Es
probable que sea necesario un
concierto de autenticidad, olvidarme de presas y cadenas. Por más que aspire
a licenciarme en trascendencias, no llego a casi nada. Soy nada. Luego se
disfrazarán las palabras con adjetivos que recubran su desnudez impertinente,
pero veraz. Después llegarán los matices, para limitar tanta miseria. Pero todo
será inútil. Soy nada y como tal, debiera actuar, probablemente despojándome de
cuanto pretendo, y retornar, como en los tiempos del Paraíso, a la verdad
cotidiana de lo más simple, de lo casi inexistente. Irse o desaparecerse, acaso
sea la única medida inteligente. Afanarse en el puro silencio, en el puro
anonimato.
¿Para qué, pues, tanto esfuerzo?
Desnudarme, al fin, de toda esa carga tan
inútil, tan pretenciosa. No se trata de renunciar a nada, sino asumir quien uno
es, quien uno ha sido, quien uno puede llegar a ser. Me iré haciendo
transparente hasta confundirme con el aire, hasta orillarme en una de las
esquinas más ocultas de la existencia.