Cómplices

Jueves, 2 de febrero de 2012


El mundo es un despliegue de dolor y de injusticias. Nos acercan, como vengo diciendo, en estos días hacia la esclavitud. Quizá esta mirada mía sea un tanto exagerada para algunos, si es que lo hay, de mis lectores, quizá vean en mis líneas un Apocalipsis que se corresponde con una mirada alucinada y desvirtuada del mundo en el que vivimos…
Sin embargo, para un grupo de habitantes de este Planeta. Para un grupo de criaturas que se esparcen como las estrellas por toda su superficie, lo que escribo sería (en caso de que tuviesen alguna opción de aproximarse a mis letras) un palídisimo reflejo de su realidad.
¿Cómo iba a saber yo, que casi no sé de nada, que en la charla de Paloma Corrales con Toño Benavides, emitida en el ámbito de Conv3rsando, el programa de Veoguada-TV, iban a acabar hablando de todo esto, al menos en parte?
¿Dónde están, quiénes son aquellos seres humanos que reúnen en sí mismo toda el dolor, toda la miseria, toda la marginalidad humana?
Toño Benavides (poeta e ilustrador, o ilustrador y poeta) ha dedicado buena parte de su obra literaria a este asunto. Los chicos del vertedero son los personajes de una obra que (si no he entendido mal) pronto pasará al papel. Los chicos del vertedero aglutinan en sí mismos lo más marginal de la sociedad, por así decir, los escombros despreciados y arrumbados en esos lugares donde las bolsas ámbar se convierten en planetas.
Como bien se ha señalado en la emisión, la poesía de Benavides es una obra llena de visualidad. No en vano es ilustrador, aunque, tal y como se ha definido el autor, siempre se ha sentido poeta, también a través de las ilustraciones. La percepción de la realidad, afirma, es una tara de nacimiento, es algo inevitable. Luego está el modo en que ésta se expresa.
El proceso del autor va de la imagen a la prosa poética y de ésta al verso más sintético, concentrado, de forma, quizá más tradicional. Pero todo en él es evolución. Etapas por las que el propio individuo transita con naturalidad. Me figuraba, mientras escuchaba tanto a Paloma como a Toño Benavides, un largo pasillo por el que uno camina. A lo largo de este paseo hay puertas a un lado, a otro, que dan a estancias unas con más luz, otras con menos, con una decoración determinada o sin ella, más sucias o más limpias. El ser humano es curioso por naturaleza y se asoma, y algunas veces la curiosidad es más fuerte aún, y entra, y resulta que le gusta lo que encuentra en esa estancia, y decide acampar allí, depositar sus pertrechos y descubrir cada uno de los detalles que se le van ofreciendo. Más tarde (unas horas, unos días, unas semanas, unos meses, unos años después), decide reemprender el itinerario, y deambula por el pasillo infinito, hasta que se vuelve a encontrar con otra habitación a la que se asoma y quizá, atraído por lo que ve, allí vuelve a vivaquear una temporada en ella.
Así es la poesía en cada autor. Es imposible intentar forzar nada, es imposible elegirla, es ella, siempre quien elige a uno, y por más que pretenda escribir de tal o cual manera, acabará haciéndolo al modo en que se deje escribir. Otra cosa distinta es la calidad.
Es la poesía del leonés, además de llena de imágenes muy visuales que enseguida captan la atención del lector o del oyente, volcada hacia los demás. Es el ser humano marginalizado y sufriente el protagonista de su obra. Pero cuando me refiero a esto, quizá convendría no perder de vista el detritus de nuestra sociedad.
A veces sucede que hablar de versos nos ubica en una especie de parnaso idílico, bullente de verdes praderas, cielos azules, cantos de pájaros… En este caso estamos hablando de seres sometidos a la droga, de seres ajenos a las normas sociales, carne (probablemente) de reformatorios o prisiones, esos jóvenes (o no tan jóvenes) de los que huimos cuando nos los encontramos de frente, esos jóvenes que saben que el valor de la vida tiene el mismo valor que la chupada de un cigarrillo, o un trago cualquiera. Esos seres que se apartan, pero que también apartamos, y los apartamos de nuestras conciencias y de nuestras vidas. Les tememos, sí. Son lobos feroces, aunque desconocen que, en realidad, son corderos disfrazados de lobo.
A este poeta, se nota bien a las claras, le apasiona su tarea, porque ha conseguido todo lo que la poesía le ha querido dar: haberla podido escribir y leer ante el público y recibir de él esa electricidad (lo ha repetido al menos en dos ocasiones) que se produce cuando existe esa complicidad entre quien oye y quien lee.
Uno, al contemplar su gesto y su actitud, observa a un hombre sereno, lúcido y apaciguado que, sin embargo, lleva dentro de sí toda una explosión de fuerza contenida, toda una crítica mordaz a esta sociedad que genera violencia y soledad. Todavía se ve mejor esto en sus ilustraciones, algunas de ellas quitan el resuello durante un instante.
Y esta característica, ni siquiera la está perdiendo ahora que camina por un sendero más próximo a lo comúnmente entendido por poesía.
No conocía a este poeta (de nuevo muchas gracias, Paloma, por esta tarea de difusión de la poesía más actual y más alejada de determinados circuitos), y de pronto me he sentido muy próximo a él en el mensaje, aunque muy lejos de su forma decir.
Porque la poesía, tal y como la entiendo –aunque esto no es verdad universal, sino mi modo de verlo- tiene que estar llena de la arcilla de la vida de los demás, aunque algunas veces sea el propio corazón quien lata y sangre en nuestros versos.