Cómplices

Lunes 25 a sábado 30 de noviembre de 2013

No me apetecía escribir. Tenía el impulso, o la necesidad, de leer poesía. Y la razón la he descubierto nada al Menos la luna y yo de Jesús Cotta (Cártama, Málaga, 1967) editado por Isla de siltolá. La emoción me ha abrazado casi con premura, como si fuera inevitable nuestro encuentro.
Ha sido un abrazo largo y hondo, un baño en aguas reparadoras.
He llegado a la conclusión de que a Cotta le importa la poesía tal que bólido transmisor de emociones, porque se sitúa en ese punto tan complicado del ser humano, el sentimiento hondo y compartido, no el sentimentalismo de superficies estremecidas, mas sin arraigos. Le interesan, sobre todo, las emociones más nutricias para el corazón humano, las que proporcionan felicidad y crecimiento —o ahondamiento—. Si alguna vez brota una lágrima, será porque se ha desbordado un arpegio del corazón, a veces indecible, no a causa de un dolor o una tristeza de tonos neblinosos. Menos la luna y yo es el poemario de un optimista que contempla la vida con la luz de la alegría con la que le armaron sus hermanos para cuando tuviera que bregar con la muerte; pero no es alegría banal o epidérmica; al contrario, sabe de dolor, de ausencia, de desgarro, de muerte, aunque no se queda en ellos, sino que siempre se iza camino de la esperanza.
Este poemario es una aproximación a la autobiografía íntima del autor. Es difícil —aunque parezca lo contrario—, encontrar una capacidad así para desvestirse de los accidentes de una existencia y mostrar lo esencial lo que en verdad nos define como seres humanos.
Es tan libre y personal el poeta, que no rehúye de la rima tanto en poemas asonantados como en piezas de rimas consonante tal que los sonetos, que brotan ante el lector con naturalidad, con esa sencillez propia de quien domina el oficio sin ostentación ni alharacas.
Menos la luna y yo esta dividido en seis secciones —Niños, Hombres, Logos Elementos, Eros y Dios—, precedidas de un poema introductorio titulado Primera voluntad, cuyo tono marcará al lector, acaso desprevenido, y lo desarmará para el resto de la lectura, porque la decisión del poeta es navegar en el terreno de las emociones más puras, más sencillas, ésas que todos hemos sentido antes o después, las que nunca figurarán en los currículos vitae, y, sin embargo, nos acompañan sin descanso, pues laten bajo la piel y la mirada.
No me resisto a copiar, del epígrafe llamado Elementos, La golondrina:
                               Loco de amor perdido estaba Dios
                        cuando se le ocurrió la golondrina.
                                   Cómo tembló cuando la echó a volar.
                        Y cómo vuela desde entonces. Mírala.
                                   Mira la gracia remontar el vuelo,
                        lanzarse al sol, pastorear la brisa,
                        rasgar el vendaval con alas negras,
                        el pecho rojo de quitar espinas.
                                   Audacia favorita de los vientos,
                        acrobacia nocturna en pleno día,
                        golondrina de Dios, yo te celebro,
                        porque eres la cometa de mi vida,
                        llevaste al cielo el alma de mi padre
                        y un día llevarás también la mía.

Sale la noticia del primer documento ‘pastoral’ del papa Francisco, una exhortación apostólica. En el intrincando mundo de los documentos pontificios una exhortación es de menor rango que una encíclica, pero tiene más calado que una carta pastoral. Cuando me he puesto a leerla no pensaba que me encontraría con ese chorro de luz, fuerza y ganas de ventilar el ambiente.
Cambia el tono. Desde el mismo inicio, es como si se apeara definitivamente de la silla gestatoria que aún ocupaban los sumos pontífices, sino sus cuerpos, sí al redactar documentos de tal hondura.
Creo que habrá revuelo, bastante revuelo…
O silencio, todo el silencio que provocan las denuncias de alguien a quien presuponíamos de nuestra parte y nos sorprende con una crítica frontal y sin fisuras, como la que en la primera parte se hace al capitalismo salvaje y esclavizante en el que vivimos. Para quienes no entiendan o estén en contra de la doctrina tradicional de la iglesia católica en ámbitos diferentes al económico, no habrá sino pequeños resquicios bajo los que se intuye la posibilidad de cierto cambio a largo plazo. Quizá no pueda ser de otro modo.

