No me apetecía escribir. Tenía
el impulso, o la necesidad, de leer poesía. Y la razón la he descubierto nada al
Menos la luna y yo de Jesús Cotta
(Cártama, Málaga, 1967) editado por Isla
de siltolá. La emoción me ha abrazado casi con premura, como si fuera
inevitable nuestro encuentro.
Ha sido un abrazo largo y
hondo, un baño en aguas reparadoras.
He llegado a la
conclusión de que a Cotta le importa la poesía tal que bólido transmisor de
emociones, porque se sitúa en ese punto tan complicado del ser humano, el sentimiento
hondo y compartido, no el sentimentalismo de superficies estremecidas, mas sin
arraigos. Le interesan, sobre todo, las emociones más nutricias para el corazón
humano, las que proporcionan felicidad y crecimiento —o ahondamiento—. Si
alguna vez brota una lágrima, será porque se ha desbordado un arpegio del
corazón, a veces indecible, no a causa de un dolor o una tristeza de tonos
neblinosos. Menos la luna y yo es el
poemario de un optimista que contempla la vida con la luz de la alegría con la
que le armaron sus hermanos para cuando
tuviera que bregar con la muerte; pero no es alegría banal o epidérmica; al
contrario, sabe de dolor, de ausencia, de desgarro, de muerte, aunque no se
queda en ellos, sino que siempre se iza camino de la esperanza.
Este poemario es una
aproximación a la autobiografía íntima del autor. Es difícil —aunque parezca lo
contrario—, encontrar una capacidad así para desvestirse de los accidentes de
una existencia y mostrar lo esencial lo que en verdad nos define como seres
humanos.
Es tan libre y personal
el poeta, que no rehúye de la rima tanto en poemas asonantados como en piezas
de rimas consonante tal que los sonetos, que brotan ante el lector con
naturalidad, con esa sencillez propia de quien domina el oficio sin ostentación
ni alharacas.
Menos la luna y yo esta dividido en seis secciones —Niños, Hombres, Logos
Elementos, Eros y Dios—, precedidas de un poema introductorio titulado Primera voluntad, cuyo tono marcará al
lector, acaso desprevenido, y lo desarmará para el resto de la lectura, porque
la decisión del poeta es navegar en el terreno de las emociones más puras, más
sencillas, ésas que todos hemos sentido antes o después, las que nunca
figurarán en los currículos vitae, y, sin embargo, nos acompañan sin descanso,
pues laten bajo la piel y la mirada.
No me resisto a copiar, del
epígrafe llamado Elementos, La golondrina:
Loco
de amor perdido estaba Dios
cuando se le ocurrió la golondrina.
Cómo tembló cuando la echó a volar.
Y cómo vuela desde entonces. Mírala.
Mira la gracia remontar el vuelo,
lanzarse al sol, pastorear la brisa,
rasgar el vendaval con alas negras,
el pecho rojo de quitar espinas.
Audacia favorita de los vientos,
acrobacia nocturna en pleno día,
golondrina de Dios, yo te celebro,
porque eres la cometa de mi vida,
llevaste al cielo el alma de mi padre
y un día llevarás también la mía.
cuando se le ocurrió la golondrina.
Cómo tembló cuando la echó a volar.
Y cómo vuela desde entonces. Mírala.
Mira la gracia remontar el vuelo,
lanzarse al sol, pastorear la brisa,
rasgar el vendaval con alas negras,
el pecho rojo de quitar espinas.
Audacia favorita de los vientos,
acrobacia nocturna en pleno día,
golondrina de Dios, yo te celebro,
porque eres la cometa de mi vida,
llevaste al cielo el alma de mi padre
y un día llevarás también la mía.
Sale la noticia del primer
documento ‘pastoral’ del papa
Francisco, una exhortación apostólica. En el intrincando mundo de los
documentos pontificios una exhortación es de menor rango que una encíclica,
pero tiene más calado que una carta pastoral. Cuando me he puesto a leerla no
pensaba que me encontraría con ese chorro de luz, fuerza y ganas de ventilar el
ambiente.
Cambia el tono. Desde el
mismo inicio, es como si se apeara definitivamente de la silla gestatoria que
aún ocupaban los sumos pontífices, sino sus cuerpos, sí al redactar documentos
de tal hondura.
Creo que habrá revuelo,
bastante revuelo…
O silencio, todo el
silencio que provocan las denuncias de alguien a quien presuponíamos de nuestra
parte y nos sorprende con una crítica frontal y sin fisuras, como la que en la
primera parte se hace al capitalismo salvaje y esclavizante en el que vivimos.
