Se ausentan, a veces, las
ideas. Y sin ideas es imposible que las palabras cumplan su labor de
revestirlas, de dotarles de un cuerpo con el que transiten por la vida, incluso
por las esquinas del viento.
Se ausentan las ideas y uno, reconociendo el error,
se da cuenta que no es la palabra —ni siquiera la más etérea y sublime— la que dota
de valor a los textos, sino que es la idea (en forma de relato o reflexión o
sentimiento) quien otorga el sentido del texto.
Y anoche, a pesar de las dos horas largas, la idea —cualquier
idea—, se ausentó de mí. Acudió, como sucedáneo pobre, un leve hilo argumental.
Nada.
No es la primera vez que sucede. Tampoco ha de ser
la última. Y es que algunas veces es mejor, mucho mejor, no intentar forzar las
cosas. Tornarse agua que, por ser fluido y acomodaticio, es el
elemento más resistente, permitir que cada momento de la vida componga su
propio modo de manifestarse.
O desaparecerse.