Cómplices

Lunes 8 a domingo 14 de julio de 2013

Lunes 8. Escuchar la felicidad reflejada en una voz amiga. Escuchar cómo un sueño más se convierte en piel, latido y sangre me emociona profundamente.
Sin duda que el esfuerzo tiene su recompensa, aunque para otros sólo sea un pequeño caramelo, apenas un vaso de agua fría en una tarde ardiente como las tardes de estos días.

Martes 9. A veces leo y no veo. A veces lo importante queda eclipsado por culpa de lo urgente. A veces se trata únicamente de poner dedos sobre llagas bien dolorosas, pero se ocultan a nuestra vista con intención torticera y nauseabunda.
El papa Francisco, dicen algunos, no ha hecho nada o casi nada. Acaso otros pusieron muy altas expectativas; pero entre líneas, estando un poco atento, aunque no sea a las primeras páginas de los periódicos o a los grandes titulares de las radios y las televisiones, se perfila el camino que, algunos desearían más rápido y otros quisieran que se detuviese ya, pues para estos ya ha ido demasiado lejos.
La primera encíclica por él firmada, aunque prácticamente elaborada por su predecesor, el papa emérito, desliza un adjetivo más que sorprendente al calificar al matrimonio como estable…, que no es lo mismo que indisoluble. (¿Alguien en la Iglesia estará pensando que los divorciados católicos, quizá tengan derecho a una segunda oportunidad de intentar vivir felizmente en el seno de la comunidad, con plenitud…? No, me temo que eso no lo verán mis ojos.)
Las destituciones e investigaciones en el llamado banco Vaticano parecen confirmar dónde anida una de las traiciones más escandalosas de la Iglesia contra la Escritura…(¿Alguien en el seno de la Iglesia habrá releído los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles, por citar uno de los textos más conocidos…? Me parece que esto es aún más complicado que lo anterior.)
Se confirma la canonización de Juan Pablo II —tal y como estaba prevista desde hace meses—, pero, al mismo tiempo, se ha anunciado, por sorpresa, que se hará lo mismo con Juan XXIII, el papa bueno, cuya causa parecía olvidada.
Y por último, ¿qué decir del reciente viaje del pontífice a Lampedusa? Su primera salida de la diócesis de Roma ha sido allá donde llegan personas que en este primer mundo llamamos ilegales. (Las palabras son importantes, y nuestra próspera Europa considera a muchos seres humanos, ilegales, es decir, proscritos de facto, perseguibles de oficio por las policías…). Su santidad no se ha conformado con visitar a pobres italianos, por ejemplo; ha ido donde están los más pobres y desesperados, los que llegan casi desahuciados del continente con más pobres, con más hambre, con menos esperanza de vida, donde la existencia humana vale muy poco, apenas nada. Y si este gesto, más su oración recordando a cuantos murieron en el intento de cruzar el mar, no son entendidos por quien debe ser entendido, entonces uno sospecharía que el tiempo que permanecerá en su ministerio no será muy largo…
Tras la muerte de Juan Pablo I, tan repentina, tan inesperada, tan controvertida, corrieron ríos de tinta acerca de un indemostrable e hipotético homicidio. Hubo una investigación oficial que roza el bochorno. Hubo otras oficiosas de tono más bien novelero, próximo a los relatos policíacos. Leí por entonces más de una, y en todas había algunas hipótesis de trabajo comunes que servían de punto de partida para llegar a la misma conclusión: el papa de la sonrisa había sido envenenado porque en su intención estaba depurar la banca del Vaticano, flexibilizar los asuntos relacionados con el matrimonio cristiano, establecer un diálogo más sincero y fluido con otras culturas y otras creencias, aplicar con todas las consecuencias los documentos aprobados en el Concilio Vaticano II, no sólo aquellos que más interesan entre la curia y la Jerarquía…
Desde septiembre de 1978 han pasado casi treinta y cinco años. Uno, acaso demasiado inocente, tiende a pensar que muchas cosas han cambiado, pero algunas no precisamente en la supuesta dirección que algunos sostienen deseaba Albino Luciani. Después de tanto tiempo, sospecho que la compleja urdimbre que teje los mecanismos del poder en la Iglesia reposa en manos de personas que piensan como hace siete lustros, y por ello me temo que virar el rumbo de la Iglesia hacia según qué cosas será igual de complejo, por no decir temerario.
¿Lo que viene haciendo el papa Francisco son signos, sólo signos?
Sin duda. Pero quizá esta vez la pretensión sea atravesar la parte exterior que todo signo tiene, adentrándose en lo más hondo de su significado para vivificarlo. ¿Acaso Bergoglio, antes de nada, habrá tomado medidas que aseguren que los pasos se puedan dar y no se queden en simple sueño irrealizable?

