Lunes 8. Escuchar la
felicidad reflejada en una voz amiga. Escuchar cómo un sueño más se convierte
en piel, latido y sangre me emociona profundamente.
Sin duda que el
esfuerzo tiene su recompensa, aunque para otros sólo sea un pequeño caramelo,
apenas un vaso de agua fría en una tarde ardiente como las tardes de estos
días.
Martes
9. A
veces leo y no veo. A veces lo importante queda eclipsado por culpa de lo urgente.
A veces se trata únicamente de poner dedos sobre llagas bien dolorosas, pero se
ocultan a nuestra vista con intención torticera y nauseabunda.
El papa Francisco,
dicen algunos, no ha hecho nada o casi nada. Acaso otros pusieron muy altas
expectativas; pero entre líneas, estando un poco atento, aunque no sea a las
primeras páginas de los periódicos o a los grandes titulares de las radios y
las televisiones, se perfila el camino que, algunos desearían más rápido y
otros quisieran que se detuviese ya, pues para estos ya ha ido demasiado lejos.
La primera encíclica
por él firmada, aunque prácticamente elaborada por su predecesor, el papa
emérito, desliza un adjetivo más que sorprendente al calificar al matrimonio
como estable…, que no es lo mismo que indisoluble. (¿Alguien en la Iglesia
estará pensando que los divorciados católicos, quizá tengan derecho a una
segunda oportunidad de intentar vivir felizmente en el seno de la comunidad,
con plenitud…? No, me temo que eso no lo verán mis ojos.)
Las destituciones e
investigaciones en el llamado banco Vaticano parecen confirmar dónde anida una de las traiciones más escandalosas de la Iglesia contra la Escritura…(¿Alguien
en el seno de la Iglesia habrá releído los primeros capítulos de los Hechos de
los Apóstoles, por citar uno de los textos más conocidos…? Me parece que esto
es aún más complicado que lo anterior.)
Se confirma la
canonización de Juan Pablo II —tal y como estaba prevista desde hace meses—,
pero, al mismo tiempo, se ha anunciado, por sorpresa, que se hará lo mismo con Juan
XXIII, el papa bueno, cuya causa parecía olvidada.
Y por último, ¿qué
decir del reciente viaje del pontífice a Lampedusa? Su primera salida de la
diócesis de Roma ha sido allá donde llegan personas que en este primer mundo
llamamos ilegales. (Las palabras son importantes, y nuestra próspera Europa
considera a muchos seres humanos, ilegales, es decir, proscritos de facto,
perseguibles de oficio por las policías…). Su santidad no se ha conformado con visitar
a pobres italianos, por ejemplo; ha ido donde están los más pobres y
desesperados, los que llegan casi desahuciados del continente con más pobres,
con más hambre, con menos esperanza de vida, donde la existencia humana vale
muy poco, apenas nada. Y si este gesto, más su oración recordando a cuantos
murieron en el intento de cruzar el mar, no son entendidos por quien debe ser
entendido, entonces uno sospecharía que el tiempo que permanecerá en su
ministerio no será muy largo…
Tras la muerte de
Juan Pablo I, tan repentina, tan inesperada, tan controvertida, corrieron ríos
de tinta acerca de un indemostrable e hipotético homicidio. Hubo una
investigación oficial que roza el bochorno. Hubo otras oficiosas de tono más
bien novelero, próximo a los relatos policíacos. Leí por entonces más de una, y
en todas había algunas hipótesis de trabajo comunes que servían de punto de
partida para llegar a la misma conclusión: el papa de la sonrisa había sido
envenenado porque en su intención estaba depurar la banca del Vaticano,
flexibilizar los asuntos relacionados con el matrimonio cristiano, establecer
un diálogo más sincero y fluido con otras culturas y otras creencias, aplicar
con todas las consecuencias los documentos aprobados en el Concilio Vaticano
II, no sólo aquellos que más interesan entre la curia y la Jerarquía…
Desde septiembre de
1978 han pasado casi treinta y cinco años. Uno, acaso demasiado inocente,
tiende a pensar que muchas cosas han cambiado, pero algunas no precisamente en
la supuesta dirección que algunos sostienen deseaba Albino Luciani. Después de
tanto tiempo, sospecho que la compleja urdimbre que teje los mecanismos del
poder en la Iglesia reposa en manos de personas que piensan como hace siete
lustros, y por ello me temo que virar el rumbo de la Iglesia hacia según qué
cosas será igual de complejo, por no decir temerario.
