Cómplices

Martes 1 a domingo 6 de octubre de 2013

Es inútil pretender forzar el ritmo natural de las cosas. Desde que decidí que las vacaciones empezaban esta semana, sé que sus jornadas transitarán por el cambio en la rutina. Y no sólo porque no madrugue tanto, o porque no acuda a la oficina, sino porque el teórico aumento de tiempo de ocio, supondrá menoscabo en las horas dedicadas a este afán por la escritura.
Y no se trata de un lamento, repito que es inútil pretender forzar el ritmo natural de las cosas.

Me ha regalado M. un dispositivo electrónico para la lectura. Era inevitable que lo acabara teniendo, como es inevitable el paso de los días. Y más inevitable aún, que me entretenga con él ahora como los niños se entretienen con el nuevo juguete.
Lo primero que descubro, con bastante fastidio, es que en este dispositivo no se pueden descargar los libros de todas las editoriales, porque no está habilitado para ciertos formatos. Es como si uno para ver cualquier televisión tuviera que tener varios aparatos en la misma habitación y saber cuál ha de enchufar para ver éste o aquél programa. Es como si los coches no pudieran circular por cualquier carretera, dependiendo del modelo de ruedas o la fuente de alimentación de su motor.
Esto quiere decir que los editores habrán de publicar libros electrónicos, al menos en dos formatos diferentes, uno en pdf, adobe, epub o e-book, y el otro en el que parece exclusivo e incompatible de una de ellas, la que viene con afanes similares a los que Atila tuvo en su momento. Esto quiere decir que quienes no quieran o no puedan tener dos dispositivos de lectura no podrán disponer de cualquier libro. Esto quiere decir que aún estamos en los inicios de este producto.
Me recuerda al inicio de las reproducciones de vídeo, cuando llegaron a convivir tres versiones, no sólo de cintas donde se almacenaban los contenidos, sino de aparatos para su reproducción, hasta que VHS desbancó a 2000 y Beta, sin duda esta última la mejor para el usuario y peor para los fabricantes pues en el mismo espacio se podía almacenar el doble de información.
Así las cosas, la gran ventaja de estos dispositivos respecto del libro en papel o del almacenamiento de libros electrónicos en el ordenador, incluso en una tablet, que es su tamaño y ligereza, queda reducida en mucho.
De nuevo, como siempre, el usuario, el pobre comprador influido por una publicidad brutal pero no-sincera, pues oculta algunas cuestiones importantes, es el pagano de una feroz batalla de intereses comerciales.
Y no es difícil barruntar que estos pequeños aparatos, serán los más fugaces de toda esta barahúnda de cachivaches electrónicos que ya son irremediables en nuestra existencia. Los fabricantes de tablets tienen el partido ganado.

Son imprecisas las señales para cualquiera, menos para mí, que soy quien las percibe en carne propia.
Por más que cualquiera de los amigos con quien hable sobre este asunto, incluso M., opinen que se trata de una racha pasajera, de algo que tiene que ver con el momento de la existencia que atravieso, sé que debo afrontar el final de una etapa en mi vida. Un final anticipado y alejado del cumplimiento de alguno de mis sueños.
No se trata de fracaso, sino más bien de que uno concluyó aquello que tenía que hacer.

Siempre que uno acude a estas comidas, acaba irrigado en su espíritu no sólo por el vino, sino por cierta sobredosis de melancolía. Despedir a un compañero que ha decidido finalizar su andadura laboral, en el fondo, es despedir un pedazo de nosotros mismos.
Estaba emocionado en su habitual silencio. Creo que por primera vez en su existencia se sabía centro de una celebración, pues es de esas personas que viven felices en la invisibilidad, en el mutismo, en hacer su trabajo sin desmayo, pero sin alharacas. Por ser como es, hemos acudido a la cita tantos compañeros.

La luz, del ocaso, que ya se derrama a horas tan tempranas sobre nosotros, en la Alameda es preludio del oro.
Ha refrescado notablemente: hoy no sobra la cazadora, como ayer mismo nos estorbaba.
Me he dedicado a escuchar su voz, el relato de su viaje por Croacia, queriéndome hacer partícipe de aquellos días. Y me doy cuenta una vez, otra vez más, que aún he de simplificar más mi existencia, desembarazarme, sobre todo, de aquellas ocupaciones que me impiden o me alejan de lo que debiera hacer y no estoy haciendo, aunque tal determinación me obligue a tornarme invisible.
¿Qué diferencia real podría establecerse entre ser apenas sombra o eco, a ser invisible?

He terminado de escuchar la versión leída de Alas rotas. Es fascinante oír en otra voz y en otro ritmo distinto al de la lectura de uno, las frases escritas hace tantos años y reparadas (¿o empeoradas?) en este verano.
La virtud de un seguimiento a ritmo sereno y plácido de esta lectura, es que me vuelvo a percatar de la posibilidad de ciertos nuevos retoques puntuales.
El ímprobo y generoso esfuerzo no tiene pago posible por mi parte, y un agradecimiento público no parece suficiente.