Cómplices

Martes, 10 de enero de 2012


Hoy he leído en el blog de Anotonio Porpetta el poema titulado Memoria, rescatado de su poemario La mirada intramuros.
Desde la primera lectura me ha parecido una oración dirigida a ese ‘Alguien’ del que depende toda existencia. Es un poema que habla sobre la memoria… Somos memoria, pero no sólo la que conserven de nosotros aquellos que nos quieran o nos odien o nos envidien o nos recuerden… El poeta va más allá, le importa otra cosa. Él, probablemente, esté hablando de su propia esencia como ser humano.
Desde que leí en otro lugar que el ser humano es memoria y palabra, no dejo de dar vueltas a este concepto y cada día estoy más convencido de su verdad. Si el ser humano pierde memoria de sí mismo y pierde la palabra, ¿qué quedará de él? ¿Se puede afirmar en ese caso que sigue siendo un ser humano completo, o sólo es su carcasa…?
Si este concepto se aplica a la especie en su conjunto, o a los diferentes conjuntos de humanos que formamos esta especie, acabo de justificar la obligación imperiosa que tienen los gobiernos y las sociedades de proteger, potenciar, y elevar a los altares la historia, la lengua, la literatura, la filosofía, el arte…, en fin eso que genéricamente podemos dar en llamar Humanidades.
Quizá este periodo de la civilización, acosado por la terrible enfermedad que asola la memoria de tantas personas, sea más sensible que ningún otro a esta afirmación. Sería deseable invertir hasta lo que no se tiene en investigar remedios contra este mal… (Recortar en investigación es otro de los errores más terribles de los actuales gobiernos europeos. Es la demostración más evidente de que la inmensa mayoría de la población les interesa un bledo).
Pero hoy no quería reflexionar sobre esta enfermedad individual, sino contra la posibilidad de que crezcan las tentaciones de extirpar o alterar la memoria colectiva.
Alterar la memoria falseando acontecimientos, hurtando parte de su contenido, expoliando o tergiversando sucesos o, simplemente enterrándolos en cunetas con la esperanza de que desaparezcan para siempre, es una forma de amputar parte de nuestro ser humano. Y bien lo sé, porque sólo a partir de mis quince o dieciséis años (nací en 1962), empecé a enterarme de muchas cosas que antes ni siquiera me imaginaba podrían haber existido.
Quizá porque en lo personal somos memoria y palabra, y porque la colectividad es la fusión (mucho más que una suma) de personas, es por lo que una dictadura es la peor de las lacras para una sociedad, pues, a la postre, una dictadura cercena la memoria en aquello que le pueda traer problemas, y castra la palabra mediante la censura, para que la verdad sea ese cadáver enterrado una vez y otra. Es decir la dictadura no se anda con rodeos y va a la raíz, no quiere personas o ciudadanos, desea siervos y patriotas a su servicio.
Los poderosos saben bien que hay muchos modos de ejercer dictadura. Y en estas décadas iniciales de siglo lo estamos viendo y padeciendo. Decir que somos libres e impedir llegar a los medios para serlo, quizá sea el modo más sutil y deleznable de hacerlo. Cifrar el desarrollo y bienestar de una nación en el crecimiento de su PIB, aunque sea a costa del embrutecimiento de sus ciudadanos es como decir que somos sólo parte de la maquinaria productiva. Somos útiles en cuanto que producimos. Disimular una dictadura, camuflándola en una ‘partitocracia’ sostenida por los grandes capitales y cuyo único objetivo es mantener la distribución de las parcelas del poder y evitar el progreso de sus individuos, es la forma más lograda de dictadura que nunca se haya inventado.
Continúan pastoreándonos en esa dirección, sin que se les caiga la cara de vergüenza… y aparentemente sin que nos demos cuenta de ello, o peor aún, quizá estemos de acuerdo con ser tratados de este modo... 
Estoy hablando de los lugares donde en apariencia la democracia está asentada. No hablo de aquellos otros donde ni siquiera se propicia esta minúscula libertad.