Cae la noche de un día neblinoso y frío,
propicio para melancolizar las miradas. Vengo con las piernas cansadas, tras la
larga caminata, sintiendo cómo el ocaso ha consistido en paulatino decrecer de
la luz…
Vengo conversando con un gato que se me ha
pegado a los pies, como si deseara transmitirme alguna cosa, como si quisiera
amistarse conmigo, como si quisiera entrar en el piso. Un gato como el día,
gris y blanco, de dulce maullar.
Pero no le he entendido.
No llego a interpretar el idioma de estos félidos.