Para quienes no entiendan o estén en contra de la doctrina tradicional de la
iglesia católica en ámbitos diferentes al económico, no habrá sino pequeños
resquicios bajo los que se intuye la posibilidad de cierto cambio a largo plazo.
Quizá no pueda ser de otro modo.
Las sensaciones son contradictorias,
como cada año, cuando llega la hora —poco después del mediodía— en que se
entrega el Premio Gil de Biedma de poesía en la Diputación.
Es como un paréntesis en
mi tarea, pues para asistir al acto, apenas tengo que bajar un par de tramos de
escalera. Siento —es inevitable cada año— que la poesía no se acomoda bien —ni
mal— a estas representaciones. Pero la sensación es momentánea, en cuanto el
asunto se centra en la palabra, hasta lo institucional, la etiqueta, el
protocolo se evaporan o palidecen ante la rotundidad de lo que va llegando, la
palabra del poeta.
Este año he tenido la
suerte de conocer y saludar a Joaquín Pérez Azaústre, el ganador de la última
edición, la vigésimo tercera. César Anguiano no ha podido venir desde México,
aunque algunos de sus versos incluidos en La
sangre y las cenizas su poemario premiado con accésit, también han sonado
en la voz del cordobés Pérez Azaústre.
Aún no he podido leer Vida y leyenda del jinete eléctrico este
poema río, así ha definido el libro Santonja que citaba las palabras de Gimferrer
el día en que se hizo público el fallo del jurado. (Otro libro fragmentado casi
artificialmente, para ayuda del lector, para que la visión de un texto continuo
no arredre a los ojos y los haga huir del texto).
La prensa destacará las
palabras más significativas de las dichas por unos y otros. A mí me ha llegado,
de modo más especial o esencial, algo que ha dicho el poeta al inicio de su
intervención y que será obviado por los medios, como no puede ser menos. Ha venido
a decir que la escritura es abismarse en la soledad absoluta. Mas, en el caso
de la escritura de este libro se sintió acompañado. Mientras lo decía, sus ojos,
indudablemente morunos, miraban a su joven esposa, subrayando el contenido de
la afirmación. ¡Cómo he entendido a lo que se refería! Acaso ése sea el
principal de los castigos de esta pasión que nos recorre, nos abraza, nos posee
y nos penetra. Acaso sin ser consciente de ello, ha contado un milagro, porque
debe ser un milagro alcanzar semejante experiencia.
Hojeo el libro sobre mi
mesa y al azar leo:
cómo va
a discernir ninguna eternidad de su esquiva hipoteca
vamos a rodear el congreso a vallarlo con la fiebre añadida
sin sanidad ni estigmas que llevarse a los ojos vamos a perdurar
vamos a rodear el congreso a vallarlo con la fiebre añadida
sin sanidad ni estigmas que llevarse a los ojos vamos a perdurar
Y uno va intuyendo el
significado del gesto de la mano de Azaústre cuando explicaba que el agua del
río no es sólo lo que aparece en la superficie, que el agua del río corre
integrándolo todo en su curso, en ese discurrir imparable.
La temperatura desciende bajo tierra,
huye, nos desprotege. Regreso a casa más tarde de lo que suelo. Llego con las
manos ocupadas con el regalo que Blanca nos ha hecho después de haber decidido
sobre los microrrelatos del concurso que organiza. Tres libros hermosamente
editados. Tres libros que no figuran en la lista de los más vendidos ni los más
nombrados: Mendel el de los libros de
Stefan Zweig editado por Acantilado,
La librería ambulante de Cristopher
Morley a cargo de Periférica y el
hombre que portaba árboles de Jean Giono exquisitez nacida de la sensibilidad
de Duomo Ediciones.
Aún no he tenido tiempo
casi de abrirlos.
Los miro.
Los extiendo sobre esta
mesa.
Esparzo los otros diez o
doce libros más que se apilan junto a la torre del ordenador. Ahora, además de
los citados, Siltolá, Páginas de Espuma,
Pre-Textos, Tusquets, Visor, alfombran este breve espacio y me siento
dichoso, como ante un jardín. Sé que si abro cualquiera de los volúmenes me
llegará el denso perfume que sus autores dejaron ahí dentro, y sé —pues
Cervantes tenía razón, y no hay libro tan malo que no contenga algo bueno— que
las palabras de Olga Bernad o José Luis Parra o Gonzalo Hidalgo Bayal o Eloy
Tizón o Jesús Cotta o Santos Domínguez o Toni Montesinos o Francisco Silvera o
Isabel Bono o Julián Cañizares tendrán un sentido para mí. Y siento que debo
despojarme de cuanto me distrae, sobre todo de mí mismo, y adentrarme en este
jardín.
