Cómplices

En la introducción a Los Cuadernos de Segovia (Estancias y Vagancias), de Luis Felipe Vivanco, transcribe su viuda, María Luisa Gefaell:
Cómo amo a esta tierra y a ese paisaje, a esta ciudad y sus torres, las piedras sueltas y los tallos segados que piso, las lejanías… Amao a Segovia y amo a esta luz, los ampos segados, los árboles, los tesos, los viejos muros… Ammo a este huerto y sus pájaros, a esta nogal y este paredón. ¡Qué horas de paz para siempre! (Calle de San Agustín, septiembre de 1962).
Aún no he leído ni una página del diario propiamente dicho, pero ya sé que me acabará por seducir. Pienso bucearlo despacito, como se saborean los manjares exquisitos.
En el primer párrafo de las dos paginillas de este prólogo explica su mujer la intención del libro (publicado por la Diputación de Segovia en 1991):
Estos cuadernos de Segovia forman parte de los apuntes que Luis Felipe Vivanco fue escribiendo día a día, durante casi treinta años –desde la primavera de 1946-, en cuadernillos cuadriculados. Llevaba siempre uno en el bolsillo para anotar y guardar momentos de su vida, paisajes, pueblos, viajes, estancias, ocurrencias de nuestros hijos pequeños, lecturas, pensamientos, observaciones sobre literatura y artes (muy pocas sobre personas), y los poemas que de pronto le cogían. A partir de sus apuntes elaboraría una y otra vez, con su gran exigencia, su poesía y sus libros de critica, artículos y ensayos. (La negrilla es mía).
En estas pocas líneas, tan nítidas y breves, hay todo un resumen preciso del modo de ser escritor de Vivanco: tenaz pendiente siempre de todo cuanto le importaba, activo y poco confiado en la traicionera memoria, atento a los poemas que le cogían (¿cómo sería eso? ¿cómo viviría María Luisa ese instante, qué verían sus ojos para decirlo así, de este modo tan visual, tan directo que fuerza ha de ser casi una fotografía?) y trabajador infatigable y exigente con su quehacer.
Sé casi nada de la vida de este poeta. Y no sé si asomarme a su vida antes que a sus textos o, mejor aún, quizá me asome a su vida a través de sus palabras, pues he descubierto que Taurus publicó sus diario completo.
Murió al día siguiente de la muerte de Franco. Supongo que a causa de esto, la muerte del poeta pasó más inadvertida aún de lo habitual. También imagino que su posición política y los tiempos de zozobra feliz, cambio y novedades que se abrieron a partir de aquel año en el país, tuvieron la perversa consecuencia de esconder para la mayoría una obra como la suya. Y es una lástima, por más que pueda ser justificable, en parte, ese huracán que intentó llevar al olvido la obra y la existencia de muchos de los grandes escritores que vivieron a la sombra de la dictadura.
No sé en qué casa con patio de esta calle de San Agustín, donde ahora mismo pergeño estas líneas (horas antes de perfilarlas), anotaría el autor lo que he trascrito más arriba. Imagino la zona; quizá el bebé de tres meses que yo debía ser cuando se escribieron, cincuenta y un años y nueve meses más tarde, descubra en qué lugar preciso el poeta fue capaz de dejar para siempre su percepción de amante sobre la ciudad, parte de él, parte de su vida, al menos durante cuatro veranos.