Miércoles 10. He leído en dos o tres blogs referencias a lo chusco, por no decir barriobajero, que resultó el proceso final de la concesión del Príncipe de Asturias de las Letras, con la publicación del resultado final en el periódico de uno de los jurados de este galardón, horas antes de que se produjese la definitiva votación. Lo que en principio pareció un modo de lograr burdamente una exclusiva o bien una manera de forzar la voluntad del resto de jurados hacia el escritor jienense, en realidad fue una maniobra que pretendía justamente lo contrario: evitar que sucediera lo que al fin sucedió.
Mentes laberínticas y retorcidas que cifran su gloria, no en su mérito, sino en el fracaso de otros…
Cada vez se me hace más cuesta arriba convivir con la penuria moral e intelectual de este país y, consecuentemente, la honda tristeza a la que le somete tanta envidia, tanta inquina, tanto tejemaneje, tanta conspiración de aires palaciegos. Siempre ha sido así, es cierto, y probablemente ya es tarde para cambiar. Es como si lo lleváramos escrito en alguna cárcava de nuestro mapa genético.
Sí, ya sé que, como asegura el refrán, en todas partes cuecen habas…, pero en algunos sitios, a calderadas. A calderadas de proporciones elefantinas, podría decirse.

Jueves 11. Aunque es imposible asegurar que conseguiré convertir en rutina el paseo de ayer y hoy, uno de los más agradables para estos días en que arde el cielo, el aire, la tierra, el día y la noche, lo intentaré. Al menos dos tardes he conseguido que mis pasos respiren rodeados por la arboleda y mis sentidos todos reciban el abrazo de la naturaleza, aunque sea una naturaleza domesticada, como sucede con la periurbana.
De nuevo los sonidos acompasando mi latido. De nuevo las fragancias saludando la memoria del recuerdo. De nuevo la brisa besando pieles. De nuevo los colores tiñendo la mirada de sus mil matices. Durante el último año apenas he disfrutado de estos lugares, y creo que ya lo iba notando.
Al regresar, he comenzado a leer (y he seguido sin poder parar hasta el último endecasílabo), Lo breve eterno de Sergio Fernández Salvador, poemario que abre la colección Tierra de Ediciones de la Isla de Siltolá. El libro lo he recogido del buzón este mediodía, al llegar del trabajo. Su lectura ha sido el colofón para la tarde, pues sus versos se zambullen en la naturaleza, en esa naturaleza próxima y cotidiana que es propia a la existencia del autor. Versos con ecos de eternidad, de perdurabilidad, como se insinúa ya en el título. Versos que vuelan hacia la memoria de la infancia y de la adolescencia, para que aquellos momentos hagan poso sereno en el corazón.
Se trata de un poemario que busca la sinceridad frente a la brillantez, la hondura frente a la originalidad, lo esencial frente a la innovación pasajera. Esto no quiere decir que sea un poemario encajado en el pasado, o ajeno al presente. Cuando el poeta es de verdad, habla desde sí mismo, desde su tiempo, desde sus sentimientos y experiencias, porque otra cosa no puede hacer; pero siempre busca algo más, porque siempre hay algo más al fondo de lo evidente: lo real, lo esencial…, lo eterno, lo que nos vivifica: Mientras pise la hierba estaré bien, afirma el endecasílabo que cierra el libro.
Dicen que está gastado ya ese verso,
polvoriento, lo llaman,
que huele a rancio, dicen, dicen, dicen,
y se dan a lo último,
que es ya lo más prehistórico.
Arrumbado juguete
de artistas nosequieístas, ¿qué podrás,
palabra, si no aspiras
a dejar la emoción de nuestro paso
la belleza aun del puro no saber?
Vieja y nueva canción nunca me faltes.
               (Sergio Fernández Salvador, “Lo breve eterno”
Fragmento del poema Vieja y nueva. —Págs. 40-41—).
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A modo de postdata: He leído en El País Digital que el papa Francisco ha publicado un documento —Motu Proprio se llama oficialmente— que modifica el reglamento jurídico del Vaticano y, entre otras cosas, endurece las penas y sanciones en asuntos relacionados con pederastia y blanqueo de capitales; introduce tipos hasta ahora no contemplados por la legislación vaticana, como el genocidio; elimina la cadena perpetua… El periodista dice textualmente al inicio del artículo: «El papa Francisco tiene prisa. Sus reformas se producen a un ritmo jamás visto en la Iglesia,»  
Sólo lo traigo aquí como coda a lo que apunté en la entrada del martes.

