Cómplices

Como se ha defendido en tantas ocasiones por tantos, para que la tarea del artista dé frutos apetecibles es necesario que disponga de tiempo y silencio. Tiempo para lo que el mundo entiende por hacer nada que, acaso, sea la parte más necesaria o imprescindible de su labor: lectura, reflexión, contemplación… Silencio para que las interrupciones o distracciones sean las mínimas, las inherentes e inevitables a la arquitectura, a la escritura, a la música, a la pintura, a la escultura…, es decir las dificultades del oficio.
Buena parte de las sociedades de todo tiempo y lugar ha mirado con recelo a quienes empleaban sus jornadas en hacer ese nada, como si las actos que no se pueden ver o palpar (lectura, reflexión, contemplación…) no existieran. No estar ejecutando siempre algo mensurable es sinónimo de vagancia o, en los mejores casos, indolencia. El ser que no es productivo es una rémora, más que en ninguna parte en la zona capitalista del Planeta… Tanto que hasta el arte y el pensamiento se tasan y han de producir pingües beneficios, tornarse industria para que quienes rigen nuestras vidas no lo consideren actos de alta traición. (No hablo, ni mucho menos, de los políticos, pues, a la postre, son meros guiñoles).
Acaso el verdadero problema no sea tanto considerar cargas pesadas o taras insoportables a estas personas, pues si sus frutos fueran estimados y deseados por la mayoría de destinatarios, nada importarían meses o años de aparente inacción. El agricultor sabe que para que la semilla del manzano acabe produciendo sus frutas es imprescindible dejar años entre la siembra y la primera recolección. Las madres saben bien que si no han pasado, al menos, seis meses de gestación —incesante no hacer nada sobre el feto—, la hija o el hijo no serán; e incluso también saben que antes de los nueve meses, los partos prematuros, provocan dificultades y riesgos de toda clase.
La contradicción es flagrante, porque se hace difícil —por no decir imposible— comprender el mundo (en cualquier época y lugar) ajeno a las manifestaciones creativas de los humanos, llámense éstas leyendas o novelas, coplillas populares o poemarios vanguardistas, pinturas rupestres o instalaciones abstractas, escritura cuneiforme o e-books, melodías transmitidas oralmente o anotadas en pentagramas, pirámides o Gugguenheim… En el fondo, todos sabemos que la humanidad necesita de sus obras de arte tanto como las de ingeniería o las de ciencia, pero el proceso que precede a su concreción material se desprecia. ¿Se valoren más por eso las obras de los muertos, quienes, al fin y al cabo, ya no son bocas a las que haya que alimentar y cobijar?
Lo del silencio es otro tema. Intuyo que el problema para pensadores y artistas no es que se necesite falta de sonidos, sino que es imprescindible la ausencia de ruidos. Más aún, aseguraría que no se habla sólo, ni sobre todo, de las ondas sonoras que atraviesan el aire y llegan al cerebro a través de los oídos. El verdadero estrépito nace en el interior, esa bulla íntima que barbota sin parar en forma de preocupaciones, problemas, enfermedades, miedos, dudas, cansancio… y que acaba por enmudecer a la idea creativa.
Cuando el sosiego y la paz interior tienen la suficiente densidad, por experiencia sé que se puede trabajar —aunque no sea lo mejor, ni lo más deseable— en cafeterías, jardines, salones de estar donde sus miembros no tienen por qué caminar de puntillas y hablar por gestos. Aunque también se ansíe el silencio y la calma exteriores, la batahola exterior es menos dañina que la turbamulta de pensamientos e inquietudes ajenas a la obra.
Nuestra contemporaneidad es la jofaina o redoma perfecta para las distracciones, para las ocupaciones inútiles, para agotar el tiempo con necesidades que nos han creado con taimadas artes los prestidigitadores de Internet —sobre todo las redes sociales—, los ilusionistas de los medio de comunicación —sobre todo la televisión—, y los alquimistas que han unido todo (internet, redes sociales, televisión, ordenador…) en una suerte de pócima que provoca una de las adicciones más difíciles de extirpar, pues dispara y afecta directamente al órgano más importante de los humanos: el cerebro. Pues, bien, a pesar de esto, ni siquiera es tan poderosa la escandalera que provoca este brebaje, cuando hay suficiente sosiego y paz en el corazón del artista o del pensador, ya que, en tal caso, la idea es capaz de imponerse a lo demás; aunque no dudo que en la mayoría de ocasiones el mejor medio para evitar los riesgos sea una cura de desintoxicación, una temporada sin consumir sustancias adictivas.
Todo ello, claro, teniendo asumido que para que el naranjo dé naranjas, no ha de ser un olmo, por más que se disfrace.