Cómplices

Jueves, 16 de febrero de 2012


Quedan en mí los reverberos de los versos de tres mujeres, de tres poetas. Resuenan aún en mi piel los poemas que Elvira Daudet, Carmina Casala y Paloma Corrales.
Hay días en que uno parece deambular entre versos. Hoy ha sido uno de ellos, y ha concluido, como un postre delicado y nada empalagoso, por lo que se ha hecho escaso.
En esta ocasión el programa Conv3rsando no ha sido un diálogo a dos, sino una conversación a tres bandas o, mejor dicho, una balada a tres voces para que los espectadores pudieran (pudiéramos) disfrutar de un fragmento, obligadamente breve, de tres poéticas diferentes, pero con más concomitancias de las que pudieran parecer a primera vista.
Si quienes acudieron a la biblioteca de Dávalos en Guadalajara, pudieron dejarse interpelar con retazos de la poesía de estas mujeres, quienes sólo hemos podido ver y escuchar las imágenes del programa, lo hemos saboreado aún de modo más esencial, quizá más intenso.
Y esa es la lástima que a uno le queda, no haber estado presente en el propio acto; pero al menos, y gracias a los milagros que la tecnología hoy nos proporciona, podemos recrearnos cuantas veces deseemos con este resumen de media hora.
Una vez más se confirma (confirmo) que la poesía no tiene una única voz. Una vez más confirmo que no soy culpable de que me atraigan de igual modo diversos estilos, diversos modos de escribir versos. La poesía es poliédrica, dúctil y plural, como la misma vida. En apariencia nada tienen en común los versos de Elvira, Carmina y Paloma, y sin embargo hay algo hondo que las une entre sí, y con el curso del río milenario que se llama poesía y que cruza toda la historia de la humanidad, porque (y de esta afirmación nadie me apeará) mientras haya seres humanos habrá poesía. Habrá personas que, atónitos ante el espectáculo de la propia existencia, buscarán con afán desmedido su esencia, se preguntarán por el dolor y por la felicidad que transitan por cada vida o por la suya.
Cambiarán, qué duda cabe, las modas, las expresiones, las tendencias, lo que hoy nos parece pura vanguardia se decantará y dentro de nada será estilo anticuado, como hoy nos parecen trasnochados ciertos estilos que un día fueron tachados de espurias modernidades por algunos.
La poesía va más allá, la poesía (a pesar de la general creencia) no se preocupa excesivamente por los ropajes con que los poetas la van revistiendo en cada época, porque lo que importa a la poesía, o lo que es verdadera poesía, es aquello que anida y palpita en lo más hondo de los versos, aquello inefable que perdura y salta con pretensión de abrazo al corazón de los lectores u oyentes.
Al final, si uno como alquimista obcecado depura para hallar la esencia, se encontrará con el amor como respuesta que, al mismo tiempo, une y explica tanta variedad. Pero no se me entienda mal. No hablo sólo del amor como pasión de los cuerpos, ni siquiera como sentimiento que engarza durante un tiempo a dos seres humanos para recorrer un trecho de existencia en común (a veces incluso toda la vida).
Hablo, más bien, de ese amor que empuja a la solidaridad con todo cuanto de humano nos habita, hablo de ese amor que empuja al erotismo, a la pasión, a la misericordia, a elevar la voz contra las injusticias, a señalar con voz temblorosa todo cuanto de hermoso nos rodea y a preguntarse por la razón última del sufrimiento, el dolor, la destrucción y la muerte… Ese amor, en fin, que tiene que ver con una mirada siempre escrutadora y un poco sorprendida sobre el ser humano y sus acciones.
A veces y más en estos tiempos duros, este siglo de feroces selvas de hormigón, lo que queda en la poesía es la duda, la confusión, la sensación de estar zarandeados por los monstruos más viles y hambrientos (siempre hambrientos, insaciables siempre) y el poeta, entonces, se detiene y escruta lenta y hondamente los corazones, incluso el suyo propio. La poesía contemporánea quizá se caracterice por adentrarse en los vericuetos de los paisajes más interiores y nada más a mano que la propia entraña del poeta que se sabe uno más, que se sabe igual al resto de la especie, pero con la imparable necesidad de expresarlo con el lenguaje, como si fuera una especie de traductor de sentimientos.
En ese sentido escuchar los poemas de Elvira, Carmina y Paloma es asistir a tres modos de retratar la humanidad, a tres perspectivas que indagan en aspectos si no iguales, sí complementarios.
Elvira Daudet con ese verso que parece un bisturí preciso y firme, secciona la hipocresía de esta época, sobre todo del género masculino. Se pone siempre del lado del débil, del lado de la víctima, acusando sin paliativos a cuantos se erigen en verdugos del inocente.
Carmina Casala en sus versos con la potencia y sinuosidad de las mareas, retrata el dolor de la soledad, la melancolía que producen en tantas vidas las indecisiones o las traiciones y nos lleva de la mano por la geografía de tantos deseos frustrados por el miedo o la inquina.
Paloma Corrales con sus versos como telescopios sobre el alma, bucea siempre en lo más hondo de los corazones o las mentes y en esos viajes descubre la dureza de la soledad, el avance sinuoso e imparable de la muerte y el dolor del desamor que empuja hacia la ausencia.
Para ninguna de ellas la imagen es desconocida. Por el contrario podría decirse que otro elemento común en ellas es la potencia de sus imágenes, quizá la esencia formal de la poesía, junto con la melodía. La capacidad de las tres para desplegar en el entendimiento del lector / oyente nuevos modos de expresar realidades conocidas parece no tener límites. Obviamente no son del mismo tipo las imágenes en ninguna de ellas, pero, en todo caso, obligan a quien disfruta de sus versos a prestar atención, porque a la vuelta de cada verso, puede esconderse esa fogonazo de luz que en dos palabras explique sugiriendo sentimientos o situaciones, a veces incluso tanto o más que sesudos tratados antropológicos o psicológicos.
Decía Rafael Soler en la presentación del acto que el poeta cuando da lo mejor de sí es cuando se enfrenta ante los lectores. Hacerlo a través de las páginas de un libro puede ser hacerlo de modo interpuesto, aunque por otra parte siempre estarán allí las palabras dispuestas a ser amasadas por el lector en cualquier momento. Hacerlo en un recital es hacerlo a cuerpo descubierto, sin armadura que proteja. Y ellas, en Guadalajara, rodeadas de libros, dieron el pasado viernes mucho de sí mismas, y tal entrega se nota en las imágenes del programa.
Es una suerte que sin haber estado allí presente físicamente, pueda estarlo cuantas veces quiera, aunque sea en un fragmento de media hora de duración.
Seguiremos sin saber qué es poesía (dudo que alguien pueda saberlo), sin embargo sí sé cuándo estoy delante de la poesía, y esta noche la he escuchado en tres de sus plurales manifestaciones.