La ciudad duerme más
tiempo en estos días. Supongo que los locales para el ocio habrán estado
durante el mismo tiempo abiertos. Sin embargo, a las seis y media de la mañana
(si no mentía la campanada del reloj del Ayuntamiento, que en mitad del
silencio recorre como amante insomne la piel entera de Segovia), la calle estaba
más vacía. Quienes a diario la ocupan por cuestión laboral, hoy no han de
hacerlo, y quienes los festivos y sus vísperas engalanan las horas nocturnas
con la energía de la juventud, hoy no han salido. Serán las vacaciones, me
digo, los universitarios foráneos estarán en sus casas, quizá muchos nativos
hayan viajado a otras partes a disfrutar de su asueto.
Las
brigadas de barrenderos, algunos taxistas, poco más.
El final
silencioso de la madrugada invita a la contemplación, al sosiego.
No sé.
quizá sea una simple costumbre, una especie de tradición personal, pero en este
puñado de jornadas, me apetece algo diferente.
Aunque es
mejor no proyectar nada, pues muchas veces los planes parecen castillos de
naipes, este año me apetecería dejar de ser ruido, me apetecería dejar de ser
espejo sin azogue, quisiera ser de la textura de este aire hialino que permite
que la luz y el sonido y el aroma lo crucen sin alterar su esencia.
Me
acompañará Bach, me acompañará la vieja novela…
Silencio.