¿Lo que viene
haciendo el papa Francisco son signos, sólo signos?
Sin duda. Pero quizá
esta vez la pretensión sea atravesar la parte exterior que todo signo tiene, adentrándose
en lo más hondo de su significado para vivificarlo. ¿Acaso Bergoglio, antes de
nada, habrá tomado medidas que aseguren que los pasos se puedan dar y no se
queden en simple sueño irrealizable?
Miércoles
10. He
leído en dos o tres blogs referencias a lo chusco, por no decir barriobajero,
que resultó el proceso final de la concesión del Príncipe de Asturias de las Letras, con la publicación del
resultado final en el periódico de uno de los jurados de este galardón, horas
antes de que se produjese la definitiva votación. Lo que en principio pareció
un modo de lograr burdamente una exclusiva o bien una manera de forzar la
voluntad del resto de jurados hacia el escritor jienense, en realidad fue una
maniobra que pretendía justamente lo contrario: evitar que sucediera lo que al
fin sucedió.
Mentes laberínticas
y retorcidas que cifran su gloria, no en su mérito, sino en el fracaso de
otros…
Cada vez se me hace
más cuesta arriba convivir con la penuria moral e intelectual de este país y,
consecuentemente, la honda tristeza a la que le somete tanta envidia, tanta
inquina, tanto tejemaneje, tanta conspiración de aires palaciegos. Siempre ha
sido así, es cierto, y probablemente ya es tarde para cambiar. Es como si lo
lleváramos escrito en alguna cárcava de nuestro mapa genético.
Sí, ya sé que, como asegura
el refrán, en todas partes cuecen habas…, pero en algunos sitios, a calderadas.
A calderadas de proporciones elefantinas, podría decirse.
Jueves
11. Aunque
es imposible asegurar que conseguiré convertir en rutina el paseo de ayer y
hoy, uno de los más agradables para estos días en que arde el cielo, el aire,
la tierra, el día y la noche, lo intentaré. Al menos dos tardes he conseguido
que mis pasos respiren rodeados por la arboleda y mis sentidos todos reciban el
abrazo de la naturaleza, aunque sea una naturaleza domesticada, como sucede con
la periurbana.
De nuevo los sonidos
acompasando mi latido. De nuevo las fragancias saludando la memoria del
recuerdo. De nuevo la brisa besando pieles. De nuevo los colores tiñendo la
mirada de sus mil matices. Durante el último año apenas he disfrutado de estos
lugares, y creo que ya lo iba notando.
Al regresar, he
comenzado a leer (y he seguido sin poder parar hasta el último endecasílabo), Lo breve eterno de Sergio Fernández
Salvador, poemario que abre la colección Tierra
de Ediciones de la Isla de Siltolá.
El libro lo he recogido del buzón este mediodía, al llegar del trabajo. Su lectura
ha sido el colofón para la tarde, pues sus versos se zambullen en la
naturaleza, en esa naturaleza próxima y cotidiana que es propia a la existencia
del autor. Versos con ecos de eternidad, de perdurabilidad, como se insinúa ya
en el título. Versos que vuelan hacia la memoria de la infancia y de la
adolescencia, para que aquellos momentos hagan poso sereno en el corazón.