Las sensaciones son contradictorias, como cada año, cuando llega la hora —poco después del mediodía— en que se entrega el Premio Gil de Biedma de poesía en la Diputación.
Es como un paréntesis en mi tarea, pues para asistir al acto, apenas tengo que bajar un par de tramos de escalera. Siento —es inevitable cada año— que la poesía no se acomoda bien —ni mal— a estas representaciones. Pero la sensación es momentánea, en cuanto el asunto se centra en la palabra, hasta lo institucional, la etiqueta, el protocolo se evaporan o palidecen ante la rotundidad de lo que va llegando, la palabra del poeta.
Este año he tenido la suerte de conocer y saludar a Joaquín Pérez Azaústre, el ganador de la última edición, la vigésimo tercera. César Anguiano no ha podido venir desde México, aunque algunos de sus versos incluidos en La sangre y las cenizas su poemario premiado con accésit, también han sonado en la voz del cordobés Pérez Azaústre.
Aún no he podido leer Vida y leyenda del jinete eléctrico este poema río, así ha definido el libro Santonja que citaba las palabras de Gimferrer el día en que se hizo público el fallo del jurado. (Otro libro fragmentado casi artificialmente, para ayuda del lector, para que la visión de un texto continuo no arredre a los ojos y los haga huir del texto).
La prensa destacará las palabras más significativas de las dichas por unos y otros. A mí me ha llegado, de modo más especial o esencial, algo que ha dicho el poeta al inicio de su intervención y que será obviado por los medios, como no puede ser menos. Ha venido a decir que la escritura es abismarse en la soledad absoluta. Mas, en el caso de la escritura de este libro se sintió acompañado. Mientras lo decía, sus ojos, indudablemente morunos, miraban a su joven esposa, subrayando el contenido de la afirmación. ¡Cómo he entendido a lo que se refería! Acaso ése sea el principal de los castigos de esta pasión que nos recorre, nos abraza, nos posee y nos penetra. Acaso sin ser consciente de ello, ha contado un milagro, porque debe ser un milagro alcanzar semejante experiencia.
Hojeo el libro sobre mi mesa y al azar leo:
cómo va a discernir ninguna eternidad de su esquiva hipoteca
vamos a rodear el congreso a vallarlo con la fiebre añadida
sin sanidad ni estigmas que llevarse a los ojos vamos a perdurar
Y uno va intuyendo el significado del gesto de la mano de Azaústre cuando explicaba que el agua del río no es sólo lo que aparece en la superficie, que el agua del río corre integrándolo todo en su curso, en ese discurrir imparable.

La temperatura desciende bajo tierra, huye, nos desprotege. Regreso a casa más tarde de lo que suelo. Llego con las manos ocupadas con el regalo que Blanca nos ha hecho después de haber decidido sobre los microrrelatos del concurso que organiza. Tres libros hermosamente editados. Tres libros que no figuran en la lista de los más vendidos ni los más nombrados: Mendel el de los libros de Stefan Zweig editado por Acantilado, La librería ambulante de Cristopher Morley a cargo de Periférica y el hombre que portaba árboles de Jean Giono exquisitez nacida de la sensibilidad de Duomo Ediciones.
Aún no he tenido tiempo casi de abrirlos.
Los miro.
Los extiendo sobre esta mesa.
Esparzo los otros diez o doce libros más que se apilan junto a la torre del ordenador. Ahora, además de los citados, Siltolá, Páginas de Espuma, Pre-Textos, Tusquets, Visor, alfombran este breve espacio y me siento dichoso, como ante un jardín. Sé que si abro cualquiera de los volúmenes me llegará el denso perfume que sus autores dejaron ahí dentro, y sé —pues Cervantes tenía razón, y no hay libro tan malo que no contenga algo bueno— que las palabras de Olga Bernad o José Luis Parra o Gonzalo Hidalgo Bayal o Eloy Tizón o Jesús Cotta o Santos Domínguez o Toni Montesinos o Francisco Silvera o Isabel Bono o Julián Cañizares tendrán un sentido para mí. Y siento que debo despojarme de cuanto me distrae, sobre todo de mí mismo, y adentrarme en este jardín.
Y esta contemplación me sosiega de la sensación de culpa que me deja haber formado parte de un jurado. Si no cuento mal, es la tercera ocasión en el año en que lo hago. Sólo acepto por razón de amistad y porque en los tres casos no estoy solo, es más, quienes me acompañan en esta tarea son mucho más fiables que yo; en mi caso barrunto que mi hipermetropía impide que vea lo que de verdad hay que ver.

