Cómplices

Lunes 22 a domingo 28 de julio de 2013

Lunes 22. Libre de la tormenta (Javier Sánchez Menéndez, Ediciones Siltolá 2013), a mi modo de ver, y entre otras cosas, es una poética diseminada, mejor dicho, el hilo con que teje el libro; una reflexión que alcanza el concepto de poesía, más que por presencias, desenmascarando imposturas; una búsqueda de la autenticidad, la esencia, señalando con el índice acusador a quien sostiene que se trata de sombra, cuando en realidad se refiere a la más profunda noche, a quien reivindica innovación cuando se trata de torpe bisutería, o torpe marroquinería, acudiendo a sus términos.
Más aún, Libre de la tormenta, es una meditación sobre la esencia del poeta. Para JSM el poeta es una especie de sacerdote de la poesía, a la que se debe. Una forma de vida, un modo de respirar y de existir basado en dos pilares: lectura de los clásicos y la contemplación de la naturaleza, incluso la humana. Leer, mirar… esperar. No escribir nada, cuando nada se tiene que decir. Casi ni a uno mismo.

Martes 23. Uno vive su realidad y no puede, aunque lo pretenda, luchar contra ciertos imponderables.
Acabada la corrección de Los andamios de los pájaros he llegado a ese punto preciso al que sabía que llegaría; en realidad la encrucijada en que sabía que estaba, pero que la tarea pendiente mantenía envuelta entre brumas.
Mera ilusión.
El autoengaño nunca es absoluto. Quizá sirva para ciertas charlas, para momentos en que uno intenta explicarse ante otros. Pero siempre se sabe la realidad. Aquí estoy, detenido ante la nada, ante un horizonte sin perspectivas. Un yermo plano, una extensión de vacío y silencio.
Se trata de un momento para tomar alguna decisión. Pero una tarde como la de hoy, no es precisamente la mejor ayuda. O quizá sea lo contrario. Quizá sea la más productiva de todas las tardes… si soy capaz de adentrarme en su significado.

Miércoles 24. No hay mucho margen para la duda. Ni para la retórica. Las señales son evidentes. Llegan por distintas vías. Ni siquiera puedo aducir incomprensión. No desconozco del todo el lenguaje de las cosas.
Está en la naturaleza humana imponer su voluntad, intentar modificar el curso de los acontecimientos en beneficio propio —o eso se piensa—; sin embargo no siempre es posible. Y en muchas ocasiones hay que intentar llegar al equilibrio complicado de dejarse llevar por la vida, sin que la vida te arrastre al precipicio.
Entiendo poco o nada de navegación, pero me parece que cuando un barco tropieza con una borrasca o tormenta, el mejor modo de salvarla no es ir en su contra, sino intentar orzar para que la embarcación, aunque pierda el rumbo, continúe navegando y no zozobre.
Y para eso no hay nada más inteligente que detenerse en silencio, acallar la propia voz para oír y escuchar e incluso respirar en la misma dirección.

Jueves 25. El ocaso se hace oro licuado. Sigue haciendo calor. Hoy sería demasiado fácil hablar de lo evidente. Cuando el dolor aprieta en la garganta ante la impotencia de la ilógica aparente, de lo inexplicable.
También sería fácil divagar sobre el modo en que no hubiera sucedido, o por qué no se invirtió más en seguridad para evitar en lo posible error o negligencia humana, o por qué no se pagó más dinero en expropiaciones para suavizar el trazado de la curva, o por qué… O se podría filosofar sobre el destino, sobre la fatalidad de ciertas circunstancias que sumadas convocan la presencia inmisericorde de la muerte…
Palabras.
Un joven segoviano, que ejercía como veterinario en Madrid, donde subió al tren, es uno de los fallecidos. También me confirman un barrunto que tenía desde primera hora de la tarde: uno de los viajeros en el fatídico tren que lo tomó en la estación segoviana de Guiomar, fue citado en estas páginas la semana pasada. Iago, aquel joven gallego que me telefoneó —tras la indicación de Norberto—, está fuera de peligro, en la planta de traumatología de un hospital coruñés.
El mismo sábado veinte, al llegar al Jardín de Leandro Silva, puse rasgos juveniles a su voz, gestos enmarcados en la sonrisa acogedora y sin dobleces. Poco más podría decir de él, pues cuatro o cinco minutos de conversación no dan más de sí. Pero intuyo, tras su figura de complexión delgada y no muy alta estatura, a un joven apasionado e ilusionado con todo cuanto se trae entre manos.
La tragedia es la misma. El horror, cuyas causas tan mal se explican, no varía ni un ápice. La niebla que impide la mirada hacia el porvenir no aligera ni un centímetro cúbico su espesura… Y, sin embargo, saberse paisano de uno de los fallecidos, tener memoria de un rostro herido, haber estrechado su mano no hace ni una semana, recordar el tono de su voz, me acerca más a este sufrimiento que se expande y se ramifica de modos insospechados a través de la geografía.
Para algunos el accidente quedará en un miedo difuso que probablemente no les abandone el resto de su existencia; otros se enfrentarán a una larga y escarpada ascensión para derrotar a las secuelas físicas y psíquicas del accidente; sin embargo, para otros ha empezado una noche sin tregua ni final, aunque lata su corazón, aunque respiren.
Todo ánimo es poco. Todo solidaridad es poca. Cualquier recurso que se destine para disipar la negritud de sus vidas será imprescindible, aunque quizá insuficiente. Las piquetas de la aurora difícilmente volverán a romper el muro de la madrugada.
En medio de este marasmo. En mitad de la niebla de la confusión, el dolor y la muerte, al menos, la solidaridad espontánea vuelve a señalar la dirección por la que avanzar para salir del laberinto. No me refiero al funcionamiento de los servicios de emergencia, al engranaje de los protocolos activados una vez que se ha producido la tragedia. Doy un paso más. Voy a la espontaneidad de esas manos tendidas que brotan impulsadas por un resorte casi inexplicable y automático. Si funcionan como deben los protocolos previstos y, además, se ven reforzados por esta espontaneidad, podemos esperar algo más del futuro. Todavía no hemos perdido la batalla, a pesar de la caída de muchos de los nuestros.

