Según nos explicaron de pequeños, el arcoíris son siete colores. Si alguien nos
solicita su dibujo, pintamos siete franjas bien distintas, cada color muy nítido
y marcado. Por muy juntos que estén el uno al otro, cada uno tendrá sus dos
fronteras (entre sí o con el cielo): el rojo y el naranja, el amarillo y el verde,
el azul, el añil y el violeta. Sin embargo, si miro el arcoíris, el de verdad,
el beso de agua y luz, compruebo la torpeza de los hombres, porque es muy fácil
descubrir lo falso, o mejor, lo impreciso de aquel torpe dibujo. Pues si es
verdad que son siete colores, se alejan de lo cierto las fronteras, la nitidez
tonal de cada franja, y sería mejor un difumino que esparciera y mezclara los matices,
sobre todo en los puestos aduaneros…
En la sala
de espera del quirófano, cuando hemos arribado esta mañana, no había nadie. Aún
no eran las nueve menos cuarto, pero la sensación de soledad se me ha hecho muy
extraña, como si fuera fiesta o un domingo, como si hubiéramos errado el día. Mas ha sido una falsa alarma breve, de apenas cuatro o cinco minutos, el tiempo de
tomar un café solo, sacado de la máquina cercana.
En seguida
la sala de espera, que no es tal, sino un amplio pasillo luminoso (pues da a la
claridad del exterior), ha empezado a acoger como un regazo, los nervios, la tensión,
la angustia, en fin, la sensación de ahogo más o menos intenso que produce este
tiempo de espera entre quienes tienen allegados o allegadas un piso por encima para
ser operados, a punto de dormirse o estar dormidos, mientras los cirujanos y su
equipo cumplen con su tarea imprescindible y no reconocida tantas veces como
debiera serlo.
Nuestro
caso, por suerte, era distinto. Aunque él haya tenido que pasar, igual que los
demás, por el quirófano. Porque la
gradación del arcoíris, es la misma cadencia de la vida y de la enfermedad, de
todo aquello cuanto nos rodea.
Y quizá la
tarea imprescindible, el sólido cimiento del artista, consista en contemplar el
arcoíris, sobre todo la zona del matiz, no conformarse con las apariencias, no
pensar que las lágrimas son siempre de tristeza.