Desde hace unas semanas vengo dando vueltas
a la cabeza a una idea que, probablemente, sea manida. A veces me da
por pensar que una de las causas que explican las razones por las que este
mundo se desmorona tiene que ver con haber convertido en fines aquello que no
debieran ser más que medios.
No sucede únicamente con la economía (quizá el caso
más clamoroso), sino en demasiadas facetas la vida. Convertir el dinero, las
finanzas, en el fin de las políticas económicas del Planeta, nos está llevando
al desastre, porque el dinero, a la postre, no es lo más importante. En el
fondo siempre lo más importante es el ser humano: en la salud, en la educación,
en la política, en la cultura, en el arte…
Sí, también en el arte.
Y en la poesía.
A uno le termina por cansar o aburrir esa poesía que sólo
habla de la propia poesía, esos ejercicios que más tienen que ver (tal y como
lo veo) con una especie de prestidigitación o juego malabar que quizá sea
agradable de vez en cuando, pero que, a la postre no es más que un ejercicio narcisista.
Por eso escuchar a individuos como a Carlos Salem
en la entrevista que Paloma Corrales le hace en el Conv3rsando de esta semana, emitida, como siempre, gracias a
la labor impagable de Veoguada TV
me reconcilia con lo que uno entiende por poesía. Con lo que uno aspira que sea
la poesía.
Me apresuro a matizar que el estilo del escritor
argentino, no es el de uno, al menos en estos momentos de mi existencia, pero
dicho esto también afirmo que comulgo con los fundamentos desde los que construye
y eleva su obra.
La tarea de Salem es más que la poesía. Su trayectoria
como prosista (novela, relato, e incluso autor de teatro), así como periodista,
está ahí. Como él mismo afirma, lo suyo es expresarse a través de la palabra y
cada asunto o cada etapa vital requiere una forma concreta de expresión.
En un momento de esta entrevista se plantea lo que,
a mi modo de ver, es una de las piedras claves de su obra y que se podría
resumir en una sola palabra, que además usa Salem: autenticidad. Es decir, el escritor sostiene que
en su tarea tiene que preponderar la autenticidad, aunque haya que sacrificar
en algún momento aquello que llamamos belleza.
Desde ese punto de vista entiendo parte de la función
de la poesía, como, por otra parte, me parece va quedando claro en estas páginas.
La poesía no ha de servir únicamente poemas bellos e incluso técnicamente bien
construidos, sino que ha de ser un instrumento para contar algo que tenga que
ver con el ser humano, aunque el protagonista sea sólo el propio poeta. En el
caso de la poesía será casi siempre el poeta el sujeto, aunque hable de otros,
pues en poesía la mirada propia y personal adquiere unos tintes muy marcados.
Como afirma Paloma Corrales (y no niega Carlos
Salem), su poesía es muy narrativa. Quizá sea éste el punto de confluencia con
su obra en prosa. Los poemas cuentas historias o momentos de historias; más
bien, como explica el autor en otro momento de la conversación, son reflexiones
sobre determinados momentos de su existencia que se podrían catalogar como
hitos, en el sentido de que señalan la clausura de una época o el atisbo del
inicio de otra. Esos momentos de la vida que todos tenemos en que se percibe de modo muy
especial que ya somos otra persona bien distinta de la que éramos, o que
podemos llegar a serlo. Quizá sean los períodos para el arqueo personal con el
tiempo, para recapitular, para prepararse ante lo que pueda venir, cosa por
otra parte complicada, pues, como se demuestra a diario, la vida puede cambiar
en un solo segundo.
Algo que me interesa especialmente, y de lo que
también se ha hablado, es el uso del lenguaje en poesía. El poeta aboga por la
poesía que se expresa en el lenguaje cotidiano, en ese lenguaje que cualquiera
habla en la calle, sin huir de nada. O, mejor dicho, por el lenguaje que habla
en su vida cotidiana. Ha puesto el ejemplo del nenúfar. Él no escribiría la palabra nenúfar en un poema,
porque un nenúfar es ajeno a su existencia. Supongo que si los nenúfares fueran
habituales en su paisaje no los tendría por elementos extraños o meramente
decorativos y, por tanto, inútiles para sus versos.
