Cuando sólo
queda el lamento o la queja, cuando sólo quedan las lágrimas de otros ojos
deslizándose por las mejillas, ésas tantas veces acariciadas y besadas, es
mejor callarse y pensar, dejar que el silencio también empape mis dedos, ellos
que en muchas ocasiones hablan por mí, volando por el teclado casi a espaldas,
casi a traición de mi conciencia. Van rápido, casi tanto como mi pensamiento. A
veces es una lástima, pienso, haberlos dotado de esta autonomía que poseen.
Tengo conciencia clara, precisa, contundente
del lugar que ocupo en este tiempo, en este lugar, en esta situación. No es
cuestión de repetir lo que de un modo u otro he dicho tantas veces.
Sin embargo, también tengo conciencia clara,
precisa y contundente de que, salvo horribles sufrimientos, no puedo vivir sin
la verdadera piel, no puedo ir en contra de mí mismo, o acabaré en las garras
del animal más ominoso de los que existen: la locura.
Juego en un equipo que tiene serios
problemas para mantenerse en tercera división, de acuerdo, pero, si además de
luchar contra la falta de tiempo (es la cruz o la bienaventuranza de los
aficionadillos), he de luchar contra la falta de comprensión, entonces estoy
abocado al sufrimiento.
Tiene que haber alguna solución. Tiene que
haber una respuesta en la que quepan todos los caminos. Y si no existe espacio
para que respiren todas las opciones, entonces habrá que elegir. O bien aceptar
que ciertos caminos son tan empinados y peligrosos, áridos y fríos, oscuros, y
estrechos, que es imposible recorrerlos en compañía.
O peor aún (peor para mí), aceptar que mi
existencia ha sido un camino equivocado durante estos últimos ocho o diez años.
Decretar mi rendición. Alzar la bandera blanca. Agachar la cerviz y volver al
redil, ser uno más de la cáfila quieta y un poco amodorrada que pasta en las
amplias dehesas. Empezar a ser normal o hacer daño. Y esperar que el castigo
por mi osadía no sea excesivo.
Quizá el equipo de tercera división, esté a
punto de descender a primera regional preferente, aunque lo más probable es que
esté a punto de desaparecer porque no ha sido capaz de abonar los salarios a
sus jugadores.
Y la respuesta se parece al filo de la
guillotina que empieza a descender camino de mi cuello.
No, por favor, no me busquéis, que hoy no
estoy, ni siquiera sé cuándo estaré.