Después de tanto
tiempo sin escribir, más de un año, acaso más de dos (este diario no cuenta,
este diario es apenas una bagatela que me sirve para hacer dedos, para que al
menos el hábito no se anquilose), uno parece haber perdido la costumbre de
hilvanar una historia, de modelar unos versos. Me cuesta mucho, acaso en exceso,
plantearme tomar nuevamente la rutina. Y eso que, por otra parte, no hago más
que lamentarme por no disponer de tiempo suficiente para acometer cualquier
empresa. O es que, como vino a decir Séneca (no recuerdo la literalidad de la
frase), mucho tiempo de inactividad, no es ocio, sino pereza.
Prefiero
leer, leer en cualquier caso. Toda excusa es buena con tal de evitar el esfuerzo
de articular alguna frase por uno mismo.
A veces me
planteo, y me da miedo, pensar que pueda andar bordeando una depresión, o una
especie de estrés interno que aflore de este modo: un bloqueo que me impide
hacer justamente una de las cosas que más quiero, acaso la tarea que más horas
de felicidad o, mejor, pues no siempre ha habido alegría, la actividad que más
tiempo de intensidad o plenitud ha traído a mí.
La pereza
me ha tendido un lazo, y se hace difícil salir de él. Pero no espero que me
derrote. Sé que el adversario tiene poder, pero aún estoy a tiempo de derrotarlo.
Sólo es
cuestión de dar el paso al frente.
Enemiga bien
feroz es la depresión. Muy cerca la he tenido de mi existencia como para
frivolizar con ella o minusvalorar su capacidad de destructiva, aniquiladora
del ser.