Cómplices

Lunes 9 a domingo 15 de septiembre de 2013

Todavía no sé por qué —dudo que lo comprenda alguna vez— el jueves me dio el repente de subir Alas rotas a Internet. Hacerlo, además, en uno de mis blogs (Euritmia en la red) y prescindir de la posibilidad de alojar una versión electrónica del libro completo en alguna de las plataformas digitales en que esto puede hacerse.
A medida que avanzo en su revisión percibo, no sin asombro, que su densidad es mayor de lo que imaginaba o recordaba, y que el lector avanzará por ella con la misma sensación de fatiga con la que se avanza por una empinada cuesta, y no por el estilo o su dificultad narrativa, sino por la esencia de lo que se cuenta.
Quizá el formato blog no sea el más adecuado para una novela de estas características, ni siquiera para una novela. Quizá publicar un capítulo a la semana tampoco sea lo más adecuado. Sea como fuere, el impulso que sentí el jueves pasado fue irresistible. Y ante ese tipo de vendaval interior tengo la teoría que debo dejarme llevar. El tiempo dirá por qué de esta forma y no de otra… o de ninguna.
También la escritura de la narración fue un impulso huracanado que me empujó. Es la única vez que me ha sucedido hasta ahora.
Se podría decir que Alas rotas es un libro de impulsos, un libro que nace —y ahora re-nace— como consecuencia irremediable de un empellón desmedido, ajeno a mi voluntad, o al menos ajeno a mi voluntad consciente.
Se me apareció una noche de principios de julio de 2003. Durante la madrugada del dos al tres de julio, o del tres al cuatro. Lo sentí como un estallido en mi interior o como la llegada de un cuerpo ajeno a mí antes de dormir, si es que llegué a dormir aquella madrugada, tal fue su intensidad.
Probablemente se unieron diversas circunstancias que impactaron en mi interior. Lo extraño del frío y del ventarrón de componente norte de aquellos días de pleno estío, el entierro en un pueblo de la provincia del padre de un amigo, el tramo duro de mi vida que transitaba por entonces, la influencia de las sinfonías de Bruckner y Mahler que escuchaba con cierta asiduidad, la relectura reciente de Señora de rojo sobre fondo gris de Miguel Delibes, el inicio de las vacaciones, es decir, la apertura ante mí un espacio de tiempo y soledad que me permitían afrontar la tarea con dedicación absoluta. Pero, sobre todo, la necesidad que tenía de enfrentarme a determinadas decisiones, con independencia del momento en que éstas se hiciesen realidad. A veces, para llegar a la verdad hay que transitar la ficción.
A la mañana siguiente me puse a escribir como un poseso. No tuve que pensar en su estructura ni en su tono ni en caracterizaciones de personajes ni el tipo de lenguaje. Nada. Todo estaba dentro de mí, como mucho ensamblar o pulir alguna pieza que sólo se puede contemplar cuando se llega al detalle, pues pasa desapercibida en la contemplación general del cuadro; por ejemplo el brazalete o el viaje a Tailandia o la escena de la borrachera…
Aunque se extendió más de lo que pensé inicialmente, sabía que la novela no era larga y, por tanto, si me ponía manos a la obra en diez días intensos y dedicación podría estar escrita la redacción provisional de su primer borrador. Su primera versión —que no difiere en estructura, argumento, tono, personas narrativas, de la de hoy— fue presentada en el registro de la propiedad intelectual en septiembre de 2003.
Ha pasado una década y un par de rechazos editoriales para que me vuelva a enfrentar a ella a fondo. (Creo que mi asesor personal de imagen se tirará de los pelos por esta referencia al rechazo, pero es lo que hay, es lo que hubo, es lo que tuvo que ser).
La versión que ahora va surgiendo, a pesar de que no modifica nada sustancial del texto, difiere en el modo en que empleo del lenguaje: menos adjetivos, menos perífrasis verbales, menos circunloquios, menos digresiones y más cortas…

Bruckner otra vez en mis horas de escritura. La revisión de Alas rotas, aunque sólo es formal está llevándome más tiempo del previsto inicialmente, un cálculo demasiado optimista. A ver si esta semana…
Para ambientar la lectura de la obra, y ya que es un recurso interactivo que permiten los blogs, a diferencia de un pdf, por ejemplo, he pensado en subir casi en la cabecera del blog una de las versiones de la octava sinfonía de Bruckner.
Así he pasado la tarde, escuchando versiones de la obra, recobrando algunas sensaciones del pasado.
Hacía tiempo que Bruckner y Mahler me parecían demasiado retóricos y exagerados y me cargaba un poco su escucha. Pero ha sido volver a esta novela y sentir que no puedo escuchar otra música, cuando estoy entre sus páginas.
Los mecanismos del cerebro y de la memoria son curiosos.