Se trata de un
poemario que busca la sinceridad frente a la brillantez, la hondura frente a la
originalidad, lo esencial frente a la innovación pasajera. Esto no quiere decir
que sea un poemario encajado en el pasado, o ajeno al presente. Cuando el poeta
es de verdad, habla desde sí mismo, desde su tiempo, desde sus sentimientos y
experiencias, porque otra cosa no puede hacer; pero siempre busca algo más,
porque siempre hay algo más al fondo de lo evidente: lo real, lo esencial…, lo
eterno, lo que nos vivifica: Mientras
pise la hierba estaré bien, afirma el endecasílabo que cierra el libro.
Dicen
que está gastado ya ese verso,
polvoriento, lo llaman,
que huele a rancio, dicen, dicen, dicen,
polvoriento, lo llaman,
que huele a rancio, dicen, dicen, dicen,
y se
dan a lo último,
que es ya lo más prehistórico.
Arrumbado juguete
de artistas nosequieístas, ¿qué podrás,
palabra, si no aspiras
a dejar la emoción de nuestro paso
la belleza aun del puro no saber?
que es ya lo más prehistórico.
Arrumbado juguete
de artistas nosequieístas, ¿qué podrás,
palabra, si no aspiras
a dejar la emoción de nuestro paso
la belleza aun del puro no saber?
Vieja y nueva
canción nunca me faltes.
(Sergio Fernández Salvador, “Lo breve eterno”
Fragmento del poema Vieja y nueva. —Págs. 40-41—).
(Sergio Fernández Salvador, “Lo breve eterno”
Fragmento del poema Vieja y nueva. —Págs. 40-41—).
________
A modo de postdata:
He leído en El País Digital que el
papa Francisco ha publicado un documento —Motu
Proprio se llama oficialmente— que modifica el reglamento jurídico del
Vaticano y, entre otras cosas, endurece las penas y sanciones en asuntos
relacionados con pederastia y blanqueo de capitales; introduce tipos hasta
ahora no contemplados por la legislación vaticana, como el genocidio; elimina
la cadena perpetua… El periodista dice textualmente al inicio del artículo: «El papa Francisco
tiene prisa. Sus reformas se producen a un ritmo jamás visto en la Iglesia,»
Sólo
lo traigo aquí como coda a lo que apunté en la entrada del martes.
Viernes
12:
A uno, que es propenso a servirse de la cualidad connotativa del lenguaje, más
que de su opuesta, la denotativa, le gusta, de vez en cuando, disfrutar de
textos construidos desde la precisión exhaustiva, cualidad que otorga al idioma
poderes milimétricos, como si de un bisturí manejado por experto cirujano se
tratase. Me refiero a la exactitud nítida que convierte a las frases en bloques
de hormigón armado sin fisuras, sin apenas porosidades por donde pueda
filtrarse una gota del rocío de la interpretación o la sugerencia, en fin, que
elimina cualquier atisbo para que la imaginación del lector juegue su envite.
Este tipo de escritura
se da sobre todo en filosofía o textos muy técnicos como los que pertenecen a la
ciencia, la medicina, la ingeniería, la arquitectura o la judicatura, por
ejemplo. En la mayoría de los casos, su lectura se torna plúmbea, porque,
además de necesitar de una preparación específica del lector, su escritura se cimienta en la explicación prolija, y se
nutre del tecnicismo, el detalle, la reiteración, todo lo cual suele ser
obstáculo para convertirla en ágil y amena.
Por motivos laborales,
ayer hube de resumir una sentencia judicial del ámbito contencioso
administrativo. A medida que desentrañaba tal pieza, comprendía el mecanismo de
relojería que la dotaba las cualidades señaladas. Comprendía, además, que no puede
ser de otro modo, a pesar de su complejidad, aunque para el lego en la materia
se haga farragosa, sin serlo, pues de lo contrario los pleitos se dilatarían
aún más de lo que ya se alargan, hasta convertirse en interminables. [A pesar
de lo que digo, en demasiadas ocasiones se produce esta prolongación que acaba
viciando a la justicia hasta destruir su esencia, pues el tiempo en alcanzar la
meta debería ser un factor esencial a la hora de resolver los asuntos que
desembocan en la judicatura].
