Cómplices

Lunes, 12 de marzo de 2012


Es curiosa esta sensación que hoy me inunda. Algo que no es nuevo. Una vieja impresión perfectamente reconocible, como cuando uno ve a una persona conocida después de mucho tiempo.
Hoy he dado por concluida la revisión del poemario con el que he andado enfrascado los últimos meses, desde noviembre. Ha sido un trabajo duro, y, al mismo tiempo gratificante y necesario.
Necesario para mí, necesario para evitar que el dolor fuera una mordedura interminable y venenosa. Por suerte, entre los versos y el discurrir de los días, todo ha vuelto a su ser, más o menos. Tal que el cauce de un río cuando es modificado por una obra de ingeniería humana: el agua sigue su curso, pero ha habido una alteración que se nota en detalles, elementos quizá pequeños, quizá sin importancia, pero que están presentes.
El caso es que después de la primera versión y la serie de correcciones necesarias, esta mañana he decidido que ya está. (Aunque sé que los poemarios nunca están del todo, siempre hay algo que retocar, siempre hay algo que quitarías o añadirías. A veces me da la impresión de que son seres vivos).
Dos personas han leído previamente los versos, a ambas les tengo que agradecer su trabajo, las molestias que se han tomado conmigo, el detalle con que me han ayudado y han servido de primer filtro (acaso el más necesario). Soy un afortunado (y lo diré sin cansarme), porque mis libros (buenos, malos o regulares, publicados o inéditos) siempre han contado con algún lector a quienes di en llamar lectores experimentales.
Ahora este libro nuevo ha comenzado un itinerario de cuyo trayecto iré informando, si es que ello merece la pena, a medida que tenga noticias.
Y de pronto, una vez que he abierto la jaula, una vez que ya me produce pudor retocar una palabra, como si fuera a herir a una ave en vuelo, me siento cansado. Felizmente cansado. Casi vacío. Sé que serán unos pocos días, y que, conociéndome no habrá acabado el verano (exagerando) y ya estaré metido en otro lío.
Es verdad que necesito el descanso, pero tampoco entiendo la inactividad; estar parado no va conmigo. Soy de los que piensa que después de mucho laborar, algunas veces se llega a algún sitio, aunque sea cerca. Creo que el trabajo abnegado y continuo es la mejor autopista para alcanzar la inspiración, y en último extremo, y si esa señora no llega, al menos mejorar el oficio. Creo en el trabajo silencioso, el que permite desentrañar lo que a cada quien vaya dictando su propia intuición o su propia conciencia (no hablo en términos religiosos, no se me malinterprete), libre (o lo más libre posible), ajena (o lo más ajena posible) a las modas, sin concesiones, salvo el respeto debido a la manifestación artística en que uno expresa el latido de su corazón. Sé que así escrito pudiera quedar muy bonito, pero también reconozco que todas estas afirmaciones, en el fondo, no son más que anhelos, el horizonte (siempre inalcanzable) al que uno aspira acercarse lo más posible.
Quizá debiera estar como unas castañuelas, quizá debiera andar subiéndome por las paredes de contento, pero, no. Simplemente estoy cansado y satisfecho, con la conciencia de que he dado otro paso en mi labor, aunque este paso sea intrascendente. A mí me ha servido y creo que alguien más también. No está mal para empezar.
Claro que me gustaría gustar a muchos, claro que me gustaría que mis versos alcanzaran muchos corazones; pero tal cosa no es lo más importante. Ni siquiera es lo más importante llegar a la cima de nada. ¿En qué parte del contrato vital está escrito que uno tiene que competir o tiene que llegar más alto que su vecino? Somos tantos, los hay tan buenos, tan maravillosamente buenos, que pretender ser mejor que cualquiera de ellas o ellos es uno de los absurdos de nuestra existencia. Lo único importante, lo único sensato es que la voz de uno sea la suya, siempre en anhelante búsqueda infatigable, sí, pero la suya.
Aunque aún no ha leído este libro, quiero dar las gracias a quien sabe que me ha abierto las puertas de una editorial. Lo mismo hay suerte… Crucemos los dedos, ojalá que el gorrioncillo encuentre acomodo en el nido a donde ha llegado hace unas pocas horas.