Uno.
Aunque
hablar de la meteorología el día de Año Nuevo, suene a tópico manido o, lo que
es peor, a no tener nada que decir y que sólo escribo por la emoción de los
estrenos —ahora mismo pergeño las primeras líneas del cuaderno de 2014—, por
esta vez no es así.
No ha sido una jornada muy fría, pero se ha vestido de gris hondo,
opaco, impenetrable, lloviznoso, una invitación en toda regla para quedarse sin
salir, dejando que la pereza que provoca el trasnochar excesivo conquistara
cada músculo. Una jornada para la melancolía.
El aspecto de soledad o abandono que tienen las calles cualquier
primer día de cualquier año, hoy era más acentuado, porque la tristeza es una
tilde que apaga unos colores, pero intensifica otros, sobre todo el gris.
Por suerte queda el eco matutino de Barenboim y la Filarmónica de Viena
entregando motivos para la esperanza. Quizá porque no los conocía, me han
gustado especialmente Palmas para la Paz,
sobre todo los dos minutos iniciales llenos de matices y Cuentos de los bosques de Viena.
No es mal deseo comenzar así un año, con música que se dance para
la paz, en este 2014 en que lamentablemente hemos de conmemorar un siglo del
inicio de la I Guerra Mundial, una de las grandes vergüenzas de la humanidad.
Dos. A principios de año se ha instaurado como costumbre seguida
por muchos realizar (también publicar) listas con buenos propósitos.
No seré quien se oponga. Hay más de una razón para que sea así. Por
ejemplo, reconocer que uno es siempre manifiestamente mejorable y que parece
conveniente llenar la mochila del corazón con dosis de ilusión renovada, de
objetivos que renueven las ganas de vivir.
Sin embargo, nunca he practicado semejante rito, acaso, porque
pienso que me voy a frustrar en exceso cuando, con el paso de los días, me dé
cuenta de que incumplo mis planes o, peor aún, me obsesiono con ellos.
Tengo la impresión de que la realidad impondrá su criterio. De
hecho ya lo ha impuesto, y cuando se tiene la sensación de que cada minuto de
mis días está casi prefigurado de antemano, lo prudente es dejarse llevar. Hacer
otra cosa, sería luchar contra los elementos. Y de esa guerra ya se conoce la derrota.
Tres. Cuando digo que no
elaboro listas de propósitos de cara al nuevo año, significa que no las
escribo, pero pensarlas, las pienso.
Amando,
en realidad tampoco es muy exacto, simplemente se te ocurren posibilidades que
siempre encabezas del mismo modo, con esa especie de coletilla: «Y si a partir de hoy hiciera…» o su variante, «Y
si a partir de hoy dejara de hacer…».
Pero es como un juguete en manos de un niño, sabes que no servirán para nada,
excepto para distraerte unos minutos y que el paso del tiempo no te abrume con
sus silencios.
Cuatro. Mozart no puede dejar de ser Mozart en ningún momento.
Pocos autores tan fieles a sí mismos, tan perfectamente distinguibles, a
quienes sus émulos no llegaron a aproximarse.
Quizá la brevedad de su vida explique este hecho. Es como si no
hubiera tenido tiempo de explorar otras posibilidades. Claro, que cuando un
genio es consciente de su tarea, qué le obliga a variar nada en su rumbo. Al
contrario, lo más probable es que sienta con nitidez de diamante que no deba
abandonar el camino trazado.
Cinco. Se publicó el tercer número de la revista Verbo (des)nudo a final de año, pero
hasta ayer por la noche no me ha llegado noticia del asunto. Por tanto, para
mí, se trata de una publicación de 2014.
Aunque uno sabía a ciencia cierta el hecho, pues me encargué de
seleccionar los textos y remitirlos a quien correspondía, no deja de ser un
bonito regalo de Reyes y una muy buena manera de iniciar el año.