En éstas estaba,
cuando, de pronto, casi al final de la sentencia, me encontré con que un
informe que, de haber sido emitido, hubiera enervado (en la segunda acepción
que a la palabra otorga el DRAE) la pretensión de la parte demandada y hubiera
sido teleológico para la pretensión de la parte demandante, por un error de
transcripción, supongo, devino en teológico, con lo que, como un relámpago
extemporáneo, aquella frase voló como sólo vuelan algunas metáforas que juegan
con las sinestesias más arriesgadas. Y así, un informe jurídico, en la
sentencia firme, se equipara a un texto teológico, lo que, sin duda, es
excesivo para un informe, salvo que la misma divinidad haya decidido participar
de estos intríngulis en que las administraciones a veces se debaten.
A más de uno quizá
no le importara.
Sábado
13. Estoy
rematando el artículo de este mes, pero tengo que dejarlo y venirme a esta página,
porque no estoy seguro de lo que escribo. Se hace complicado con la televisión
detrás mí y con las canciones de la verbena inesperada, delante. Intuyo, por la
proximidad del sonido, que está siendo en los Jardinillos. Es música de los
años sesenta y setenta.
Aunque pretenda
evitarlo, las viejas melodías me invitan a viajar a otra época bien distinta. Y
a pesar de ser ritmos bailables, amigables, pegadizos, alegres, me
melancolizan. Creo que es inevitable.
Lo único que no ha
variado de verdad, y quizá por ello es por lo que en el fondo me siento como
entonces, es mi afán por la escritura. Por mucho, como ahora, que no me traiga
nada nuevo entre manos, y lo que es peor, me parezca una tarea comparable a los
trabajos de Hércules emprender alguna aventura —¿qué aventura, por cierto?—, no
puedo dejar de escribir, como antaño no dejaba de hacerlo.
Aquel que fui no
está aquí, sin embargo no se ha ido.
Domingo
14. Después
del paseo vespertino, me he acercado a la plaza de Medina del Campo, para solventar
sobre el terreno algunas dudas que me han surgido al rematar el artículo.
He visto la zona con
otros ojos. He comprendido que no sé de casi nada, que conozco, por así decir,
algunos titulares, como si pretendiera conocer a alguien sólo por el perfil de su
sombra.
Ya sé que es
imposible atesorar todos los saberes, sin embargo, debería ahondar más, al
menos en lo que me rodea. Hoy ha sido este rincón, pero mañana será un jardín o
una fiesta…, qué sé yo.
A veces tengo la
impresión de que si se conociera mejor cuanto nos precede, se querría más y esto
nos empujaría a conservarlo mejor, aunque encontrásemos sombras antes ignoradas.
Supongo que cuanto
hoy se hace, mañana será juzgado por quienes nos prosigan. Supongo que nos
gustaría que se valorase nuestro esfuerzo. Cada quien sabe cómo y cuánto cuesta
lo que hace, en cualquier materia. Valorar el empeño y el esfuerzo de los demás
en su tarea, debería ser lo primero, acaso lo más importante, más allá de
señalar aciertos y errores.
Es tan sencillo
desprestigiar, es tan fácil recurrir al tópico, es tan cómodo evitar el
esfuerzo de ponerse en el lugar del otro, que acabamos por no entender nada y
pensar que cualquier cosa vale; o lo que es peor aún, que cualquiera vale para
hacer cualquier cosa; más aún, que sólo importa lo que nosotros hacemos, porque los demás no saben lo que hacen.
Quien mucho abarca,
poco aprieta, dice nuestro refrán. Probablemente sea cierto, pero a veces
pienso que no necesito apretar en nada, que me gustaría mucho más disfrutar
intensamente de más cosas. Y esto sólo se puede lograr conociendo algo más que su
sombra o su mera presencia. Los especialistas son imprescindibles, sin ellos
ningún arte, ciencia, técnica, tecnología, profesión u oficio avanzarían, pero
también son igual de necesarios quienes escuchen y asimilen parte de lo que
dicen los expertos…