Es inútil pretender forzar el
ritmo natural de las cosas. Desde que decidí que las vacaciones empezaban esta
semana, sé que sus jornadas transitarán por el cambio en la rutina. Y no sólo
porque no madrugue tanto, o porque no acuda a la oficina, sino porque el
teórico aumento de tiempo de ocio, supondrá menoscabo en las horas dedicadas a
este afán por la escritura.
Y no se trata de un
lamento, repito que es inútil pretender forzar el ritmo natural de las cosas.
Me ha
regalado
M. un dispositivo electrónico para la lectura. Era inevitable que lo acabara
teniendo, como es inevitable el paso de los días. Y más inevitable aún, que me
entretenga con él ahora como los niños se entretienen con el nuevo juguete.
Lo primero que
descubro, con bastante fastidio, es que en este dispositivo no se pueden
descargar los libros de todas las editoriales, porque no está habilitado para
ciertos formatos. Es como si uno para ver cualquier televisión tuviera que
tener varios aparatos en la misma habitación y saber cuál ha de enchufar para
ver éste o aquél programa. Es como si los coches no pudieran circular por
cualquier carretera, dependiendo del modelo de ruedas o la fuente de
alimentación de su motor.
Esto quiere decir
que los editores habrán de publicar libros electrónicos, al menos en dos
formatos diferentes, uno en pdf, adobe, epub o e-book, y el otro en el que
parece exclusivo e incompatible de una de ellas, la que viene con afanes similares a los que Atila tuvo en su momento. Esto quiere decir que quienes no quieran o no
puedan tener dos dispositivos de lectura no podrán disponer de cualquier libro.
Esto quiere decir que aún estamos en los inicios de este producto.
Me recuerda al
inicio de las reproducciones de vídeo, cuando llegaron a convivir tres
versiones, no sólo de cintas donde se almacenaban los contenidos, sino de
aparatos para su reproducción, hasta que VHS desbancó a 2000 y Beta, sin duda esta
última la mejor para el usuario y peor para los fabricantes pues en el mismo
espacio se podía almacenar el doble de información.
Así las cosas, la
gran ventaja de estos dispositivos respecto del libro en papel o del
almacenamiento de libros electrónicos en el ordenador, incluso en una tablet, que es su tamaño y ligereza,
queda reducida en mucho.
De nuevo, como
siempre, el usuario, el pobre comprador influido por una publicidad brutal pero
no-sincera, pues oculta algunas cuestiones importantes, es el pagano de una
feroz batalla de intereses comerciales.
Y no es difícil
barruntar que estos pequeños aparatos, serán los más fugaces de toda esta
barahúnda de cachivaches electrónicos que ya son irremediables en nuestra
existencia. Los fabricantes de tablets tienen
el partido ganado.
Son
imprecisas
las señales para cualquiera, menos para mí, que soy quien las percibe en carne
propia.
Por más que
cualquiera de los amigos con quien hable sobre este asunto, incluso M., opinen
que se trata de una racha pasajera, de algo que tiene que ver con el momento de
la existencia que atravieso, sé que debo afrontar el final de una etapa en mi
vida. Un final anticipado y alejado del cumplimiento de alguno de mis sueños.
No se trata de
fracaso, sino más bien de que uno concluyó aquello que tenía que hacer.
Siempre que uno acude a
estas comidas, acaba irrigado en su espíritu no sólo por el vino, sino por
cierta sobredosis de melancolía. Despedir a un compañero que ha decidido
finalizar su andadura laboral, en el fondo, es despedir un pedazo
de nosotros mismos.
Estaba emocionado en
su habitual silencio. Creo que por primera vez en su existencia se sabía centro
de una celebración, pues es de esas personas que viven felices en la
invisibilidad, en el mutismo, en hacer su trabajo sin desmayo, pero sin
alharacas. Por ser como es, hemos acudido a la cita tantos compañeros.
La luz, del ocaso, que ya se
derrama a horas tan tempranas sobre nosotros, en la Alameda es preludio del
oro.
Ha refrescado
notablemente: hoy no sobra la cazadora, como ayer mismo nos estorbaba.
Me he dedicado a
escuchar su voz, el relato de su viaje por Croacia, queriéndome hacer partícipe
de aquellos días. Y me doy cuenta una vez, otra vez más, que aún he de
simplificar más mi existencia, desembarazarme, sobre todo, de aquellas
ocupaciones que me impiden o me alejan de lo que debiera hacer y no estoy
haciendo, aunque tal determinación me obligue a tornarme invisible.
¿Qué diferencia real
podría establecerse entre ser apenas sombra o eco, a ser invisible?
He terminado de escuchar la
versión leída de Alas rotas. Es
fascinante oír en otra voz y en otro ritmo distinto al de la lectura de uno,
las frases escritas hace tantos años y reparadas (¿o empeoradas?) en este
verano.
La virtud de un
seguimiento a ritmo sereno y plácido de esta lectura, es que me vuelvo a
percatar de la posibilidad de ciertos nuevos retoques puntuales.
El ímprobo y
generoso esfuerzo no tiene pago posible por mi parte, y un agradecimiento
público no parece suficiente.