Mientras paseaba esta
tarde, a ratos deslizándome por el pavimento espejeado de humedades y restos
de hielos, pensaba que tenía que escribir acerca de los sueños, no de los
sueños oníricos que se producen mientras dormimos (a veces también), sino de
esa sustancia que nos permite seguir vivos cada jornada, no como meros autómatas,
esas ilusiones, deseos, anhelos… Soñar es, probablemente, aquello que más nos
acerca a nuestra más pura esencia…
Y casualmente (o no tanto) cuando me he
puesto ante el ordenador, he recordado que esta mañana Paloma Corrales había
subido a su blog la entrevista que ella con el equipo de VeoguadaTV han hecho al poeta Giovanni
Collazos, más conocido en este mundo de los blogs poéticos como Gío.
Quizá Gío sea la prueba de que los sueños,
si se pone el empeño necesario, se terminan por hacer realidad, aunque no quizá
del modo exacto que nos gustaría.
En la existencia de cada ser humano se
constata la presencia de un puzzle repleto de piezas, y quizá la vida consista
en ir haciendo que encajen del mejor modo posible. Y cuando el ser humano es
consciente de ello, es decir, se hace consciente de la dirección de su propio
tránsito, quizá esa barahúnda de piezas inconexas comienza a encajar y a cobrar
sentido. A veces, incluso, hasta el pasado.
La trayectoria vital Gío es fascinante para
quien, como yo mismo, la desconocíamos, salvo el detalle de que nació en Lima y
llegó a España en la década de los noventa. Y conviene que, de inmediato,
matice o me explique. Es fascinante, no porque sea envidiable, ya que el
desarraigo nunca lo es, sino porque de algún modo se pueden seguir esos pasos
tenaces que conducen hacia el cumplimiento de un sueño.
El poeta se define a sí mismo, como
‘madrilimeño’. Y más allá de un calificativo original o exótico, es
una declaración esencial. Y una confirmación de lo que vamos a encontrar en su
poética: la capacidad casi líquida que tienen las palabras para ser en sí
mismas, quiero decir, para existirse, para fluir, para acomodarse a cualquier
recipiente, para brotar como realidades más allá o más acá o más adentro del
propio sentido habitual que tienen. El neologismo ‘madrilimeño’ no necesita
ninguna explicación, es perfectamente denotativo del modo en que Collazos se
vive a sí mismo y, por tanto, de la manera en que fragua su poesía.
Confieso que poco conocía de su poesía. Había leído
poemas suyos en el blog de Los Poetas que
admiten críticas y, a partir de ahí, había hecho alguna incursión en su
blog. Quizá porque esté muy lejos de su manera de escribir, sus versos causan
en mí una especie de hechizo o fascinación. Se mueve en un territorio que a mí
(y esto es una teoría sin apoyatura de ninguna clase) me parece muy peligroso y
complicado, puesto que se puede caer en el mero artificio de una eufonía
atractiva, pero sin nada en su interior, una especie de carcasa pirotécnica;
sin embargo, este poeta de mirada nocturna conoce perfectamente el riesgo y
sabiéndolo, como los más osados acróbatas o malabaristas, asume el reto y
exprime las palabras para lograr con ellas poderosas asociaciones semánticas
basadas, bien en los sonidos, bien en el choque de ciertos significados, para
llegar con ellas (al fin y al cabo de eso también se trata en la poesía) a la
máxima precisión en lo que desea transmitir al lector.
Como afirma durante la entrevista, cuando
llegó a España, fue el ensimismamiento que le produjo el primer año de su
estancia, el que le empujó a ir dando pasos concretos hacia ese deseo que como
una semilla ya se traía desde Perú. Y fue a través de Internet como, poco a
poco, dio forma a esa necesidad interna que tenía y tiene de escribir. Tras sus
primeras presencias en foros poéticos, desembocó en un taller literario, donde,
definitivamente desembarcó en la poesía.
Sostiene que la poesía no sirve para
solucionar los problemas (“la poesía no
salva del insomnio”, dice en uno de sus versos), por tanto no escribe como
terapia, sino porque es lo que necesita, lo que le brota, lo que le nace.
No tiene prisa por publicar, de hecho, me ha
dado la impresión de ser un perfeccionista incansable. Y no le falta razón
cuando sostiene que un poema nunca está concluido, puesto que cada vez que uno
repasa sus versos, siempre hay algo que pulir, algo que quitar, quizá algo que
añadir o algo que reestructurar. Esta idea no es nueva, cualquier poeta sabe que
es así, que ese sentimiento nos persigue constantemente. Paradigmático es el
caso de Juan Ramón Jiménez, pero no es el único.
