Cómplices

Miércoles 1 a domingo 5 de enero de 2014

Uno. Aunque hablar de la meteorología el día de Año Nuevo, suene a tópico manido o, lo que es peor, a no tener nada que decir y que sólo escribo por la emoción de los estrenos —ahora mismo pergeño las primeras líneas del cuaderno de 2014—, por esta vez no es así.
No ha sido una jornada muy fría, pero se ha vestido de gris hondo, opaco, impenetrable, lloviznoso, una invitación en toda regla para quedarse sin salir, dejando que la pereza que provoca el trasnochar excesivo conquistara cada músculo. Una jornada para la melancolía.
El aspecto de soledad o abandono que tienen las calles cualquier primer día de cualquier año, hoy era más acentuado, porque la tristeza es una tilde que apaga unos colores, pero intensifica otros, sobre todo el gris.
Por suerte queda el eco matutino de Barenboim y la Filarmónica de Viena entregando motivos para la esperanza. Quizá porque no los conocía, me han gustado especialmente Palmas para la Paz, sobre todo los dos minutos iniciales llenos de matices y Cuentos de los bosques de Viena.
No es mal deseo comenzar así un año, con música que se dance para la paz, en este 2014 en que lamentablemente hemos de conmemorar un siglo del inicio de la I Guerra Mundial, una de las grandes vergüenzas de la humanidad.

Dos. A principios de año se ha instaurado como costumbre seguida por muchos realizar (también publicar) listas con buenos propósitos.
No seré quien se oponga. Hay más de una razón para que sea así. Por ejemplo, reconocer que uno es siempre manifiestamente mejorable y que parece conveniente llenar la mochila del corazón con dosis de ilusión renovada, de objetivos que renueven las ganas de vivir.
Sin embargo, nunca he practicado semejante rito, acaso, porque pienso que me voy a frustrar en exceso cuando, con el paso de los días, me dé cuenta de que incumplo mis planes o, peor aún, me obsesiono con ellos.
Tengo la impresión de que la realidad impondrá su criterio. De hecho ya lo ha impuesto, y cuando se tiene la sensación de que cada minuto de mis días está casi prefigurado de antemano, lo prudente es dejarse llevar. Hacer otra cosa, sería luchar contra los elementos. Y de esa guerra ya se conoce la derrota.

Tres. Cuando digo que no elaboro listas de propósitos de cara al nuevo año, significa que no las escribo, pero pensarlas, las pienso.
Amando, en realidad tampoco es muy exacto, simplemente se te ocurren posibilidades que siempre encabezas del mismo modo, con esa especie de coletilla: «Y si a partir de hoy hiciera…» o su variante, «Y si a partir de hoy dejara de hacer…». Pero es como un juguete en manos de un niño, sabes que no servirán para nada, excepto para distraerte unos minutos y que el paso del tiempo no te abrume con sus silencios.

Cuatro. Mozart no puede dejar de ser Mozart en ningún momento. Pocos autores tan fieles a sí mismos, tan perfectamente distinguibles, a quienes sus émulos no llegaron a aproximarse.
Quizá la brevedad de su vida explique este hecho. Es como si no hubiera tenido tiempo de explorar otras posibilidades. Claro, que cuando un genio es consciente de su tarea, qué le obliga a variar nada en su rumbo. Al contrario, lo más probable es que sienta con nitidez de diamante que no deba abandonar el camino trazado.

Cinco. Se publicó el tercer número de la revista Verbo (des)nudo a final de año, pero hasta ayer por la noche no me ha llegado noticia del asunto. Por tanto, para mí, se trata de una publicación de 2014.
Aunque uno sabía a ciencia cierta el hecho, pues me encargué de seleccionar los textos y remitirlos a quien correspondía, no deja de ser un bonito regalo de Reyes y una muy buena manera de iniciar el año.