Esto es algo que se afirma con normalidad, o al
menos lo escucho aquí y allá, pero no es tan fácil. A menudo —y a mí me sucede,
aunque procuro que cada vez sea menos—, cuando uno está escribiendo poesía
tiende a la búsqueda de cierto preciosismo, quizá amaneramiento, porque casi inconscientemente
tiende a buscar la belleza formal en el poema. Hay palabras (y supongo que a
cualquiera se le ocurrirán unas cuantas en estos momentos) que casi de manera
automática empiezan a pedir permiso para aparecer en escena en cuanto se
escribe un poema; palabras que fuera de los versos sería imposible que se
usaran, palabras que seguirían descansando tranquilamente, esperando su
oportunidad, como esos multimillonarios que pasan los días tomando el sol junto
a la piscina con un daikiry y hojeando una revista o un periódico. A veces, por
mucho que se esté ojo avizor, uno no se da cuenta, se cuelan como niñas
traviesas, brotan como florecillas silvestres en primavera, incontrolables, es
como si se activaran de modo automático.
Esta idea, me refiero al uso del lenguaje normal,
tampoco es nueva, al menos en mí. Es algo por lo que lucho, aunque no siempre
lo consiga. Y es que, según lo veo, la auténtico tiene que ver con lo
cotidiano, con lo que sucede cada día en la calle, no con los eventos
consuetudinarios que acontecen en la rúa (y de nuevo cito a Machado en su
famoso verso).
Algo más que se desliza en el diálogo como
consecuencia de lo que se dice es la necesidad de una lectura profunda. Se hablaba
de Bukowski. Paloma Corrales —con tino— criticaba la abusiva práctica de cierto
tipo de lenguaje que, pretendidamente, viene a querer ser la traducción del
estilo del poeta norteamericano. Sin embargo, por la respuesta de Salem,
deduzco que ese modo imitativo de escribir, tan en boga, obedece más bien a una
lectura superficial del escritor. Una lectura que sólo se queda en el aspecto y
no se adentra en el contenido. En esa respuesta entreveo una velada crítica a
ese modo veloz de lectura, a eso que llamo darse un barniz de lecturas.
Y aquí regresamos a la autenticidad. Algo es auténtico
cuando es de uno mismo, y para que algo que, en un primer momento no es de
alguien lo sea, ha de ser asimilado, y para asimilar el modo de escribir de
otro e incorporarlo al propio bagaje, son necesarias múltiples lecturas,
sosegadas y hondas. Lecturas bien digeridas y reposadas, lecturas —incluso—
reflexionadas y analizadas, en fin, estudiadas.
Carlos Salem es notablemente conocido en los círculos
literarios de Madrid, sobre todo en algunos determinados. Su amor a la
literatura y a la poesía, no se limita a su tarea como escritor, sino que además
se dedica a la promoción, a abrir puertas a quien quiera. Es sabido (el mundo
de los blogs y en los ambientes poéticos de Madrid y en otros ámbitos) que cada
martes en el pub Los Diablos Azules uno se puede presentar con tres poemas y leerlos,
sabiendo que habrá otros que lo escucharán. Cada martes hay un autor invitado,
pero tras él o ella, puede salir cualquiera con sus versos en ristre. También hace
algo similar con los microrrelatos, y además con cierta frecuencia los sábados
se organizan jamsession que se retransmiten por Internet.
En un momento de la
entrevista ha afirmado que en estos tiempos tiene que haber muchos poetas,
porque se sufre mucho. Con esta idea quería finalizar. Me parece una verdad
sobre la que poco se ha dicho.
Cuando el ser humano sufre, el arte en general, y
la poesía en particular, es un modo de intentar la salvación o, al menos,
elevar la voz y gritar el desespero y la angustia, pues si ésta no se gritara,
probablemente nos gangrenase el alma hasta destruirnos. Es así como la poesía
(con independencia de su estilo) cobra su verdadero sentido, cuando es un vehículo
para la expresión, cuando es auténtica porque no esconde al ser humano que la
escribe, no cuando se recrea en sí misma, cuando se torna ese narciso
contemplativo y egocéntrico.
Luego cada uno vamos pugnando por hallar nuestro
propio sendero, por intentar ser honrados y sinceros con nosotros mismos,
expresándonos de un modo concreto y determinado. No sé si bueno o malo, no sé
si mejor o peor, no sé si con mejor o peor fortuna, en todo caso el nuestro, el
de cada quien.