Si inédita quedó
aquella súplica desgarrada, aquel llanto, no puede quedar por más tiempo el
agradecimiento en los recovecos de mis latidos.
Quizá todo sea una evolución lógica, una
serie de acontecimientos que, en apariencia son incoherentes, pues las
consecuencias que todos esperábamos y que nos pronosticaban eran otras. Quizá
nos pusimos en lo peor. Quizá sólo se trate de un paréntesis. Quizá… Quizá…
Quizá, podría haber millones de quizás…
Pero sé lo que escribí, sé lo que rogué en
el silencio de una tarde de octubre. Y ahora sé, y ahora veo, lo que veo. Y no
es nada difícil para mí descubrir que, efectivamente, aquel leve gesto que pedí
se produjo. Distrajiste tu atención unas milésimas para dar al botón me
gusta, y aquel caos, se tornó orden, nuevamente.
Y hoy sólo queda dejarse mecer en la luz
del atardecer, por ese ocaso que delimitaba con nitidez el perfil de la ciudad,
destacando su silueta de embarcación amarrada a la Meseta por el ancla poderoso
de ese peine de los vientos, mientras
el palo mayor, mi Esbelta Dorada, parecía tan grácil como siempre.
Y si no, mirar más hacia el sur, y comprobar
el cansancio de las nubes, que, morosas, acariciaban la cintura del Peñalara
dejando su cumbre (al fin blanca) como flotando sobre sus palmas vaporosas.
O, si acaso, mirar hacia abajo, y demorar
los ojos cansados sobre la pereza del humo que una chimenea en lo profundo del
valle fumaba, un humo que no quería ir lejos, un humo que, acaso, anhelaba
ser bufanda de los chopos desnudos…
Y daba igual cualquier mirada, cualquier
gesto.
¿Y esos segundos de absoluto silencio...?
Mejor
dicho, de absoluto sonido de tus labios en boca de las criaturas. En estéreo. Por
mi izquierda los pájaros (¿mirlos, verdecillos, estorninos, algún jilguerillo de antifaz amarillo…?), por mi derecha los
ladridos de un perro que parecía feliz. Rodeándome, como bajo continuo, la
brisa fresca del norte silbando su melodía monocorde… Diez, quince segundos,
quizá algo más, en que el tráfago de los vehículos se ha detenido por completo,
y todo, absolutamente todo, me invitaba a dar gracias, a comprender que el
tejido de la vida (tan frágil, tan liviano, tan hermoso) depende de tus gestos
y que, en todo caso, lo importante es comprender que, aunque el abismo un día
nos aparte de este espacio y de este tiempo, hay algo en nosotros que siempre,
eternamente, será un presente continuo.
No me importa la proporción ni me importa el
modo, importa simplemente, que ese reducto siempre será. Y es inútil que se
explique, pues no tiene explicación. Y es inútil que se ratifique o se
contradiga. Y es inútil un razonamiento a favor u otro en contra… Estamos tan
lejos, somos tan limitados, que ni siquiera hemos llegado a comprender todos
los misterios de este mundo, como para intentar atisbar la esencia de tus
gestos.