Hemos estado esta
tarde en una librería buscando un libro para un regalo. Uno, en realidad,
acompañaba y cuando era requerido daba opinión.
Durante un buen rato, he curioseado
volúmenes y volúmenes y volúmenes de libros: novelas, ensayos, libros de viaje,
libros de recetas, diarios, clásicos, contemporáneos, de mi gusto de mi
disgusto, infantiles, poesía, testimonio, autoayuda, de arte, best sellers…
Y la pregunta era la misma. Uno de los
grandes milagros es que alguien escoja el libro de uno. Por allí, camuflado, he
descubierto un ejemplar de Versos como
carne.
Se habla y se dice y se pregona y se
proclama a bombo y platillo que Internet es el camino para salir del anonimato,
para dar a conocer tu obra…
En sentido estricto así es. Uno, sin saber
muy bien cómo, va teniendo personas que le siguen, que le leen…, y esto también
es un maravilloso milagro. Incluso, algunas de ellas, de modo fiel, abnegado, sin
desmayo. ¿Y no se cansarán de mi palabrerío incesante?
Como mejor me lo paso, una vez que he dado
al icono del escritorio de mi ordenador que me abre la puerta de esta Red
inabarcable, es leyendo otros blogs. Mucho mejor que en el FB o en Twitter. Aunque
haya que estar, aunque de hecho esté.
Pero toda esta actividad, en el fondo, va
creando una adicción que se traduce en tiempo. Siempre
es el tiempo la verdadera moneda a pagar. Y fundamentalmente tiempo que se roba
a la escritura.
He leído esta mañana un artículo en el que
se reflexionaba acerca del verdadero trabajo del escritor. Algunas veces tengo
la impresión que por decir que soy escritor (aunque sea aficionado, etcétera)
aquí, allá, en el otro sitio, lo soy más. Y ese quizá sea el gran error. La trampa
que me han tendido, la trampa en la que he caído. Dicho de otro modo: la
velocidad se demuestra andando.
Quizá haya que responder primero a una
pregunta previa, ¿qué se pretende al ser o declararse escritor: publicar, vivir
de ello, ganar dinero, fama, prestigio, amigos, influencias…, escribir?
Ergo…
Porque la escritura, al menos en un
porcentaje muy elevado, es tiempo de silencio y soledad, de reflexión, de
lectura de otros libros o de otras publicaciones o de otras informaciones, la
atenta grabación mediante la capacidad de observación de cuanto sucede a
nuestro alrededor, porque quizá mañana o en tres lustros esto que hoy has visto
podrá ser usado de algún modo, destrozar mucho de lo escrito, tachar, enmendar,
recapitular, dejar que las versiones reposen, juzgar en silencio la propia
obra, esperar el juicio de los primeros lectores que accederán a la obra mucho
antes de que llegue a una librería, en el extraño caso de que alguna vez haya
de llegar a ella…
Sólo después, quizá, cuando esa obra se
agazapa en alguna estantería de las librerías, pueden justificarse otras
acciones. Entre tanto, creo que me conviene un hondo replanteo de mi tarea, una
distribución más inteligente de mi tiempo.
Marián dice, y dice bien, que tengo fuerza
de voluntad y soy disciplinado. De una vez por todas he de actuar con un poco
de coherencia.
Y a pesar de todo ello, es imprescindible
tener claro que en el mejor de los casos (y salvo los amigos o quien vaya a
tiro fijo), será un milagro que alguien, curioseando en una librería, se lleve
un ejemplar de aquel libro con el que tanto disfrutaste mientras lo escribías y
que tanto esfuerzo y tiempo te llevó…