Nunca me han gustado los histriónicos ni lo histriónico. Ni siquiera de niño cuando veía a algunos payasos de circo. Mucho menos en literatura.
A pesar de que suela ser un recurso facilón para provocar cierto favor del público, sólo sirven para despistar con trazos gruesos a la concurrencia. Quizá en su origen ancestral fuera un recurso válido para destacar algunos rasgos de un personaje. Aunque es de tontos negar que semejante técnica continúa aglutinando la atención del espectador.
Lo malo del histrionismo es que puede llegar a ocultar los matices, la hondura, la sensibilidad…, la literatura de un texto. Y lo peor es que algunos cultivan el personaje, sin darse cuenta del daño que puedan hacer o haber hecho ya a los textos de su obra.

Algunos días son como el envés de su víspera. Hoy uno ha vuelto a constatar la diferencia entre histrionismo y pasión, aunque sea desbordante y caudalosa.
Jesús Pastor ha presentado en la librería Entre Libros, el cuartel general de Editorial Derviche, Leyendas heroicas y picarescas de Segovia, continuación del anterior libro de leyendas segovianas. Lo bueno de este libro, en realidad de esta tarea, pues, a pesar de lo que ha dicho intuyo que habrá un tercer volumen, es que no se trata de una mera recopilación de las tradiciones más conocidas o más desconocidas de estas tierras nuestras, sino que hay un labor de elaboración posterior que confiere a la obra el apelativo de literario. A veces, como hemos comprobado, de una frase que ha recorrido los siglos de la tradición oral en la ciudad —y que misteriosamente ocupa en el lugar de la firma un espacio en unas pinturas murales románicas—, Jesús ha construido un cuento, reconstruyendo la leyenda. A veces ha recurrido a la más pura teoría literaria para conseguir algo de luz sobre unos hechos confusos que la tradición del vencedor convirtió en historia, otorgando el título de la verdad a una interpretación, mediante el viejo recurso de repetir incansablemente año a año idéntica mentira o, lo que es lo mismo, una verdad truncada. Y siempre, en cada caso, aunque haya echado su imaginación a volar, cada relato se arraiga en cimientos de investigación, documentación y cotejo de diversas fuentes.
Uno, que no es precisamente analfabeto respecto de las leyendas, tradiciones, historias, crónicas… de la ciudad donde respira cada jornada, sigue sorprendiéndose y descubriendo novedades a las que no había llegado. A las que nunca podría haber llegado, pues dormitaban en algún archivo, en algún legajo polvoriento que sólo la tenacidad y la pasión de Jesús por su tarea han sacado a la luz.

Después de esta madrugada me reafirmo en lo que siempre he sostenido: el capitalismo es la ley de la selva en manos de la avaricia humana, lo que le confiere atributos de canibalismo.
Cada vez hay más despojos de criaturas que confirman este aserto. Cuando uno se encuentra cara a cara con alguien víctima de nuestro modo de vida, mejor dicho de nuestro modo de desvivir, intuye lo próximo que está el peligro y lo fácil que es caer en la trampa que este sistema usa cada día.

Respiro al comprobar que nuestra decisión ha alegrado a los protagonistas, que no parece haberse dañado ninguna ilusión, al menos de quienes fueron convocados al acto para la entrega del premio de microrrelatos.

Y una constatación más: tres mujeres y un varón entre los finalistas. Abrir las ventanas a la realidad, ventilar esta habitación saciada de de tópicos imprecisos lleva siendo necesario hace muchos siglos, pero ya es imprescindible o moriremos de asfixia.