Seis. Al llegar a casa —cargado de bolsas y con el paraguas que
no abandonamos en este principio de año—, en el buzón me espera el nuevo
poemario de María Sangüesa Casi luego,
casi tarde que edita Huerga &
Fierro. La portada reproduce los rostros de los protagonistas del cuadro de
Klimt El beso. Este inicio, por lo
que a mí respecta, ya es una promesa que abre el apetito. Pero también me
alegra descubrir que el prólogo lo ha escrito Ana Montojo y que en los
agradecimientos, entre otras personas que no tengo el placer de conocer,
aparece María Jesús. Nuestra queridísima María Jesús.
Junto al libro, un CD titulado Rockesía que se debe a la
colaboración de La Calle de Javier y María Sangüesa, esa mezcla de rock y
poesía que se concreta en doce temas.
Leo el prólogo de Ana, breve y orientativo, el ideal de prólogo, donde,
entre otras cosas, ha escrito:
Ahora
María Sangüesa nos sorprende con un nuevo registro. En Casi luego, casi tarde la poesía toca tierra; digamos que deja de
vagar por paisajes oníricos de espumas, de nieblas, de brumas y humedades difusas
para adentrarse en el paisaje urbano y en la pura materia del amor-desamor con
todas sus miserias y grandezas, sin ambages ni disimulos. Este poemario es casi
una novela en verso, con planteamiento nudo y desenlace (…)
Y dan ganas de dejarlo todo y ponerse, de inmediato, a disfrutar de
los versos.
Siete. La tarea de paje de los magos de Oriente es la mejor pagada
sin remuneración económica, aunque sólo sea por esas sonrisas, y porque sus
majestades son los personajes predilectos de todos los niños españoles, a pesar
de que pocos lo confiesen en público.
Incluso son los predilectos de esos niños que se ocultan en los
viejos latidos de nuestros corazones y que asoman, con miedo y pudor cada noche
de los primeros días de enero, por si acaso… Nada que más que por si acaso.
Ocho. El libro de María Sangüesa tiene dos poemas de la segunda
parte que me han llegado porque de alguna manera también hablan de mí o me
aluden. No me refiero a ninguna alusión directa, sino a mi condición de varón
que, como la mayoría de los varones de nuestra generación, presenta
deficiencias en materia de formación sentimental y porque por si acaso también hube de tomar
medidas preventivas para hacer a alguien un hueco en el armario / y ver donde ponemos / la vieja soledad de que
te hablo.
Pero en especial ahora me refiero al titulado No sé cómo decirte. Ignoro si será uno de los mejores. Tampoco me
importa. Me ha llegado directo. Escrito sin pretensiones, danzando al ritmo
habitual e hipnótico de los versos de María, me ha provocado sonrisas —como
ella misma vaticina en su entrañable dedicatoria—, pero, sobre todo, he sentido
que al retratar al amante de la voz poética, también retrata la esencia que
muchas mujeres desean de sus compañeros, a partir de cierto momento de la vida
en que, al fin, casi ya sabemos diferenciar la esencia de la apariencia.
Tras la lectura rápida del libro, antes de afrontar su saboreo más
paulatino, este No sé cómo decirte es
uno de los que se queda dentro, recorriendo los pasillos de mi almario:
No
sé cómo decirte / que no espero escuchar hazañas bélicas, / ni tampoco jugar a
pelis porno / cuando pases el quicio de mi puerta.
No
me interesan tus sapiencias tántricas / —la edad del Kamasutra nos queda más
que lejos— / no es hora de despliegues amatorios / sobre una colcha en la
penumbra. / Tan solo espero que me quieras.
Que
sepamos besar las cicatrices / causadas por el tiempo que pasó / con su
implacable acero de desdichas, / perdiéndonos en pliegues dibujados / por la
risa, en los días luminosos / que alumbran la memoria / desde algunas esquinas
de la mente.
Que
logremos fundir cuerpo con alma / y amemos con fiereza sobre el tiempo / —en un
acto de fe sin condiciones— / al sellar nuestro sueño, aliento, pieles, / en
mágico abandono.
No
sé cómo decirte que no espero / lujuriosos derroches en mi alcoba, / ni
sentirme abrazada por un torso / de hermosa estatua griega / tallada con
esfuerzo en un gimnasio / entre falsas tersuras arrancadas / al láser o con
cera.