Confiesa Collazos que es admirador de César
Vallejo. Y eso se nota desde la primera lectura de cualquiera de sus poemas. La
potencia del ritmo y de las imágenes atraviesa cualquiera de ellos y puede
llegar a hipnotizar a los lectores. El ritmo, asegura el madrilimeño, lo tiene
injertado en su cerebro, es un mecanismo que le nace de modo natural, quizá
influenciado por su amor a la música; de hecho es percusionista. Y esto último –esa
cadencia de las estructuras rítmicas que marcan los compases de una composición
musical- se percibe sin dificultad al escuchar su recitar tranquilo y, al
tiempo, poderoso.
Tal y como destaca Paloma durante la
conversación, una de las características que define el estilo de Gío tiene que
ver con el manejo y mixtura que hace de las variantes del español que se usan
aquí y en Perú o en América en general. De algún modo, como él mismo, sus
poemas son madrilimeños. Es habitual tener que acudir al diccionario a buscar
el significado de una palabra, pues ésta tiene su hábitat natural allá en Perú,
mientras que aquí es una gran desconocida. ¿Quizá suceda lo mismo con los
hombres y mujeres que viven fuera de nuestras fronteras? Desde ese punto de
vista, la poesía de Giovanni Collazos viene a desplegar un plural muestrario de
ventanas y paisajes que agrandan nuestra propia concepción o conocimiento de la
realidad y del entorno. Es él, es su vida, es su propia esencia y no debe
renunciar a ella, porque –como a veces repito- sólo los árboles bien enraizados
crecen más altos y más vigorosos.
Me parece que otra de las virtudes de este
poeta es la crítica que realiza de su obra, ese inconformismo, ese deseo de
mejorar y superarse en cada verso, en cada revisión de cada verso. Reconoce,
por ejemplo, su déficit de lecturas (como a mí mismo me sucede), y sabe que en
esa carencia ubica la humildad con la que considera su propia obra, siempre en
marcha, siempre sin prisa, siempre en crecimiento (aunque, paradójicamente,
algunas veces crecer signifique podar).
Hasta ahora ha escrito dos poemarios El hombre cuneiforme y Ojos de paiche. (Por cierto, he tenido
que buscar el significado de ‘paiche’, y he descubierto en la Wikipedia que se
trata de uno de los mayores peces de agua dulce –puede alcanzar tres metros de
longitud y pesar hasta 250 Kg.- En cierta época del año vive en aguas poco
oxigenadas, por lo que el oxígeno que absorbe por sus branquias es
insuficiente, así que debe respirar aire atmosférico o "boquear". Esto
lo logra porque su vejiga natatoria está muy desarrollada y tiene una función
idéntica a un pulmón humano. Esto lo hacen otras especies del Amazonas, como la
anguila eléctrica. Pero lo que más me ha llamado la atención de las imágenes
que he visto, ha sido el extraño brillo felino de sus ojos. ¿Irá por esa vereda
el título del poemario?).
Paloma Corrales confiesa al principio del
diálogo que uno de los objetivos de este programa es el de difundir a poetas
actuales, aquello que ahora mismo se está haciendo. Y en el caso de Gío, a
esto, además, se añade el hecho de ser emigrante. Un poeta que tuvo que
inmigrar, por razones laborales, que llegó a España con contrato legal, para
mejorar su situación económica, pero, sobre todo la de su familia.
Y este dato biográfico, también me parece
clave en su poesía, pues percibo en Giovanni que la verdadera raíz de su
existencia en cuanto que ser humano, no es tanto la nación o, ni siquiera, el
idioma, es sobre todo la familia, y de la familia, la madre. Su madre –intuyo
tras la escucha del poema que cierra El
hombre cuneiforme- es la verdadera patria de Gío, el ejemplo donde se
fortalece su propia humanidad, de algún modo ese manantial del que, no sólo se
nutre, sino donde se contempla para reconocerse y proyectarse.
Creo sinceramente que Gío es un poeta a
seguir, un poeta para leer despacio. Sus versos (en realidad la mayoría de
versos de cualquier poeta) no se pueden despachar de una lectura rápida o
superficial o lineal, sino que hay que instalarse en las pupilas y en la mente,
una especie de gafas en tres dimensiones, mejor dicho, un desinhibidor de
tiempo y de significantes, como viajar sin ataduras por las palabras y por las
ideas…
O como dice el último verso del último poema
con el que se cierra la entrevista, “y dejarse
llevar por el viento”… o por los sueños.