Viernes 12: A uno, que es propenso a servirse de la cualidad connotativa del lenguaje, más que de su opuesta, la denotativa, le gusta, de vez en cuando, disfrutar de textos construidos desde la precisión exhaustiva, cualidad que otorga al idioma poderes milimétricos, como si de un bisturí manejado por experto cirujano se tratase. Me refiero a la exactitud nítida que convierte a las frases en bloques de hormigón armado sin fisuras, sin apenas porosidades por donde pueda filtrarse una gota del rocío de la interpretación o la sugerencia, en fin, que elimina cualquier atisbo para que la imaginación del lector juegue su envite.
Este tipo de escritura se da sobre todo en filosofía o textos muy técnicos como los que pertenecen a la ciencia, la medicina, la ingeniería, la arquitectura o la judicatura, por ejemplo. En la mayoría de los casos, su lectura se torna plúmbea, porque, además de necesitar de una preparación específica del lector, su escritura  se cimienta en la explicación prolija, y se nutre del tecnicismo, el detalle, la reiteración, todo lo cual suele ser obstáculo para convertirla en ágil y amena.
Por motivos laborales, ayer hube de resumir una sentencia judicial del ámbito contencioso administrativo. A medida que desentrañaba tal pieza, comprendía el mecanismo de relojería que la dotaba las cualidades señaladas. Comprendía, además, que no puede ser de otro modo, a pesar de su complejidad, aunque para el lego en la materia se haga farragosa, sin serlo, pues de lo contrario los pleitos se dilatarían aún más de lo que ya se alargan, hasta convertirse en interminables. [A pesar de lo que digo, en demasiadas ocasiones se produce esta prolongación que acaba viciando a la justicia hasta destruir su esencia, pues el tiempo en alcanzar la meta debería ser un factor esencial a la hora de resolver los asuntos que desembocan en la judicatura].
En éstas estaba, cuando, de pronto, casi al final de la sentencia, me encontré con que un informe que, de haber sido emitido, hubiera enervado (en la segunda acepción que a la palabra otorga el DRAE) la pretensión de la parte demandada y hubiera sido teleológico para la pretensión de la parte demandante, por un error de transcripción, supongo, devino en teológico, con lo que, como un relámpago extemporáneo, aquella frase voló como sólo vuelan algunas metáforas que juegan con las sinestesias más arriesgadas. Y así, un informe jurídico, en la sentencia firme, se equipara a un texto teológico, lo que, sin duda, es excesivo para un informe, salvo que la misma divinidad haya decidido participar de estos intríngulis en que las administraciones a veces se debaten.
A más de uno quizá no le importara.

Sábado 13. Estoy rematando el artículo de este mes, pero tengo que dejarlo y venirme a esta página, porque no estoy seguro de lo que escribo. Se hace complicado con la televisión detrás mí y con las canciones de la verbena inesperada, delante. Intuyo, por la proximidad del sonido, que está siendo en los Jardinillos. Es música de los años sesenta y setenta.
Aunque pretenda evitarlo, las viejas melodías me invitan a viajar a otra época bien distinta. Y a pesar de ser ritmos bailables, amigables, pegadizos, alegres, me melancolizan. Creo que es inevitable.
Lo único que no ha variado de verdad, y quizá por ello es por lo que en el fondo me siento como entonces, es mi afán por la escritura. Por mucho, como ahora, que no me traiga nada nuevo entre manos, y lo que es peor, me parezca una tarea comparable a los trabajos de Hércules emprender alguna aventura —¿qué aventura, por cierto?—, no puedo dejar de escribir, como antaño no dejaba de hacerlo.
Aquel que fui no está aquí, sin embargo no se ha ido.

Domingo 14. Después del paseo vespertino, me he acercado a la plaza de Medina del Campo, para solventar sobre el terreno algunas dudas que me han surgido al rematar el artículo.
He visto la zona con otros ojos. He comprendido que no sé de casi nada, que conozco, por así decir, algunos titulares, como si pretendiera conocer a alguien sólo por el perfil de su sombra.
Ya sé que es imposible atesorar todos los saberes, sin embargo, debería ahondar más, al menos en lo que me rodea. Hoy ha sido este rincón, pero mañana será un jardín o una fiesta…, qué sé yo.
A veces tengo la impresión de que si se conociera mejor cuanto nos precede, se querría más y esto nos empujaría a conservarlo mejor, aunque encontrásemos sombras antes ignoradas.
Supongo que cuanto hoy se hace, mañana será juzgado por quienes nos prosigan. Supongo que nos gustaría que se valorase nuestro esfuerzo. Cada quien sabe cómo y cuánto cuesta lo que hace, en cualquier materia. Valorar el empeño y el esfuerzo de los demás en su tarea, debería ser lo primero, acaso lo más importante, más allá de señalar aciertos y errores.
Es tan sencillo desprestigiar, es tan fácil recurrir al tópico, es tan cómodo evitar el esfuerzo de ponerse en el lugar del otro, que acabamos por no entender nada y pensar que cualquier cosa vale; o lo que es peor aún, que cualquiera vale para hacer cualquier cosa; más aún, que sólo importa lo que nosotros hacemos, porque los demás no saben lo que hacen.
Quien mucho abarca, poco aprieta, dice nuestro refrán. Probablemente sea cierto, pero a veces pienso que no necesito apretar en nada, que me gustaría mucho más disfrutar intensamente de más cosas. Y esto sólo se puede lograr conociendo algo más que su sombra o su mera presencia. Los especialistas son imprescindibles, sin ellos ningún arte, ciencia, técnica, tecnología, profesión u oficio avanzarían, pero también son igual de necesarios quienes escuchen y asimilen parte de lo que dicen los expertos…