Cómplices

Lunes, 13 de febrero de 2012



No hace falta que vaya muy lejos. Con alzar levemente la mirada descubro los plátanos, los castaños de indias, un olmo negro, dos centenarios cedros del Líbano, la punta de la lanza de algunos cipreses, y otros árboles por desgracia y por mi desconocimiento, anónimos o de nombres que me suenan vagamente y no quiero citar por no errar.
Todos son árboles. Todos son hermosos. Todos son distintos. Todos son imprescindibles.
Así también los humanos.
Así también los artistas.
Así también los poetas y los poemas.
Leo y leo en la desmesura inabarcable de la red o de los libros y casi siempre hay algo que me llama la atención. Algo hermoso. Algo necesario, aunque no imprescindible, y que si no se hubiera dicho por esa poeta, por ese poeta, probablemente nadie más lo diría.
Todos necesarios. Todos útiles. Todos hermosos. Nadie (o casi) imprescindible.
Y lo mejor de todo es que el castaño de indias, no pretende ser cedro del Líbano o ciprés, ni esos árboles pequeñitos que plantaron en la mediana de la avenida (me parece que les llaman cerezos japoneses, pero no estoy nada seguro) aspira a la altura del plátano de la esquina. Cada uno a lo suyo y todos a lo mismo: árboles, árboles.