Lunes 22. Libre de la
tormenta (Javier Sánchez Menéndez, Ediciones Siltolá 2013), a mi modo de ver, y entre otras cosas,
es una poética diseminada, mejor dicho, el hilo con que teje el libro; una reflexión
que alcanza el concepto de poesía, más que por presencias, desenmascarando imposturas;
una búsqueda de la autenticidad, la esencia, señalando con el índice acusador a
quien sostiene que se trata de sombra, cuando en realidad se refiere a la más
profunda noche, a quien reivindica innovación cuando se trata de torpe
bisutería, o torpe marroquinería, acudiendo a sus términos.
Más aún, Libre de la tormenta, es una meditación sobre
la esencia del poeta. Para JSM el poeta es una especie de sacerdote de la
poesía, a la que se debe. Una forma de vida, un modo de respirar y de existir
basado en dos pilares: lectura de los clásicos y la contemplación de la
naturaleza, incluso la humana. Leer, mirar… esperar. No escribir nada, cuando
nada se tiene que decir. Casi ni a uno mismo.
Martes
23.
Uno vive su realidad y no puede, aunque lo pretenda, luchar contra ciertos
imponderables.
Acabada la corrección
de Los andamios de los pájaros he
llegado a ese punto preciso al que sabía que llegaría; en realidad la encrucijada
en que sabía que estaba, pero que la tarea pendiente mantenía envuelta entre brumas.
Mera ilusión.
El autoengaño nunca
es absoluto. Quizá sirva para ciertas charlas, para momentos en que uno intenta
explicarse ante otros. Pero siempre se sabe la realidad. Aquí estoy, detenido
ante la nada, ante un horizonte sin perspectivas. Un yermo plano, una extensión
de vacío y silencio.
Se trata de un
momento para tomar alguna decisión. Pero una tarde como la de hoy, no es
precisamente la mejor ayuda. O quizá sea lo contrario. Quizá sea la más
productiva de todas las tardes… si soy capaz de adentrarme en su significado.
Miércoles
24.
No hay mucho margen para la duda. Ni para la retórica. Las señales son
evidentes. Llegan por distintas vías. Ni siquiera puedo aducir incomprensión.
No desconozco del todo el lenguaje de las cosas.
Está en la
naturaleza humana imponer su voluntad, intentar modificar el curso de los
acontecimientos en beneficio propio —o eso se piensa—; sin embargo no siempre
es posible. Y en muchas ocasiones hay que intentar llegar al equilibrio complicado
de dejarse llevar por la vida, sin que la vida te arrastre al precipicio.
Entiendo poco o nada
de navegación, pero me parece que cuando un barco tropieza con una borrasca o tormenta,
el mejor modo de salvarla no es ir en su contra, sino intentar orzar para que
la embarcación, aunque pierda el rumbo, continúe navegando y no zozobre.
Y para eso no hay
nada más inteligente que detenerse en silencio, acallar la propia voz para oír
y escuchar e incluso respirar en la misma dirección.
Jueves
25. El
ocaso se hace oro licuado. Sigue haciendo calor. Hoy sería demasiado fácil
hablar de lo evidente. Cuando el dolor aprieta en la garganta ante la
impotencia de la ilógica aparente, de lo inexplicable.
También sería fácil divagar
sobre el modo en que no hubiera sucedido, o por qué no se invirtió más en
seguridad para evitar en lo posible error o negligencia humana, o por qué no se
pagó más dinero en expropiaciones para suavizar el trazado de la curva, o por
qué… O se podría filosofar sobre el destino, sobre la fatalidad de ciertas
circunstancias que sumadas convocan la presencia inmisericorde de la muerte…
Palabras.
Un joven segoviano, que
ejercía como veterinario en Madrid, donde subió al tren, es uno de los
fallecidos. También me confirman un barrunto que tenía desde primera hora de la
tarde: uno de los viajeros en el fatídico tren que lo tomó en la estación
segoviana de Guiomar, fue citado en estas páginas la semana pasada. Iago, aquel
joven gallego que me telefoneó —tras la indicación de Norberto—, está fuera de
peligro, en la planta de traumatología de un hospital coruñés.
El mismo sábado
veinte, al llegar al Jardín de Leandro Silva, puse rasgos juveniles a su voz,
gestos enmarcados en la sonrisa acogedora y sin dobleces. Poco más podría decir
de él, pues cuatro o cinco minutos de conversación no dan más de sí. Pero intuyo,
tras su figura de complexión delgada y no muy alta estatura, a un joven
apasionado e ilusionado con todo cuanto se trae entre manos.
La tragedia es la
misma. El horror, cuyas causas tan mal se explican, no varía ni un ápice. La
niebla que impide la mirada hacia el porvenir no aligera ni un centímetro
cúbico su espesura… Y, sin embargo, saberse paisano de uno de los fallecidos, tener
memoria de un rostro herido, haber estrechado su mano no hace ni una semana,
recordar el tono de su voz, me acerca más a este sufrimiento que se expande y
se ramifica de modos insospechados a través de la geografía.
