Ayer, por la tarde, casi en el instante en que se iniciaba el desmayo de la luz de ocaso, pude ver, al fin, la primera cigüeña de la temporada.
Llevaba semanas
‘vigilando’ las torres y los cielos de la ciudad donde las aves tienen ubicada su residencia
para la cría. Ha llegado con retraso. Con mucho retraso diría yo.
Esta mañana,
mientras subía a la oficina, con el amanecer desperezando la luz, he
distinguido su silueta en contraluz, como un signo de interrogante a la espera de que alguien formule la pregunta. Seguía sola.
Ni una
sola cigüeña más vislumbrada en la ciudad hasta la fecha. A lo mejor es que me he fijado poco. A lo mejor es que están llegando ahora y quizá otras ocupen otros nidos. Pero es extraña esta ausencia de congéneres en una torre con cuatro nidos, dos de ellos bien veteranos, sólidos y grandes.
¿Será ésta
una adelantada de las familias que anidan en Segovia? ¿Se habrá despistado del
grupo, creyendo que éste era su destino, cuando en realidad ya no lo es? ¿Habrá ocurrido alguna desgracia durante el viaje, y ella es la única
superviviente? ¿Acabará por marcharse a otra nueva residencia? ¿Habremos dejado
de contemplar el vuelo de las cigüeñas sobre nuestros cielos...?