Cómplices

Lunes 1 a domingo 7 de diciembre de 2014

Cuatrocientos quince. Todavía me llena de más estupor lo sucedido ayer por la mañana en las inmediaciones del Calderón, a causa de la experiencia vital por la que transito.
Uno, que percibe el aliento de la parca en varios lugares muy próximos, casi en los aledaños de la propia piel, que nota que en cualquier momento puede asestar su golpe, siempre infalible y definitivo, provocador de un ‘know out’ eterno, siente náuseas ante aquellos que se dedican a salir a su encuentro casi por diversión.
Y que utilicen el fútbol como excusa para demostrar que la especie humana apenas ha evolucionado de su estadio más salvaje, todavía lo hace más repugnante.
El último partido de fútbol al que asistí en el estadio fue la pasada primavera. Además de pasar un mal rato y disfrutar poco de lo que sucedía en el césped de la Albuera, decidí que mientras no se acabara con los violentos y provocadores, como los Segobirras (supuestos seguidores del equipo más representativo de la ciudad, la Gimnástica Segoviana), no me gastaría ni un céntimo más en acudir a un campo de fútbol, aunque sea tan pequeño como el nuestro, donde la masificación es imposible, pues su máxima capacidad apenas llega a los seis mil espectadores.
Es más, mientras no se persiga a quienes desahogan sus frustraciones vitales con el insulto, la vejación, la calumnia… a los futbolistas del equipo rival o al árbitro —lo más común—, decidí que tampoco volvería a ningún estadio.
Animar, jalear a los del propio equipo, abuchear al contrincante, o protestar las decisiones controvertidas del trencilla, es normal y forma parte del ambiente de un estadio, lo otro es sembrar la semilla del futuro odio que desembocará en peleas y reyertas. Quizá nadie piense nunca en que una pelea concluya con un entierro, pero cuando se inicia la violencia física, cualquier cosa puede suceder.
Las directivas, en muchos casos, son cómplices de todo esto, pues, por contar con personas que siempre animen al equipo y lo acompañen, son capaces de tolerar otras baladronadas de las suyas como travesuras de niños pequeños. De pronto, un día, la travesura se torna tragedia y se oye por todas partes el rasgueo de vestiduras, se escuchan solemnes declaraciones, pero se hace muy poco o casi nada.
Al día siguiente del partido entre la Gimnástica Segoviana y el Real Ávila, la prensa apenas citaba nada de lo sucedido en las gradas, ¿miedo o complicidad, ignorancia o costumbre?
Se empieza así: insultos, cantos ofensivos… Se pasa de la rivalidad a la enemistad. Los más impulsivos, los que tienen en el cerebro entre media y un cuarto de neurona, se citan con sus gemelos de la otra hinchada para una pelea y se les ríe la gracia: total es una escaramuza cuyas armas son los puños y los pies. Una mañana (de niebla, humedad, frío…) junto a la ribera del Manzanares, alguien lleva una navaja, y unos barrotes, y entonces un muerto llena de vergüenza nuestra convivencia.
Cuando, sin buscarla, la muerte acecha a la vida, uno no entiende que se vaya a su encuentro por defender unos colores, un escudo, un…

Cuatrocientos dieciséis. No tengo menos tiempo que hace unas semanas. No tengo más cansancio tampoco. No hago nada distinto. Pero la acidia me acecha. Y sé a qué se debe, pero saberlo no me alivia en absoluto.

Cuatrocientos diecisiete. Leo Señas de identidad que hace años se me quedó en el tintero de la pereza o de algo más urgente en ese momento…
Al comprobar la fecha de edición del ejemplar, recuerdo bien por qué lo aparqué. La historia es triste, pero mejor no contarla, mucho menos ahora en que podría sonar a lo que no es.
Leo Señas de identidad, digo, y aparte de servirme como antídoto contra la acedía, descubro que parte de la España que retrata Goytisolo no ha cambiado nada o casi nada. Quizá haya variado la tramoya, acaso haya modificado parte del argumento, pero poco más. La verdadera historia de este pueblo es la historia de la sangre y la brutalidad, la presencia constante de violencia gratuita y enfrentamiento descarnado. La izquierda y la derecha no es más que una excusa, como sucedió el domingo tan cerca del Calderón, junto al Manzanares (los neonazis del Frente Atlético contra la ultraizquierda de Riazor Blues) que justifique el gusto por la batalla, el enfrentamiento, la violencia… Quedar por encima del otro, del contrincante no por hacer mejor las cosas, no por la razón, sino por el mayor vigor de la testosterona. España decide por gónadas, no por neuronas.
Quizá la lectura de cualquier época de nuestra historia, sea la misma lectura, y quizá sea la verdadera explicación de lo que somos… y de lo que nunca fuimos ni acaso seremos.

Cuatrocientos dieciocho. Debía haber escrito a B. Pensé hacerlo, y al pensar que lo haría lo di por hecho, cuando en realidad no lo hice.
Me doy cuenta ahora y, por fin, convierto el deseo en realidad. Y es que uno de los libros que nos regaló como pago a ser parte del jurado del concurso de microrrelatos, era uno al que ya tenía pensado incluir en la lista de peticiones para los Reyes Magos.
Lo que no sabía es que esta vez sería una reina, y que se adelantaría más de un mes a sus majestades orientales.

Cuatrocientos diecinueve. ¿De qué pasta está fabricado el sentimiento humano? ¿Qué hechuras perfilan su silueta? ¿Qué maravilloso milagro permite dolerse y preocuparse tanto por alguien que hizo tanto daño y provocó tanto sufrimiento?
No se trata sólo de que estén tan afectadas ellas, lo que sería explicación suficiente para mi preocupación; es algo más íntimo y personal, algo independiente, algo que me lleva a pensar que, efectivamente, a pesar de las apariencias, los telediarios y los periódicos, la bondad es una energía mucho más potente de lo que a primera vista parece.
Esto que escribo nada tiene que ver con una autoalabanza, pues no he sido consciente de la reacción, pues nada de lo que en mí sucede, tiene que ver con la voluntad. Estoy seguro, es un convencimiento pleno, absoluto, que todos actuamos del mismo modo, y, por tanto, sé a ciencia cierta es que, salvo que espoleemos conscientemente a la maldad, ésta nunca derrotaría a la bondad.


Cuatrocientos veinte. Mi biblioteca a veces parece respirar por sí misma, y me empuja a tomar decisiones. De vez en cuando pienso en hacer una saca para que el hueco que unos dejen sea ocupado por nuevos huéspedes, pero nunca me decido. Y encuentro soluciones rocambolescas para que en el mismo espacio descansen más libros.