Para algunos el
accidente quedará en un miedo difuso que probablemente no les abandone el resto
de su existencia; otros se enfrentarán a una larga y escarpada ascensión para
derrotar a las secuelas físicas y psíquicas del accidente; sin embargo, para
otros ha empezado una noche sin tregua ni final, aunque lata su corazón, aunque
respiren.
Todo ánimo es poco.
Todo solidaridad es poca. Cualquier recurso que se destine para disipar la
negritud de sus vidas será imprescindible, aunque quizá insuficiente. Las piquetas
de la aurora difícilmente volverán a romper el muro de la madrugada.
En medio de este
marasmo. En mitad de la niebla de la confusión, el dolor y la muerte, al menos,
la solidaridad espontánea vuelve a señalar la dirección por la que avanzar para
salir del laberinto. No me refiero al funcionamiento de los servicios de
emergencia, al engranaje de los protocolos activados una vez que se ha
producido la tragedia. Doy un paso más. Voy a la espontaneidad de esas manos
tendidas que brotan impulsadas por un resorte casi inexplicable y automático.
Si funcionan como deben los protocolos previstos y, además, se ven reforzados
por esta espontaneidad, podemos esperar algo más del futuro. Todavía no hemos
perdido la batalla, a pesar de la caída de muchos de los nuestros.
Viernes
26.
Ha sido breve el encuentro. Pero uno ha tenido la sensación de que a pesar de
los miles de kilómetros que nos separan cotidianamente, estamos mucho más cerca
de lo que señalan los mapas.
Ha sido como
continuar una conversación que surgió ayer mismo y continuará mañana o pasado
mañana.
Es curioso esto de
los afectos y las afinidades. Que sea necesaria, imprescindible, la presencia
personal para que la amistad crezca, no lo dudo; pero cuando los imponderables
de la vida suponen estas lejanías que probablemente nunca podrán eliminarse, la
esencia de la amistad vence la aparente dificultad.
Con otra persona hablaba
por la mañana sobre el respeto y la empatía como bases innegociables para
aplicar un término tan hondo como el de amistad. Para que ambas cualidades
surjan no es imprescindible la proximidad, menos aún cuando estos tiempos nos
regalan la posibilidad de la comunicación fluida a través de tantos medios que
la tecnología pone al alcance de la mayoría.
Tal y como lo
entiendo, si uno considera a alguien su amigo, lo primero que ha de buscar es
que tal persona se sienta estimada y se sienta respetada en lo que hace, y para
ello hace falta el pequeño esfuerzo de intentar ponerse en su lugar, procurar
comprender sus actos, sus deseos, sus sueños, sus problemas. A mi modo de ver,
el amigo con quien se puede charlar de cualquier cosa sin necesidad de medir
las consecuencias de una opinión. Incluso alguien con quien se puede caminar
muchos kilómetros en silencio, porque lo que importa es su presencia. Y a pesar
de lo que se crea a primera vista, esto no es tan sencillo. Se trata de una
mirada pura y, al mismo tiempo, totalizadora; una mirada que no se conforma con
la piel, sino que busca hasta el último pliegue de la respiración.
Pero qué bien sienta
un abrazo, qué hermoso caminar por las mismas calles y compartir la misma luz,
aunque sólo sea un par horas, apenas un suspiro.
Sábado
27.
Y llegaron los políticos, con sus declaraciones fatuas, ofensivas contra la
inteligencia más elemental. Hablan por hablar, aunque debieran callar por no
ofender.
Cuando la sombra del
dinero asoma en mitad del instante que corresponde a las lágrimas y a las
despedidas llenas de dolor e impotencia —como la de Francisco Javier García
Liras esta mañana en la Parroquia del Cristo del Mercado de Segovia—, algo
empieza a emborronarse en la imagen. A mí al menos. Sí parece lo que se dice.
Quien más quien menos lo ha pensado, lo reconozco. Pero otras veces también
parecía y no fue así.
¿Por qué no esperar
a disponer de todos los datos, o los fundamentales, antes de emitir juicios?
Sus palabras, no son mis palabras. Su responsabilidad no es la mía. Si ellos
señalan con el dedo en una dirección, la mirada de la mayoría avanza en ese
rumbo.
Tanto dolor y tanta
sangre como ahora tiñen tantos hogares merecen más consideración. Explicar dando
por cierto lo que aún no se puede confirmar al cien por cien, me parece
cualquier cosa, excepto solicitud hacia el sufrimiento. Tenga las consecuencias
que tenga, la verdad siempre es la mayor muestra de respeto ante las víctimas. Y
siempre es mejor tener que esperar un poco, a tener que recular de lo opinado
para decir digo donde se dijo Diego.
Domingo
28. ¿Cuándo
aprenderé a habitar en el presente continuo que es la vida? Cuando uno vive en
esta situación, proyectarse en el futuro, aunque sea en silencio y sobre el
inmediato más próximo, es el mejor camino para un constante sentimiento de
frustración, para que la impotencia se convierta en la sensación que reviste mi
día a día… Reconozco que he avanzado, pero aún falta un trecho por recorrer.
Mas, cómo no pensar
dónde iré dentro de media hora, qué haré esta tarde…