad: los jardines del Alcázar, la Casa de la
Moneda, la Alameda del Parral, el Jardín de Leandro Silva han sido paseados por
los segovianos que han disfrutado de una noche especial, un poco mágica, en que
la música, el teatro, la pintura, las llamadas intervenciones artísticas, la
magia, el humor, incluso la poesía y el ajedrez, han vuelto a demostrar que la
cultura no es sólo una palabra de la que se sirven —a veces de modo torticero—
ciertas élites. El único modo de constatar el interés por algo es ofreciéndolo
de modo adecuado.
Esto no es Medellín
—u otra ciudad latinoamericana—, por tanto proponer un recital de poesía en una
plaza de toros o en un teatro es arruinarlo antes de su inicio. La
conclusión a la que se llega, entonces, es que no se puede dejar de organizar
un recital de poesía arguyendo falta de interés…
Domingo
21. Leo
a Blas de Otero y a Javier Sánchez Menéndez. Suenan las campanas
intensas de la catedral. Es mediodía, aunque al sol le falten dos horas para
alcanzar su cenit. Cosas de los garúes de la economía, que desde hace décadas
nos hacen caminar descompasados de la naturaleza. Me pregunto por qué este
tañer de campanas alborozadas o impacientes.
Sí, ya sé que es domingo,
lo que explicaría sin otra añadidura el tañido contundente. Pero, repito, ¿por
qué, de pronto, ese tañer? ¿Por qué hoy soy consciente de él, mejor dicho, por
qué hoy me molesta o me interrumpe o me llena de un acre sabor en la lengua y
en los ojos.
Quizá nunca me
atreva a escribir el motivo, quizá, incluso, tema pensar en él. Pero mientras
leo a BO y a JSM, he comprendido que el miedo y la tristeza y el aquelarre de
los signos me procuran la misma desazón que la
nieve en el verano.
*
Me gusta pasear en el momento final
de la tormenta. Cuando aún llueve, la luz se despereza, se estira, abre los
ojos. Una leve brisa más humedecida de lo habitual, como recién salida de la
ducha, acaricia la piel. Los gorriones inician un concierto monocorde a varias
veces y los aromas se intensifican. La de esta tarde aún no ha pasado del todo.
No muy lejos acecha un oscuridad sin fisuras, opaca, casi negra; no es fácil
deducir si se aleja, o se está tomando nuevo impulso, como si estuviese
merendando antes de volver a su actividad. Pero tal y como se desarrollan los
trinos de los pájaros, apostaría por una retirada, o porque terminará de desvanecerse
más metida en las cumbres de la sierra.
*
Dice JSM «[…] Hay que leer más
y escribir mucho menos.[…]»