Cómplices

Cuando vivía otra vida, cuando la existencia era tan distinta a la de hoy, con otras realidades y experiencias, aunque con los mismos anhelos, escuché muchas veces que perseguir la gloria efímera y pasajera, era perder el tiempo y las energías.
Lo escuchaba en tantas ocasiones que hasta podía parecer que lo tenía asumido, que formaba parte de mi sustancia más íntima.
Al ir variando mi cotidianidad, algo que se produjo paulatinamente, pues los cambios radicales, más si son repentinos, suelen ser flor de un día, fui archivando en la memoria, almacenando en el olvido, o casi, ciertas cuestiones. Y es cuando experimenté en serio, con contundencia, que no porque algo se repita una y otra vez, como  mantra o letanía, significa que forme parte del ser de uno.
Ahora es cuando me voy dando cuenta que no merecen la pena ciertos desgastes y ciertas pasiones, emplear el esfuerzo y el deseo en conseguir o disfrutar de algo que a veces pervive menos de un instante.
Quizá alguno pueda pensar que ésa, justamente, es la actitud de quien ha comprobado que sus posibilidades para el éxito o el triunfo son nulas, que por sus capacidades apenas se puede aspirar a la medianía, como mucho cierta dignidad.
Quizá.
Lo que sé a ciencia cierta es que vivo más sereno, sólo pendiente de intentar hacer lo que hago lo mejor posible, al menos con honradez, y a evitar apasionarme con ciertas aficiones que no deben pasar de ser una distracción, como mucho emocionante, durante un tiempo prudencial.
No comprendo las chanzas, las burlas, las discusiones, incluso los enfrentamientos, aunque sólo sean verbales, que provoca el resultado de un partido de fútbol, más allá de algún comentario o broma casi puntual y, en cualquier caso breve. Menos aún comprendo que se puedan romper afectos o amistades por algo tan volátil y efímero, como un marcador. También está lejos de mi capacidad comprensiva la pasión que mueve a masas de apariencia enloquecida ante la llegada de un ‘ídolo’ (el nombre ya me parece tristemente significativo). Pero más alejado aún de mis entendederas se ubica la posibilidad de comprender a quien entiende su periplo vital con el único objetivo de ganar dinero, detentar poder, alcanzar fama. Todavía si alguien, gracias a la excelencia en el desempeño de tal o cual tarea alcanza alguno de ellos, o dos o los tres, tendría una justificación, quizá se pudiera entender como premio o consecuencia a la brillante ejecución de algo que a la mayoría le parece importante y que muy pocos pueden lograr de modo tan excelso o perfecto.
¿Me tildarán de paniaguado, soso y aburrido…? ¿Y qué me puede importar si encuentro goces más duraderos fuera de la velocidad de este mundo, ajenos al ruido de las masas enfurecidas o enfervorizadas —tanto da—, extraños a la batahola inextricable del medio ambiente, incluso el medio ambiente virtual?