Hoy no ha sido Bruckner, sino Mahler. He buscado una versión de su Quinta sinfonía, que es la que más sonó durante los días de escritura de hace una década. La que alternaba con la octava y la novena de Bruckner. Y he descubierto la que Myung-Whun Chung dirigió el tres de julio (casualmente), pero de 2006 a la London Symphony Orchestra en Japón.
He cometido la torpeza de empezar a mirar el vídeo. Quiero decir que no me he conformado con ponerme los auriculares y dejar que la música creara en mi interior el ambiente propicio. Y ya no he hecho otra cosa durante una hora y media más menos.
Es como si me hubiera hechizado el modo en que llevaba la orquesta y el modo en que sentía la música. Sin aspavientos o gestos excesivos. Había fragmentos en los que uno percibía que este hombre se sentía feliz zambullido en la melodía que brotó del interior del austriaco.

Vengo de ver a la Gimnástica Segoviana en su partido contra el Real Ávila.
Del partido, poco que decir. Han empatado a un gol. La Gimnástica ha jugado mejor, pero sin llegar a inquietar en exceso al portero contrario. Los abulenses han sido muy eficaces: un disparo a puerta, prácticamente acabado el descuento del partido y han empatado.
Si traigo aquí el partido es por la vergüenza que he pasado desde antes de su comienzo.
Uno no es de subir a la Albuera, el campo municipal donde juega sus partidos la Sego. Hay muchos factores, pero creo que, además de nuestro clima, sobre todo influye que no soporto insultos y otro tipo de vehemencias verbales causado por el fanatismo con que los aficionados se comportan. Por eso mismo tampoco suelo ver los partidos en un bar. Todas estas cosas, que parecen connaturales al fútbol, me desagradan mucho y me ponen muy nervioso.
Es alucinante que por culpa de una panda de descerebrados de uno y otro lado, haya que movilizar hasta el campo a una dotación de policías mayor de lo habitual, que se tengan que ubicar en el graderío para que ambos grupos no consigan hacerse una visita, que es lo que pretenden. Una visita, no precisamente de cortesía
Pero lo peor son los insultos y la provocación continua.
Cuando he llegado al estadio, los ultras del Ávila, injuriaban a Segovia y los segovianos. Pero cuando han entrado los ultras locales, iban profiriendo cánticos igualmente injuriosos contra Ávila y los abulenses. Y luego está su indumentaria, casi uniformados, casi militarizados. Estéticas neonazis, o skin-head, botas militares, descamisados luciendo tatuajes, sobre todo entre los cabecillas, los que parecían predispuestos a una pelea desde antes de iniciarse el partido…
La policía, sabiendo lo que se trae entre manos, y con calma, ha hecho de muralla, y el asunto no ha pasado de las voces, los insultos y los cánticos. Pero es todo muy desagradable y ya impide desde el principio disfrutar de un partido de fútbol… Razón por la cual ha pagado el importe correspondiente en taquilla. (Cosa que alguno de estos cafres del equipo local no ha hecho, pues hemos visto como se han saltado la valla oriental de acceso al estadio)
Estoy hablando de un partido de tercera división, estoy hablando de Segovia y Ávila
Uno entiende que se anime al equipo propio. Es más, reconozco que está bien que haya algún grupo entre los aficionados de un club que induzcan al resto del graderío a alentar a los suyos. Al fin y al cabo el fútbol no es la ópera. Pero que para demostrar el amor a unos colores se tenga que insultar al adversario, no lo comprendo. Hay una parte del proceso lógico que lleva de un punto (pasión por unos colores) a otro (insultos al rival) en que me pierdo. Será que lo mío no es la lógica. O no es el fútbol, por más que diga lo contrario. No me sirve la típica excusa de que no sé qué año, no sé quién del otro grupo agredió a alguno del nuestro o viceversa.
Nadie hace nada.
Eso sí, un día habrá que escuchar lamentos, discursos y tertulias cuando pase algo grave. Y va a pasar, porque si esto que apunto sin cargar tintas ha sucedido en un partido entre la Segoviana y el Ávila y los protagonistas no serían más de una docena, —me refiero a los cabestros sin neuronas que más chillaban, insultaban y provocaban— no me quiero plantear otros partidos en otras circunstancias…