Cuando me he
levantado, la nieve anunciaba su pronta presencia. Pequeños copos, pedazos de
copos, más bien, empezaban a descender, flotantes, sobre el frío de la mañana,
quizá se preguntaban si debían concluir su aterrizaje, o mejor buscaban el modo
de ascender nuevamente al seno de la nube que les ha traído hasta aquí.
Por alguna razón (¿misericordia,
desconocimiento?) han decidido compartir con esta tierra su abrazo gélido pero,
a la larga, tan beneficioso.
Prefiero contemplar, como quien reza un
salmo, la caída de estos copos, ligeramente inclinada, como si escribieran en
letra cursiva, a escribir sobre lo que tenía pensado escribir.
Son lo copos, siguen siendo, menudos, pero
cada vez hay más cantidad; la silueta de Segovia que contemplo parece envuelta
por una gasa neblinosa, pero no hay tal, sino la nieve resbalando por el aire. Quizá
las temperaturas hayan templado algo. Aunque estemos muy lejos de los números
criminales que en Europa Central y del Este han llevado a más de un centenar de
personas a la muerte, hace frío. Mucho frío.
Pero ver nevar es tan hermoso… A uno se le
quita cualquier deseo de queja.
¿Qué más da?
Si ellos mismos se cierran a la verdadera
participación, si tienen tanto miedo, si sólo creen en las políticas
descendentes, al modo de la Ilustración: todo por el pueblo y para el pueblo, pero sin
el pueblo, con su pan se lo coman.
Y no lo digo por mí, que no siendo militante
no puedo exigir nada a esta organización, y por tanto, no lo exijo. Pero leo las quejas de muchos,
porque esos mismos militantes lo están diciendo, porque a mi Twitter me llegan
esos lamentos.
Se está alabando desde los medios de
comunicación todo el proceso democrático que se ha seguido para esta elección,
pero ahí se han quedado. Les ha dado miedo avanzar más. De nuevo Francia se ha puesto por delante en la conquista de la libertad. De nuevo se vuelve a
ver que los partidos son voraces maquinarias diseñadas para el poder, no para
solucionar la vida de los individuos. Da la impresión de que sólo preocupa
estar en determinado lugar. Cuanto más cerca de la cúspide, mejor, por
supuesto.
Y, pregunto, ¿para qué se quiere estar en
determinado lugar? ¿Qué objeto tiene ser tal o cual cargo, si no es para servir
mejor a los ciudadanos desde una determinada opción ideológica? Los aparatos de
las organizaciones dominan a los individuos. Y tampoco esto lo digo por mí, que
ando fuera de cualquier aparato, lo digo porque la militancia es un rebaño que
no tiene nada que decir, salvo aportar su cuota y llenar mítines.
Quizá en otros tiempos todo fuera más
complicado y costoso, en la práctica irrealizable; pero hoy en día, con tanto progreso tecnológico a nuestro alcance,
me causa vergüenza ajena contemplar el miedo que también en la progresía se
tiene a que corra el aire. Pareciera que mantener cualquier cota de poder es
preferible a las opiniones, disensos y libertad de expresión. O es que, y esto
sería mucho peor, ¿piensan que las bases no están preparadas para tomar esta
determinación?
¿Les extraña la última sangría de votos? ¿Todavía no han comprendido por dónde se les han ido, por dónde no van a retornar?
Por cosas como éstas es por la que no me
afiliaré nunca a ningún partido político, ni siquiera a alguno que esté cerca
de mis ideas. Prefiero gastar mi dinero y mi tiempo en cosas que me ayudan para
alcanzar la libertad individual y la madurez espiritual, como comprar y leer libros de poesía o charlar
con mis amigos o contemplar cómo nieva, mientras doy gracias al Creador, que
tiene a bien embellecer con esta albura fría hasta los chapiteles y tejados de
las iglesias, otra organización que considera a sus seguidores como ignorantes
o peligrosos, salvo que la única palabra que pronuncien sea amén. El Dios que
proclaman –en el que creo- nos considera a todos hijos, por tanto hermanos, por
tanto iguales, pero la igualdad se entiende en determinados ámbitos de un modo
muy extraño, novelero, digamos. La ideología progresista se basa en la igualdad
de oportunidades, en el reparto del bien común, en la sostenibilidad de los
recursos del Planeta, en la redistribución justa de la renta para que los
pobres lo sean menos y los ricos no lo sean tanto, en la democracia, en la
libertad de pensamiento, en la participación, en la igualdad, pero la igualdad
se entiende en determinados ámbitos de un modo muy extraño, novelero, digamos.