Cuatrocientos quince. Todavía me llena
de más estupor lo sucedido ayer por la mañana en las inmediaciones del Calderón,
a causa de la experiencia vital por la que transito.
Uno, que percibe el
aliento de la parca en varios lugares muy próximos, casi en los aledaños de la
propia piel, que nota que en cualquier momento puede asestar su golpe, siempre
infalible y definitivo, provocador de un ‘know
out’ eterno, siente náuseas ante aquellos que se dedican a salir a su
encuentro casi por diversión.
Y que utilicen el
fútbol como excusa para demostrar que la especie humana apenas ha evolucionado
de su estadio más salvaje, todavía lo hace más repugnante.
El último partido de
fútbol al que asistí en el estadio fue la pasada primavera. Además de pasar un
mal rato y disfrutar poco de lo que sucedía en el césped de la Albuera, decidí
que mientras no se acabara con los violentos y provocadores, como los Segobirras (supuestos seguidores del
equipo más representativo de la ciudad, la Gimnástica Segoviana), no me gastaría ni un céntimo
más en acudir a un campo de fútbol, aunque sea tan pequeño como el nuestro,
donde la masificación es imposible, pues su máxima capacidad apenas llega a los
seis mil espectadores.
Es más, mientras no
se persiga a quienes desahogan sus frustraciones vitales con el insulto, la vejación,
la calumnia… a los futbolistas del equipo rival o al árbitro —lo más común—, decidí que tampoco volvería a ningún estadio.
Animar, jalear a los
del propio equipo, abuchear al contrincante, o protestar las decisiones
controvertidas del trencilla, es normal y forma parte del ambiente de un estadio,
lo otro es sembrar la semilla del futuro odio que desembocará en peleas y
reyertas. Quizá nadie piense nunca en que una pelea concluya con un entierro,
pero cuando se inicia la violencia física, cualquier cosa puede suceder.
Las directivas, en
muchos casos, son cómplices de todo esto, pues, por contar con personas que
siempre animen al equipo y lo acompañen, son capaces de tolerar otras baladronadas
de las suyas como travesuras de niños pequeños. De pronto, un día, la travesura
se torna tragedia y se oye por todas partes el rasgueo de vestiduras, se
escuchan solemnes declaraciones, pero se hace muy poco o casi nada.
Al día siguiente del
partido entre la Gimnástica Segoviana y el Real Ávila, la prensa apenas citaba
nada de lo sucedido en las gradas, ¿miedo o complicidad, ignorancia o costumbre?
Se empieza así:
insultos, cantos ofensivos… Se pasa de la rivalidad a la enemistad. Los más
impulsivos, los que tienen en el cerebro entre media y un cuarto de neurona, se
citan con sus gemelos de la otra hinchada para una pelea y se les ríe la
gracia: total es una escaramuza cuyas armas son los puños y los pies. Una
mañana (de niebla, humedad, frío…) junto a la ribera del Manzanares, alguien
lleva una navaja, y unos barrotes, y entonces un muerto llena de vergüenza
nuestra convivencia.
Cuando, sin
buscarla, la muerte acecha a la vida, uno no entiende que se vaya a su
encuentro por defender unos colores, un escudo, un…
Cuatrocientos dieciséis. No tengo menos
tiempo que hace unas semanas. No tengo más cansancio tampoco. No hago nada
distinto. Pero la acidia me acecha. Y sé a qué se debe, pero saberlo no me
alivia en absoluto.
Cuatrocientos diecisiete. Leo Señas de identidad que hace años se me
quedó en el tintero de la pereza o de algo más urgente en ese momento…
Al comprobar la
fecha de edición del ejemplar, recuerdo bien por qué lo aparqué. La historia es
triste, pero mejor no contarla, mucho menos ahora en que podría sonar a lo que
no es.
Leo Señas de identidad, digo, y aparte de
servirme como antídoto contra la acedía, descubro que parte de la España que
retrata Goytisolo no ha cambiado nada o casi nada. Quizá haya variado la
tramoya, acaso haya modificado parte del argumento, pero poco más. La verdadera
historia de este pueblo es la historia de la sangre y la brutalidad, la
presencia constante de violencia gratuita y enfrentamiento descarnado. La
izquierda y la derecha no es más que una excusa, como sucedió el domingo tan
cerca del Calderón, junto al Manzanares (los neonazis del Frente Atlético contra la ultraizquierda de Riazor Blues) que justifique el gusto por la batalla, el
enfrentamiento, la violencia… Quedar por encima del otro, del contrincante no
por hacer mejor las cosas, no por la razón, sino por el mayor vigor de la
testosterona. España decide por gónadas, no por neuronas.
Quizá la lectura de
cualquier época de nuestra historia, sea la misma lectura, y quizá sea la
verdadera explicación de lo que somos… y de lo que nunca fuimos ni acaso seremos.
Cuatrocientos dieciocho. Debía haber
escrito a B. Pensé hacerlo, y al pensar que lo haría lo di por hecho, cuando en
realidad no lo hice.
Me doy cuenta ahora
y, por fin, convierto el deseo en realidad. Y es que uno de los libros que nos
regaló como pago a ser parte del jurado del concurso de microrrelatos, era uno
al que ya tenía pensado incluir en la lista de peticiones para los Reyes Magos.
Lo que no sabía es
que esta vez sería una reina, y que se adelantaría más de un mes a sus
majestades orientales.
Cuatrocientos diecinueve. ¿De qué pasta está
fabricado el sentimiento humano? ¿Qué hechuras perfilan su silueta? ¿Qué
maravilloso milagro permite dolerse y preocuparse tanto por alguien que hizo
tanto daño y provocó tanto sufrimiento?
No se trata sólo de
que estén tan afectadas ellas, lo que sería explicación suficiente para mi
preocupación; es algo más íntimo y personal, algo independiente, algo que me
lleva a pensar que, efectivamente, a pesar de las apariencias, los telediarios
y los periódicos, la bondad es una energía mucho más potente de lo que a
primera vista parece.
Esto que escribo
nada tiene que ver con una autoalabanza, pues no he sido consciente de la
reacción, pues nada de lo que en mí sucede, tiene que ver con la voluntad.
Estoy seguro, es un convencimiento pleno, absoluto, que todos actuamos del
mismo modo, y, por tanto, sé a ciencia cierta es que, salvo que espoleemos
conscientemente a la maldad, ésta nunca derrotaría a la bondad.
Cuatrocientos veinte. Mi biblioteca a
veces parece respirar por sí misma, y me empuja a tomar decisiones. De vez en
cuando pienso en hacer una saca para que el hueco que unos dejen sea ocupado
por nuevos huéspedes, pero nunca me decido. Y encuentro soluciones
rocambolescas para que en el mismo espacio descansen más libros.