Cómplices

Jueves, 5 de enero de 2012

Llevo con la duda puesta entre los dedos y el lumbago unos minutos. Mejor dicho con dos dudas.
La fecha de hoy, y más a estas horas, invita a dejarse llevar por la marea de las vísperas de la celebración. Esta tarde, cuando bajaba de casa de mis padres, venía emocionado escuchando y contemplando a niños y niñas (esos con más de cuatro y menos de siete) con toda la ilusión que el Universo puede fabricar, metida en sus cuerpecitos. Se podría decir, sin ser metafórico, que eran ellos y ellas quienes tironeaban de las manos de sus madres o padres para llegar cuanto antes a los pies del Acueducto, no fuera a ser que llegasen sus majestades y ellos se lo perdiesen… Aún faltaba media hora para que se iniciara la cabalgata en la otra parte de la ciudad, en el Alcázar. Nunca habrán llegado con tanta anticipación a ningún sitio en su vida.
Por otra parte, después de escuchar el Conv3rsando que hoy ha subido Veoguada.TV a Internet, la entrevista de Paloma Corrales a Ana Pérez Cañamares, he dudado sobre la música de fondo que me ha de acompañar para centrarme, en las reflexiones que me han provocado las palabras de Ana y de Paloma. He dudado si situar a Britten o a Bruckner en mi reproductor de música. Quizá hubiera sido más apropiado el británico, pero me he decantado por el austriaco. A lo mejor el inglés me perturba más.
Sumergido en la inmensidad de la música del centroeuropeo que, a mi modo de ver (y sé que estoy haciendo una lectura completamente temeraria) oculta una tremenda lucha interior y una tremenda duda sobre el mundo en que vive, traslado casi a vuelatecla lo que acabo de escuchar.
Afirma Ana Pérez Cañamares en su estremecedor poema 20-N, dedicado a la memoria de su madre: “Hay ideas que atentan contra el corazón / dicho de otro modo /tener corazón no permite tener ciertas ideas”. Supongo que en estos tres versos alea el fundamento de su poética; u otro modo de expresar el cimiento donde basa su poética.
Sigo el blog de Ana Pérez Cañamares, El alma disponible, desde hace unos meses y a través de él he ido descubriendo algunas de las cosas que se han destacado en la entrevista. En primer lugar, y antes que nada, su hondísima preocupación por la situación concreta y actual del ser humano, pero contado desde su propia vida. Ella no se puede poner en la piel del problema del otro sino es el suyo, se acerca a él desde su propia vida. Pero más aún, esta actitud, podríamos decir poética, va refrendada o debe ir refrendada por una cierta y concreta acción personal que cristalice en una coherencia vital. Ser poeta, como dice Paloma Corrales, no es sólo un determinado modo de mirar el mundo, sino un modo de ser en el mundo. En este sentido, Ana se considera antena que, por una parte, capta cuanto sucede a su alrededor y, por otra, lo lanza a las ondas para que otras puedan recibirlo. Al mismo tiempo tiene clara conciencia de que no se puede abarcar todo, que una persona en concreto no está capacitada para cambiar el mundo, sino tan sólo (y no siempre –esto lo añado yo-) su entorno. Viene a decir que el verdadero cambio, no se puede dar en las estructuras sociales, sin en la propia vida particular no se aplican los mismos criterios. En su caso concreto, la entrevistada de esta quincena, ha formado parte muy activa del movimiento 15M, con clara conciencia de que ella sólo aportaba lo que realmente podía aportar y con la tranquilidad que le daba saber que no estaba sola en esa indignación y en ese afán por intentar cambiar las cosas.
Según explica en la entrevista, después de los primeros poemas escritos durante la adolescencia y juventud, se dedicó a la narrativa y cuando una novela se le atascó, volvió a la poesía, que ha llegado para quedarse.
Es curiosa esta evolución, no porque sea extraña, sino porque es exactamente la misma que vivo. Ayer, mientras tomaba un café con un amigo, le comentaba algo similar. Le decía que ahora mismo la narrativa no me atrae nada, es como si no me sintiera con capacidad para ella. Donde estoy feliz es entre los versos, con independencia de su calidad o validez. Porque, entre otras cosas, como la poeta madrileña, siento que nadie ha dejado dicho en ninguna parte que para escribir haya que sufrir, y porque la poesía es tan generosa y tan amplia, que en ella tienen cabida todo lo humano: historia, arte, política, corazón, sangre, sufrimiento, amor, muerte, además de un componente común, la búsqueda de la belleza a través de la palabra.
