—Imaginemos —se dijo el escritor— algo imposible en la
vida real: en un país moderno del primer mundo, una infraestructura privada,
cuya financiación, unos cuatrocientos millones de euros, ha corrido a cargo de
una entidad bancaria gestionada en parte por políticos, entra en quiebra, no
puede pagar sus deudas y acaba, como mal menor, en concurso de acreedores
»Algo imposible, y rocambolesco —se repetía el
escritor—. Es inimaginable que algo así suceda en una nación del primer mundo,
donde se realizan estudios de riesgo, proyecciones financieras, y todo tipo de
análisis que anticipan cualquier posibilidad. Sin embargo, ya se sabe que a los
escritores nos encanta imaginar situaciones complicadas y poco probables.
»Pero sigamos… Una vez que ha empezado ese imposible
concurso de acreedores, y tras años de intentarlo por otros caminos, al juzgado
no le queda otra, pues no hay más de dónde tirar, que sacar a la venta el aeropuerto,
pues será la única manera de hacer frente a parte de la deuda para que los
acreedores cobren, al menos, una parte, aunque no sea completa. Del mal el
menos, se dirían los abogados.
»¿Cómo no se venderá un aeropuerto en la mitad
de su precio o, en el peor caso, en la tercera parte? Demasiado fácil —dudaría
el escritor—. ¿A quién le puede interesar esto?
Y decide —por pura imaginación, acaso porque
su mente es enrevesada y juguetona y amiga del absurdo y de la astracanada ibérica—
que con diez mil euros será suficiente.
¿Por qué este escritor ha introducido en la posible
trama del relato algo a todas luces imposible? [El escritor no bebe, ni consume
drogas alucinógenas, ni se medica]. Los lectores avezados tendrán ya la respuesta:
el autor intenta elaborar una novela negra, pero absurda, un pequeño experimento.
El escritor quizá tenga un reto. Construye una trama imposible para poder responder
algunas preguntas: ¿Cómo se sale de una deuda, sin pagarla? ¿Cómo se evita que
más de una empresa acuda a una subasta pública donde sale a la venta un
aeropuerto? ¿Cómo es posible que la única empresa que puje se haya constituido
pocos meses atrás con un capital de cuatro mil euros y que se arriesgue a presentar
una plica por una cantidad tan absurda? ¿A quién se beneficia de una situación
así? ¿Qué piensa hacer esa empresa con un aeropuerto?
Y justo en ese momento, el escritor decide dejar
de imaginar:
—¿Para qué avanzar más —se dice—, si nadie creerá
una historia con estos mimbres? Por más que piense en mafias, políticos corruptos
y sofisticados entramados financieros y cosas similares, ningún editor en su
sano juicio compraría el manuscrito; diría que es algo inverosímil, justo lo único
que no se puede permitir en una novela negra, aunque la ambientara en la
Mancha, donde don Quijote confundió molinos con gigantes.
Y apagó el ordenador. Aunque cuando una pregunta
se le clava en la imaginación, es difícil desenclavarla.