No hay nada como decir que no se
han cumplido los pronósticos, para que las previsiones, de pronto, se hagan
realidad con precisión de cronómetro.
Cuando salgo,
antes de las seis y cuarto, nuestra calle continúa blanca, lunar como anoche,
aunque, por suerte, es blanda y admite las pisadas como piel que se acaricia.
Y, aunque nunca se sabe, tiene el aspecto de que pronto será un recuerdo fugaz
para la retina.
En apenas
ciento cincuenta metros, la longitud de la calle, parece que he cruzado una
frontera o he llegado a otra ciudad. Lo que era nieve, o ese puré grisáceo que
se forma a medida que se deshace, se ha tornado humedad, agua sola, como si
nada más hubiera nevado en nuestra calle. Otra consecuencia, acaso necesaria,
de los protocolos de actuación que se ponen en marcha cuando se activa un
aviso, aunque sea amarillo: hay que organizar la tarea, dar prioridad, ser eficaces…
Después de
cruzar las calles más principales y transitadas (esto es metáfora pura a las
seis y media de la mañana), bien limpias ya, de pronto, otra vez, piso nieve
blanda, casi acogedora, por suerte ajena al hielo, casi como piel, casi
alfombra de lana.
Ya no sé dónde
está la realidad, cuánto ha nevado, si me paseo por un sueño o es así la mañana…