Cómplices

Sábado, 21 de enero de 2012


Si inédita quedó aquella súplica desgarrada, aquel llanto, no puede quedar por más tiempo el agradecimiento en los recovecos de mis latidos.
Quizá todo sea una evolución lógica, una serie de acontecimientos que, en apariencia son incoherentes, pues las consecuencias que todos esperábamos y que nos pronosticaban eran otras. Quizá nos pusimos en lo peor. Quizá sólo se trate de un paréntesis. Quizá… Quizá… Quizá, podría haber millones de quizás…
Pero sé lo que escribí, sé lo que rogué en el silencio de una tarde de octubre. Y ahora sé, y ahora veo, lo que veo. Y no es nada difícil para mí descubrir que, efectivamente, aquel leve gesto que pedí se produjo. Distrajiste tu atención unas milésimas para dar al botón me gusta, y aquel caos, se tornó orden, nuevamente.
Y hoy sólo queda dejarse mecer en la luz del atardecer, por ese ocaso que delimitaba con nitidez el perfil de la ciudad, destacando su silueta de embarcación amarrada a la Meseta por el ancla poderoso de ese peine de los vientos, mientras el palo mayor, mi Esbelta Dorada, parecía tan grácil como siempre.
Y si no, mirar más hacia el sur, y comprobar el cansancio de las nubes, que, morosas, acariciaban la cintura del Peñalara dejando su cumbre (al fin blanca) como flotando sobre sus palmas vaporosas.
O, si acaso, mirar hacia abajo, y demorar los ojos cansados sobre la pereza del humo que una chimenea en lo profundo del valle fumaba, un humo que no quería ir lejos, un humo que, acaso, anhelaba ser bufanda de los chopos desnudos…
Y daba igual cualquier mirada, cualquier gesto.
¿Y esos segundos de absoluto silencio...?
Mejor dicho, de absoluto sonido de tus labios en boca de las criaturas. En estéreo. Por mi izquierda los pájaros (¿mirlos, verdecillos, estorninos, algún jilguerillo de antifaz amarillo…?), por mi derecha los ladridos de un perro que parecía feliz. Rodeándome, como bajo continuo, la brisa fresca del norte silbando su melodía monocorde… Diez, quince segundos, quizá algo más, en que el tráfago de los vehículos se ha detenido por completo, y todo, absolutamente todo, me invitaba a dar gracias, a comprender que el tejido de la vida (tan frágil, tan liviano, tan hermoso) depende de tus gestos y que, en todo caso, lo importante es comprender que, aunque el abismo un día nos aparte de este espacio y de este tiempo, hay algo en nosotros que siempre, eternamente, será un presente continuo.
No me importa la proporción ni me importa el modo, importa simplemente, que ese reducto siempre será. Y es inútil que se explique, pues no tiene explicación. Y es inútil que se ratifique o se contradiga. Y es inútil un razonamiento a favor u otro en contra… Estamos tan lejos, somos tan limitados, que ni siquiera hemos llegado a comprender todos los misterios de este mundo, como para intentar atisbar la esencia de tus gestos.