Siempre defenderé el sagrado derecho a que cada individuo
o grupo exprese cuanto quiera y como quiera, mientras no atente a la vida de
otro. Creo en la libertad de expresión, sobre todo cuando nace de la libertad
de pensamiento, al fin y al cabo es la materia prima de lo que desearía mi
primordial tarea cotidiana: pura quimera, dicho de paso.
Amparado en tal derecho, expreso el dolor que
me producen determinadas decisiones, en mayor medida cuando su fundamento más
hondo parte de la mentira, de la manipulación, de la interpretación torticera.
Sé que por encima de mis sentimientos, apreciaciones
y voluntad, está la libre voluntad de la mayoría. También sé que, por encima de
fronteras y banderas, estamos los seres humanos quienes, a la postre, hemos inventado
ambas, y a ambas acudimos como una especie de hogar común y protector, que a
causa de algunos, acaban por tornarse cuarteles donde protegerse de los
enemigos. [¿Cómo puede convertirse un ser humano mi enemigo, ni siquiera mi adversario,
más allá de los juegos con que se entretiene el aburrimiento y el ocio?]
Llega un momento en que, por más que se pretenda
demostrar la verdad —o la mentira— de una opinión, tal cuestión no tiene
trascendencia, pues la esencia de estas opciones tiene que ver con los elementos
más potentes e invencibles que anidan en lo profundo del cerebro, los aportados
por el subconsciente irracional y subjetivo, aunque la verdad no forme parte de
su argumentario.
Los indefensos ciudadanos de a pie pagaremos
muy cara tanta intolerancia, la iniciada hace tanto tiempo, que aún se manifiesta
en determinadas actitudes y reacciones, y la moderna, mero y triste espejo de
la antigua; lo pagaremos muy caro, digo, porque en la división anida empobrecimiento
y empequeñecimiento, porque en la ruptura brotan semillas de odio e incomprensión,
de desconfianza y desasosiego.
Y a pesar de este desgarro, repudio la
imposición, creo en la libertad, la libertad de todos, la que nace del
pensamiento libre. Si antes se hubiera sido menos tozudo e inflexible, quizá no
estaríamos apenas a unos metros del abismo.