Que sea una poeta preocupada por la injusticia y la tragedia concreta del ser humano en este mundo plagado de dolor, muerte, abandono, discriminaciones, vejaciones, etcétera, es algo connatural a su propia existencia, pues la vivencia familiar (especialmente dura durante la guerra y la posguerra) le ha tejido su propia existencia a través de lo que se ha dicho y a través de los silencios que se han tejido a su alrededor. Ese silencio que el dolor, aunque fuese un dolor retrospectivo, provocaba en demasiadas ocasiones.
La poesía de Ana Pérez Cañamares está hecha de vida latiente y muchas veces sufriente, una vida (la suya), no cerrada en una burbuja interior, sino que partiendo de sí misma, salta al mundo y se confronta a él. En algunas ocasiones para denunciar la falsedad, la injusticia, el dolor, y en otras (muchas) para comparar su acomodada vida de europea bendecida por el bienestar (es decir la vida de cualquiera de nosotros) con la de quienes más que existir, malviven en el quicio de la muerte, quienes mueren cada día, antes de dejar de existir.
Ahora, nos confiesa, está a punto de editar un nuevo poemario, Sumas y restos que parte o gira alrededor de dos versos de la poeta norteamericana Adrianne Riche: “Vine para ver el daño causado / y los tesoros que perduran”. Sin embargo, y a pesar de afirmar que de algún modo ésta podría ser su poética y la de casi cualquiera (y no le falta razón), uno de los poetas que más la están influyendo en estos momentos es Jorge Riechmann, hasta el punto de que, según sus palabras casi finales, le alimenta.
En su último poemario, La comunión de los mortales, Riechmann afirma, por ejemplo: “Si la respuesta / de la mayoría ante la puesta de sol / es bajar la persiana / ¿vamos a concederles la razón?”. Es decir, un hondo deseo o clamor por buscar la re-unión del ser humano con la naturaleza y consigo mismo. La verdadera revolución humana posible hoy en día –según defiende Riechmann, en este poemario y en multitud de artículos y libros- pasa por el final del capitalismo neoliberal que nos lleva al desastre y se debe volver hacia el ecologismo, entendido como el nuevo humanismo que usa como trampolín la defensa de la naturaleza, porque, al fin y al cabo, es nuestra casa. Somos seres humanos dentro del mundo, si no tal cosa es imposible. En que perdure en buenas condiciones nuestra querida casa común nos va la propia existencia… Ni más, ni menos.
Y Ana Pérez Cañamares nos ha regalado dos poemas del poemario por publicar, en que, efectivamente, nos damos perfecta cuenta de que su ‘antena’ ha sintonizado en la misma frecuencia que la de Riechmann. Viene a gritar que no es posible un mundo en que el dolor más atroz rayano con la esclavitud, conviva con la opulencia más impune.
Hay un camino, un camino posible que aún nos podría salvar del cataclismo. El poeta (Riechmann, Pérez Cañamares, …) es consciente de que sus fuerzas son inútiles para conseguir que la humanidad transite esa vereda, o dicho de otro modo, el poeta es perfectamente consciente de que la poesía nunca cambiará el mundo; sin embargo, y al mismo tiempo, sabe que en sus versos está la posibilidad de remover algunas conciencias por si alguien quiere transitarla, a ser posible un alguien plural y multitudinario.
Escribí hace un par de meses un esbozo sobre cómo entiendo la poesía, y al final, lo titulé Sin hombre no hay poesía. Creo que hay otros que lo tienen más claro que yo mismo, y apuestan a esa carta con todas las consecuencias.
Quizá todavía es posible que las sensaciones que transmite el final de la séptima sinfonía de Bruckner sigan siendo ciertas, y no algo más propio de una utopía…
Me encantaría que los niños del futuro, mis nietos, por ejemplo, cuando lleguen, si es que llegan, al tener cinco o seis años puedan agarrarme de la mano tal tarde como hoy y me apresuren el paso con los ojos revestidos por la ilusión. Querrá decir que el ser humano aún perdura tal y como le conocemos, y no se ha convertido definitivamente en el esclavo de esa oligarquía poderosísima que nos está amenazando. “Hay ideas que atentan contra el corazón / dicho de otro modo /tener corazón no permite tener ciertas ideas”
Quizá aún estamos a tiempo de la victoria del corazón.