Cómplices

¿En qué se me va el tiempo cuando dispongo de él con libertad, cuando una obligación no exige de mí? No me refiero, en este caso, a nada en concreto, ni mucho menos a algo relacionado con esta jornada ventosa, en el fondo es una pregunta retórica que se posa sobre los dedos como una mariposa inquieta, mientras escucho el Quinteto para clarinete de Brahms, esa música que me acompañaba asiduamente, desde que la descubrí, o me la descubrió Antonio Muñoz Molina en su novela Sefarad.
¿Hace cuántos años que no escuchaba sus melodías? ¿Tres, cuatro…? No sé, no soy capaz de acordarme, tampoco es que sea importante, salvo para pararme un momento y preguntarme por qué…
La respuesta empieza a aclararse a poco que piense cómo he llegado hoy hasta la grabación. A pesar de la hora, aún no he entrado en Internet. (Vengo de la presentación del poemario de Carmen Truchado, La canción de Amanda, que edita Vitrubio —que se va a convertir en la editorial de los poetas segovianos—). A mis espaldas, la televisión emite su cháchara y dispara sus colorines. De la cocina llega el olor de la verdura para mañana. Había pensado aislarme situándome dentro de la campana construida con el cristal del piano de Chopin; al descender con el cursor por la lista de reproducción, antes de llegar a la C debía pasar por la B y, casi de improviso, mis ojos han olfateado la presencia de la esta pieza. De inmediato, el puntero del ratón se ha lanzado con avidez hacia ese punto concreto de la pantalla, como si hubiera dado con un manjar ineludible y ha abierto el archivo…
El clamor de recuerdos que acuden a mí, como rescatados de un naufragio gracias a la pericia de estas notas, viene, en definitiva, a recordarme el modo en que salí adelante en otras épocas (hace once o doce años, más o menos) tan difíciles, o más, que la actual.
Toma un papel, me escribían esta mañana, y anota los deseos más importantes para ti. Vieja y eficaz estrategia para que uno se dé cuenta de lo que importa y salga del marasmo que lo encalla.
Ni siquiera me hace falta anotarlo en un papel. Sólo hay un deseo, un anhelo clavado en el corazón. El resto de lo que en verdad me importa, no es deseo sino tarea, similar a la de respirar o alimentarme.
Ahora sé qué calzado debo usar para recorrer esta parte del camino. Para la mayoría no sería la mejor de las soluciones por draconiana en apariencia, pero es la que a mí me funcionará, pues, si algo tiene el paso del tiempo es que otorga la experiencia mínima para conocerse.
Y sin más, en mi archivo musical, a continuación de Brahms, se inicia el Quinteto para clarinete de Mozart. Lo normal en cualquier concierto que se precie.