Pretendí ser águila que vuela majestuosa y su vista alcanza distancias inverosímiles con precisión milimétrica; pretendí ser cigüeña, golondrina, vencejo o ánade, esas aves de larguísimos vuelos, algunos intercontinentales; pretendí ser un ruiseñor, un mirlo, un jilguero, un canario, esos pájaros cuyo canto seduce y embriaga; pretendí ser, al menos, paloma que eleva grácil y veloz un vuelo hermoso y a veces muy alto…
Y una mañana –ésta- he constatado, de nuevo, que soy simple gorrión de vuelo rasante y corto y no muy elegante; de mirada corta; de gesto inquieto, miedoso y huidizo; de piído poco atractivo y modesto…
Para ser gorrión no hace falta tanto esfuerzo.
Los gorriones también son felices.