Viernes 26. Ha sido breve el encuentro. Pero uno ha tenido la sensación de que a pesar de los miles de kilómetros que nos separan cotidianamente, estamos mucho más cerca de lo que señalan los mapas.
Ha sido como continuar una conversación que surgió ayer mismo y continuará mañana o pasado mañana.
Es curioso esto de los afectos y las afinidades. Que sea necesaria, imprescindible, la presencia personal para que la amistad crezca, no lo dudo; pero cuando los imponderables de la vida suponen estas lejanías que probablemente nunca podrán eliminarse, la esencia de la amistad vence la aparente dificultad.
Con otra persona hablaba por la mañana sobre el respeto y la empatía como bases innegociables para aplicar un término tan hondo como el de amistad. Para que ambas cualidades surjan no es imprescindible la proximidad, menos aún cuando estos tiempos nos regalan la posibilidad de la comunicación fluida a través de tantos medios que la tecnología pone al alcance de la mayoría.
Tal y como lo entiendo, si uno considera a alguien su amigo, lo primero que ha de buscar es que tal persona se sienta estimada y se sienta respetada en lo que hace, y para ello hace falta el pequeño esfuerzo de intentar ponerse en su lugar, procurar comprender sus actos, sus deseos, sus sueños, sus problemas. A mi modo de ver, el amigo con quien se puede charlar de cualquier cosa sin necesidad de medir las consecuencias de una opinión. Incluso alguien con quien se puede caminar muchos kilómetros en silencio, porque lo que importa es su presencia. Y a pesar de lo que se crea a primera vista, esto no es tan sencillo. Se trata de una mirada pura y, al mismo tiempo, totalizadora; una mirada que no se conforma con la piel, sino que busca hasta el último pliegue de la respiración.
Pero qué bien sienta un abrazo, qué hermoso caminar por las mismas calles y compartir la misma luz, aunque sólo sea un par horas, apenas un suspiro.

Sábado 27. Y llegaron los políticos, con sus declaraciones fatuas, ofensivas contra la inteligencia más elemental. Hablan por hablar, aunque debieran callar por no ofender.
Cuando la sombra del dinero asoma en mitad del instante que corresponde a las lágrimas y a las despedidas llenas de dolor e impotencia —como la de Francisco Javier García Liras esta mañana en la Parroquia del Cristo del Mercado de Segovia—, algo empieza a emborronarse en la imagen. A mí al menos. Sí parece lo que se dice. Quien más quien menos lo ha pensado, lo reconozco. Pero otras veces también parecía y no fue así.
¿Por qué no esperar a disponer de todos los datos, o los fundamentales, antes de emitir juicios? Sus palabras, no son mis palabras. Su responsabilidad no es la mía. Si ellos señalan con el dedo en una dirección, la mirada de la mayoría avanza en ese rumbo.
Tanto dolor y tanta sangre como ahora tiñen tantos hogares merecen más consideración. Explicar dando por cierto lo que aún no se puede confirmar al cien por cien, me parece cualquier cosa, excepto solicitud hacia el sufrimiento. Tenga las consecuencias que tenga, la verdad siempre es la mayor muestra de respeto ante las víctimas. Y siempre es mejor tener que esperar un poco, a tener que recular de lo opinado para decir digo donde se dijo Diego.

Domingo 28. ¿Cuándo aprenderé a habitar en el presente continuo que es la vida? Cuando uno vive en esta situación, proyectarse en el futuro, aunque sea en silencio y sobre el inmediato más próximo, es el mejor camino para un constante sentimiento de frustración, para que la impotencia se convierta en la sensación que reviste mi día a día… Reconozco que he avanzado, pero aún falta un trecho por recorrer.

Mas, cómo no pensar dónde iré dentro de media hora, qué haré esta tarde…