No
sé cómo explicarte, no que te piques… / Deseo hallar un
corazón inmune / al desengaño, un arca de caudales / capaz de mil ternuras en
su centro. / En fin, quiero decirte —simplemente— / que a mí solo me pone que me quieras.
Nueve. Quien me conoce sabe que el ingrediente esencial de mi menú de
Reyes Magos, como paje encargado por sus majestades de unas cuantas personas,
son los libros. Dispuesto a cumplir con el papel asignado, he estado en dos
librerías, ayer por la tarde, hoy por la mañana.
No sé si los números serán peores o mejores que otros años, pero en
ambas el ir y venir de personas era incesante. Esto probablemente sólo suceda
en estos días navideños, pero al menos sucede.
Para alguien como yo, cazcalear entre sus estantes, puede suponer
varias experiencias al mismo tiempo, pero la más importante es convertirse en
radar anónimo que detecta los deseos de los lectores. Me refiero al lector medio,
por tanto descarto al comprador que acude a la librería para adquirir en nombre
de otro porque le han dicho que tal o cual libro es muy bueno, o que
directamente ha sido comisionado por alguien para que se lleve este título y no
otro. Éstos son fácilmente detectables: «Por
favor, ¿tienen…?», no van más lejos del mostrador y, como
mucho, echan una ojeada perpleja ante la mesa de novedades.
Si el libro buscado está en la librería,
uno percibe su alivio inmediato, ya no tienen que continuar su penoso peregrinaje
en pos de otra. Si la respuesta es negativa, se pueden dar diferentes
conversaciones. Una de tipo conclusivo, «Muchas
gracias, hasta luego», u otra de tipo negociador, «¿Lo podrían encargar?». «Sí,
por su puesto». «¿Lo tendrían para
mañana, es que…?». Uno contempla al librero, quien con ademán impasible
debe pensar, «Pero si esto no es una
farmacia». Con mucha flema contesta, «No,
para mañana es imposible. Al menos ocho o diez días». Al cliente, entretanto,
se le queda cara de marciano o de carpetovetónico perdido en Pekín y uno se asombra,
pues es en el único tipo de comercios en que el cliente adopta esta expresión.
En cualquier otro, la reacción es diferente. Nadie se sorprende de que una
camisa de su talla se haya agotado y deba esperar unos días a que el pedido
llegue; sin embargo con los libros, sí, con los libros nos extrañamos.
Pero no me quería referir a este asunto,
sino a otro tipo de conversaciones que tienen que ver más con un autor determinado,
con un género, con un tema. Nadie habla de estilos literarios, nadie habla de
editoriales, nadie habla de traducciones, nadie habla lo bien o mal que está
escrito tal o cual libro, sino de lo bien o mal que se entiende, de lo entretenido
o aburrido que es, de lo mucho o poco que le ha llegado su contenido, de lo
interesante que le ha parecido, del modo en que aborda tal o cual problema, de
los consejos o aplicaciones que se pueden extraer de su lectura, de lo bien o
mal que refleja (y resuelve o no resuelve) tal problema que también a mí (o a
mi hijo o a mi sobrina o a mi madre o a mi tío) me ocupa y me preocupa.
Por supuesto en las dos horas en que en
total he podido pasar en las librerías, absolutamente nadie ha hablado de
poesía. Sólo faltaba.
A veces uno no se da cuenta que la literatura es algo bien distinto
de los libros, aunque compartan soporte, aspecto, mecanismo de funcionamiento.
A veces uno no se da cuenta de que los libros, en el fondo, son un
modo de entretenimiento que parece que otorga cierta pátina de prestigio entre
quien los usa, respecto de quien sólo se entretiene con videojuegos o con
partidos de fútbol.
Aunque acaso, y mal que nos pese, no haya tanta diferencia.
Diez. Tenía ganas de leer La
luz es más antigua que el amor, De Ricardo Menéndez Salmón. Se lo había encargado a M, ya que al tratarse
de un autor asturiano, allí es más fácil de lograr. El libro es relativamente
antiguo, se editó en 2010. Anoche comencé y ya me ha atrapado. Su tema —las relaciones
entre creador y poder— me interesa. También me ha capturado porque la prosa de
RSM tiene algo de hipnótica que ya me sedujo desde la primera novela suya que
leí.