Y esta contemplación me
sosiega de la sensación de culpa que me deja haber formado parte de un jurado.
Si no cuento mal, es la tercera ocasión en el año en que lo hago. Sólo acepto
por razón de amistad y porque en los tres casos no estoy solo, es más, quienes
me acompañan en esta tarea son mucho más fiables que yo; en mi caso barrunto
que mi hipermetropía impide que vea lo que de verdad hay que ver.
Nunca me han gustado los
histriónicos ni lo histriónico. Ni siquiera de niño cuando veía a algunos
payasos de circo. Mucho menos en literatura.
A pesar de que suela ser
un recurso facilón para provocar cierto favor del público, sólo sirven para
despistar con trazos gruesos a la concurrencia. Quizá en su origen ancestral
fuera un recurso válido para destacar algunos rasgos de un personaje. Aunque es
de tontos negar que semejante técnica continúa aglutinando la atención del
espectador.
Lo malo del histrionismo
es que puede llegar a ocultar los matices, la hondura, la sensibilidad…, la
literatura de un texto. Y lo peor es que algunos cultivan el personaje, sin
darse cuenta del daño que puedan hacer o haber hecho ya a los textos de su
obra.
Algunos días son como el envés de
su víspera. Hoy uno ha vuelto a constatar la diferencia entre histrionismo y
pasión, aunque sea desbordante y caudalosa.
Jesús Pastor ha
presentado en la librería Entre Libros,
el cuartel general de Editorial Derviche,
Leyendas heroicas y picarescas de Segovia,
continuación del anterior libro de leyendas segovianas. Lo bueno de este libro,
en realidad de esta tarea, pues, a pesar de lo que ha dicho intuyo que habrá un
tercer volumen, es que no se trata de una mera recopilación de las tradiciones
más conocidas o más desconocidas de estas tierras nuestras, sino que hay un labor
de elaboración posterior que confiere a la obra el apelativo de literario. A
veces, como hemos comprobado, de una frase que ha recorrido los siglos de la
tradición oral en la ciudad —y que misteriosamente ocupa en el lugar de la
firma un espacio en unas pinturas murales románicas—, Jesús ha construido un
cuento, reconstruyendo la leyenda. A veces ha recurrido a la más pura teoría
literaria para conseguir algo de luz sobre unos hechos confusos que la tradición
del vencedor convirtió en historia, otorgando el título de la verdad a una
interpretación, mediante el viejo recurso de repetir incansablemente año a año idéntica
mentira o, lo que es lo mismo, una verdad truncada. Y siempre, en cada caso,
aunque haya echado su imaginación a volar, cada relato se arraiga en cimientos
de investigación, documentación y cotejo de diversas fuentes.
Uno, que no es
precisamente analfabeto respecto de las leyendas, tradiciones, historias,
crónicas… de la ciudad donde respira cada jornada, sigue sorprendiéndose y
descubriendo novedades a las que no había llegado. A las que nunca podría haber
llegado, pues dormitaban en algún archivo, en algún legajo polvoriento que sólo
la tenacidad y la pasión de Jesús por su tarea han sacado a la luz.
Después de esta madrugada me
reafirmo en lo que siempre he sostenido: el capitalismo es la ley de la selva
en manos de la avaricia humana, lo que le confiere atributos de canibalismo.
Cada vez hay más despojos
de criaturas que confirman este aserto. Cuando uno se encuentra cara a cara con
alguien víctima de nuestro modo de vida, mejor dicho de nuestro modo de
desvivir, intuye lo próximo que está el peligro y lo fácil que es caer en la
trampa que este sistema usa cada día.
Respiro al comprobar que nuestra
decisión ha alegrado a los protagonistas, que no parece haberse dañado ninguna
ilusión, al menos de quienes fueron convocados al acto para la entrega del
premio de microrrelatos.
Y una constatación más:
tres mujeres y un varón entre los finalistas. Abrir las ventanas a la realidad,
ventilar esta habitación saciada de de tópicos imprecisos lleva siendo
necesario hace muchos siglos, pero ya es imprescindible o moriremos de asfixia.