Algunas veces sueño con el mundo
en que me gustaría vivir. Tales sueños (que sólo tengo mientras estoy
despierto), son contraproducentes o dolorosos, porque la realidad (al menos la
que conozco y excede de mi espacio vital) es bastante más sangrante y
dura que lo que quisiera.
¿Pero es realmente así? ¿El mundo es cómo nos lo
cuentan o hay otras cosas que nunca se mencionan, o se escriben con letra
tamaño microbio?
A veces pienso que los medios de comunicación (con
el uso de Internet, este concepto ha ampliado su
contenido de modo exponencial) han llegado a la terrible conclusión de que sólo
tienen sentido si muestran una única faceta del poliedro de la existencia: la
que tiene que ver con las pesadillas de Goya, o la obra de Bacon, o los tonos
solanescos.
No estoy diciendo que sea mentira lo que transmiten, lo que insinúan, lo que se adivina entre las líneas de sus
titulares. Lo que digo es que tiene que haber más, necesariamente tiene que
haber más.
Si mi vida particular, la que se desarrolla en esta
ciudad pequeña y menguante en muchas cosas, pero con destellos de pujanza en
otras, está teñida de luces y sombras, de alegrías y tristezas, de rutina, esperanza
y pesimismo, si mi vida no es extraña, tengo que concluir que la vida del resto
es similar a la mía, es decir, el conjunto que se produce (en caso de poder ser
reproducido) sería similar a un fresco en que tuvieran cabida todos los colores
y sus matices, no algunos, no sólo una gama de la paleta.
¿Por qué entonces los medios de comunicación se
afanan en esbozar lienzos oscuros y sanguinolentos?
Una respuesta sería
afirmar que sólo es noticia aquello que no le sucede a la mayoría. Otra contestación
podría ser que sólo tratan aquello que interesa a la mayoría, con independencia
de si a esa mayoría le está sucediendo o no. Otra argumento podría referirse a
la obligación de los medios de comunicación de no ocultar la verdad, con
independencia de su color o del daño que pueda hacer. También se podría
esgrimir el derecho que tienen los medios de sacar a la luz la zona más
ponzoñosa de la realidad, para, haciéndola visible, remover el sentido crítico
de la ciudadanía y que ésta actúe en consecuencia. Es decir, que una de las razones
de ser de los medios es la de fomentar el sentido crítico de la sociedad…
Pero me da en la nariz que hay otras respuestas más
verdaderas, sin por ello despreciar las precedentes u otras de semejante jaez. Términos como mayor difusión, más ventas o más audiencia,
no serían muy ajenos a la respuesta.
Esto no sería lo peor, por tratarse de algo casi
evidente, algo que la mayoría tiene en cuenta a la hora de analizar los
contenidos de la información (¿por cierto, se analizan los contenidos de la información?), ya que somos conscientes de que se
trata de un negocio, y un negocio se mantiene si se compra la mercancía que se
produce.
Sin embargo, hay otros componentes, acaso más
sutiles, que son más preocupantes. La notable intromisión de las grandes grupos
y lobbies que manejan lo sustancial de la economía (bancos, compañías de
comunicación, compañías eléctricas, productores y distribuidores de energía,
etcétera) que, más allá de las ideologías, obligan a los medios a tomar
determinados sesgos en las noticias que publican, cuando no a vetar o filtrar
otras.
De ello se podrían derivar muchas consecuencias
para el ciudadano de a pie, pero la más importante de todas, es que uno tiene
la impresión de que se pretende que vivamos en el miedo, ese lugar en donde los
sueños mueren antes de haber nacido.
Un grupo humano amedrentado, subyugado por la llegada inminente de algo atroz, es manipulable y dirigible. Cuando
uno atisba que puede perder lo último que le queda, se torna mezquino y
desconfiado, se vuelve suspicaz y egoísta, todos cuantos se cruzan en su estela
son hipotéticos enemigos. El miedo es la venda más tupida que se puede colocar
ante los ojos, la más eficaz.
Si uno hiciera un periódico con su vida (quizá este
diario tenga algo de eso), llegaría a la conclusión de que la paleta de colores
abarca casi todo el espectro, aunque quizá predomine el color melancólico sobre
otros. Si se editara una hoja volandera con las noticias del barrio, creo que
la amplitud cromática sería también abundante. Leyendo la prensa local (supongo
que sucederá igual con toda la prensa local), aunque empieza a vislumbrarse un
tono más oscuro, aún se encuentran muchas cosas que tienen que ver con lo
cotidiano, con lo normal, con lo que a todos nos sucede. Todavía se parece al
eco de las tertulias de los bares o de las plazas o de los portales donde entraban en la
conversación el nacimiento de la última criatura de los del tercero y la
enfermedad gravísima del vecino del segundo o el posible noviazgo de la niña
mayor de los del ático. A medida que el ámbito de difusión se amplia, es como si
los colores de la noche fueran los únicos protagonistas, como si en la
distancia, la normalidad, la alegría, el optimismo, la solidaridad, el afán por
la vida, fueran casi despreciables.
Potenciar el miedo en los ciudadanos quizá sea el
mecanismo contemporáneo que los poderosos de este mundo consideran más útil
para evitar el real ejercicio de nuestras libertades. Vivir en el miedo y desde
el miedo es el mejor modo de evitar, primero la crítica, y, luego, el
cambio.
Y todo lo que antecede, sin haber entrado en
cuestiones como la manipulación o la interpretación torticera de los hechos o
el modo en que se torna noticia, aquello que no es más que propaganda o intento
de adoctrinamiento. Aquella máxima nazi y de la propaganda más elemental: una
cosa cuando se repite muchas veces, aunque no sea cierta, acaba siéndolo.
Por ejemplo: admitir como bien supremo tener trabajo a cualquier precio y bajo cualesquiera condiciones; como si el trabajo humano fuera homologable a las tareas de las máquinas.
Algunos tiemblan si piensan que un cambio puede
llegar a nuestra sociedad, porque sería, quizá, el instante de su final. Y antes
que eso, cualquier cosa, incluso o, sobre todo, nuestro miedo.