Seis. Al llegar a casa —cargado de bolsas y con el paraguas que no abandonamos en este principio de año—, en el buzón me espera el nuevo poemario de María Sangüesa Casi luego, casi tarde que edita Huerga & Fierro. La portada reproduce los rostros de los protagonistas del cuadro de Klimt El beso. Este inicio, por lo que a mí respecta, ya es una promesa que abre el apetito. Pero también me alegra descubrir que el prólogo lo ha escrito Ana Montojo y que en los agradecimientos, entre otras personas que no tengo el placer de conocer, aparece María Jesús. Nuestra queridísima María Jesús.
Junto al libro, un CD titulado Rockesía que se debe a la colaboración de La Calle de Javier y María Sangüesa, esa mezcla de rock y poesía que se concreta en doce temas.
Leo el prólogo de Ana, breve y orientativo, el ideal de prólogo, donde, entre otras cosas, ha escrito:
Ahora María Sangüesa nos sorprende con un nuevo registro. En Casi luego, casi tarde la poesía toca tierra; digamos que deja de vagar por paisajes oníricos de espumas, de nieblas, de brumas y humedades difusas para adentrarse en el paisaje urbano y en la pura materia del amor-desamor con todas sus miserias y grandezas, sin ambages ni disimulos. Este poemario es casi una novela en verso, con planteamiento nudo y desenlace (…)
Y dan ganas de dejarlo todo y ponerse, de inmediato, a disfrutar de los versos.

Siete. La tarea de paje de los magos de Oriente es la mejor pagada sin remuneración económica, aunque sólo sea por esas sonrisas, y porque sus majestades son los personajes predilectos de todos los niños españoles, a pesar de que pocos lo confiesen en público.
Incluso son los predilectos de esos niños que se ocultan en los viejos latidos de nuestros corazones y que asoman, con miedo y pudor cada noche de los primeros días de enero, por si acaso… Nada que más que por si acaso.

Ocho. El libro de María Sangüesa tiene dos poemas de la segunda parte que me han llegado porque de alguna manera también hablan de mí o me aluden. No me refiero a ninguna alusión directa, sino a mi condición de varón que, como la mayoría de los varones de nuestra generación, presenta deficiencias en materia de formación sentimental y porque por si acaso también hube de tomar medidas preventivas para hacer a alguien un hueco en el armario / y ver donde ponemos / la vieja soledad de que te hablo.
Pero en especial ahora me refiero al titulado No sé cómo decirte. Ignoro si será uno de los mejores. Tampoco me importa. Me ha llegado directo. Escrito sin pretensiones, danzando al ritmo habitual e hipnótico de los versos de María, me ha provocado sonrisas —como ella misma vaticina en su entrañable dedicatoria—, pero, sobre todo, he sentido que al retratar al amante de la voz poética, también retrata la esencia que muchas mujeres desean de sus compañeros, a partir de cierto momento de la vida en que, al fin, casi ya sabemos diferenciar la esencia de la apariencia.
Tras la lectura rápida del libro, antes de afrontar su saboreo más paulatino, este No sé cómo decirte es uno de los que se queda dentro, recorriendo los pasillos de mi almario:
No sé cómo decirte / que no espero escuchar hazañas bélicas, / ni tampoco jugar a pelis porno / cuando pases el quicio de mi puerta.
No me interesan tus sapiencias tántricas / —la edad del Kamasutra nos queda más que lejos— / no es hora de despliegues amatorios / sobre una colcha en la penumbra. / Tan solo espero que me quieras.
Que sepamos besar las cicatrices / causadas por el tiempo que pasó / con su implacable acero de desdichas, / perdiéndonos en pliegues dibujados / por la risa, en los días luminosos / que alumbran la memoria / desde algunas esquinas de la mente.
Que logremos fundir cuerpo con alma / y amemos con fiereza sobre el tiempo / —en un acto de fe sin condiciones— / al sellar nuestro sueño, aliento, pieles, / en mágico abandono.
No sé cómo decirte que no espero / lujuriosos derroches en mi alcoba, / ni sentirme abrazada por un torso / de hermosa estatua griega / tallada con esfuerzo en un gimnasio / entre falsas tersuras arrancadas / al láser o con cera.
No sé cómo explicarte, no que te piques… / Deseo hallar un corazón inmune / al desengaño, un arca de caudales / capaz de mil ternuras en su centro. / En fin, quiero decirte —simplemente— / que a mí solo me pone que me quieras.

