La semana pasada, nuestro Ayuntamiento acordó declarar a
Alfredo Matesanz, periodista y locutor de radio Segovia, hijo predilecto de la ciudad, donde nació, donde siempre ha vivido y a la que se ha dedicado
en cuerpo y alma con su tarea infatigable. Jornada a jornada desde hace tantos
años su voz ha sido y seguirá siendo el cauce a través del que las noticias de
la ciudad y la provincia han sido conocidas por la mayoría.
Y no sólo
tenían cabida en la programación local —que con el tiempo se ha ido reduciendo
hasta hacerse casi invisible por lo reducida— las informaciones relativas a
política o acontecimientos de relevancia. Uno diría que ha llegado hasta aquí,
porque siempre ha entendido el periodismo como tarea de servicio a los
ciudadanos, empezando por los más próximos, los que con él nos podíamos cruzar
por la calle o en cualquier otro lugar. En su voz cálida y envolvente, tan
familiar para los segovianos, han cabido todo tipo de informaciones y me
atrevería a afirmar que casi cualquier iniciativa o convocatoria que ha habido
en Segovia ha tenido algún eco en el micrófono de la emisora.
Hasta mi
persona ha sido objeto de su dedicación. Han sido varias las entrevistas que me
ha hecho, varias las informaciones que ha dado sobre mi tarea, y en más de una
ocasión ha tenido a bien dar lectura a alguno de mis textos, como aquella
mañana de marzo de 2004 cuando todo un pueblo lloraba el dolor de los casi
doscientos muertos que la barbarie causó en Atocha. (Por cierto que no pude
escucharlo, y fueron otras personas quienes me lo comentaron).
No es
imposible pensar que, incluso, haya habido algo de abuso por parte de los
segovianos hacia su disponibilidad casi perenne. En mi caso, siempre he sido
recibido en la emisora de la Plaza Cirilo Rodríguez —probablemente el más
grande periodista que haya dado esta tierra, y ha dado algunos—, como se
recibe a un buen amigo, y por lo que sé, no soy una excepción.
Por eso,
quizá, porque ha sido como una antena de carne y hueso sintonizada hacia las
ondas del latido de Segovia, se hace más merecido aún esta distinción.
Acaso
recibir un reconocimiento tan intangible, sea el premio menos efímero y menos
vanidoso de los posibles dentro de la feria de vanidades que es la vida. La
emoción tan honda y sincera en su voz al leer el texto que había preparado como
agradecimiento, es acaso la prueba más contundente de lo que digo.
Y uno, que
mantiene una relación tan cordial con él, y que ha sido siempre favorecido por
su buena disposición y ánimo, no puede menos que alegrarse en lo más íntimo, y
pensar que, de vez en vez, la justicia y la gratitud no son ajenos al ritmo de
los días ni al quehacer a veces tan paquidérmico y lentecido de las
instituciones..
La suerte
que tenemos es que cuando se retire de su tarea cotidiana, no quedaremos
huérfanos, su estela y sus enseñanzas a través del ejemplo continúan en los
jóvenes cuyas voces ya son familiares para nuestros oídos.