Nueve. Quien me conoce sabe que el ingrediente esencial de mi menú de Reyes Magos, como paje encargado por sus majestades de unas cuantas personas, son los libros. Dispuesto a cumplir con el papel asignado, he estado en dos librerías, ayer por la tarde, hoy por la mañana.
No sé si los números serán peores o mejores que otros años, pero en ambas el ir y venir de personas era incesante. Esto probablemente sólo suceda en estos días navideños, pero al menos sucede.
Para alguien como yo, cazcalear entre sus estantes, puede suponer varias experiencias al mismo tiempo, pero la más importante es convertirse en radar anónimo que detecta los deseos de los lectores. Me refiero al lector medio, por tanto descarto al comprador que acude a la librería para adquirir en nombre de otro porque le han dicho que tal o cual libro es muy bueno, o que directamente ha sido comisionado por alguien para que se lleve este título y no otro. Éstos son fácilmente detectables: «Por favor, ¿tienen…?», no van más lejos del mostrador y, como mucho, echan una ojeada perpleja ante la mesa de novedades.
Si el libro buscado está en la librería, uno percibe su alivio inmediato, ya no tienen que continuar su penoso peregrinaje en pos de otra. Si la respuesta es negativa, se pueden dar diferentes conversaciones. Una de tipo conclusivo, «Muchas gracias, hasta luego», u otra de tipo negociador, «¿Lo podrían encargar?». «Sí, por su puesto». «¿Lo tendrían para mañana, es que…?». Uno contempla al librero, quien con ademán impasible debe pensar, «Pero si esto no es una farmacia». Con mucha flema contesta, «No, para mañana es imposible. Al menos ocho o diez días». Al cliente, entretanto, se le queda cara de marciano o de carpetovetónico perdido en Pekín y uno se asombra, pues es en el único tipo de comercios en que el cliente adopta esta expresión. En cualquier otro, la reacción es diferente. Nadie se sorprende de que una camisa de su talla se haya agotado y deba esperar unos días a que el pedido llegue; sin embargo con los libros, sí, con los libros nos extrañamos.
Pero no me quería referir a este asunto, sino a otro tipo de conversaciones que tienen que ver más con un autor determinado, con un género, con un tema. Nadie habla de estilos literarios, nadie habla de editoriales, nadie habla de traducciones, nadie habla lo bien o mal que está escrito tal o cual libro, sino de lo bien o mal que se entiende, de lo entretenido o aburrido que es, de lo mucho o poco que le ha llegado su contenido, de lo interesante que le ha parecido, del modo en que aborda tal o cual problema, de los consejos o aplicaciones que se pueden extraer de su lectura, de lo bien o mal que refleja (y resuelve o no resuelve) tal problema que también a mí (o a mi hijo o a mi sobrina o a mi madre o a mi tío) me ocupa y me preocupa.
Por supuesto en las dos horas en que en total he podido pasar en las librerías, absolutamente nadie ha hablado de poesía. Sólo faltaba.
A veces uno no se da cuenta que la literatura es algo bien distinto de los libros, aunque compartan soporte, aspecto, mecanismo de funcionamiento.
A veces uno no se da cuenta de que los libros, en el fondo, son un modo de entretenimiento que parece que otorga cierta pátina de prestigio entre quien los usa, respecto de quien sólo se entretiene con videojuegos o con partidos de fútbol.
Aunque acaso, y mal que nos pese, no haya tanta diferencia.

Diez. Tenía ganas de leer La luz es más antigua que el amor, De Ricardo Menéndez Salmón. Se lo había encargado a M, ya que al tratarse de un autor asturiano, allí es más fácil de lograr. El libro es relativamente antiguo, se editó en 2010. Anoche comencé y ya me ha atrapado. Su tema —las relaciones entre creador y poder— me interesa. También me ha capturado porque la prosa de RSM tiene algo de hipnótica que ya me sedujo desde la primera novela suya que leí.