¿Qué tiene de poético mi
vida?
No es una pregunta original, se la he leído a Tomás
Rodríguez Reyes en su diario Trópico de
la Mancha, aunque no sé si mi formulación se corresponde a la literalidad
de la lectura.
Y después, como un eco, o como un estribillo, me ha
acompañado el resto del día.
Quizá por aventurar algo, por ser tan estúpido de
no dejar que la pregunta se hornee a fuego lento en mi interior, puedo
aproximar una respuesta: la emoción que se produce algunas veces muy adentro,
una emoción que no llega a conmoción, una emoción muy honda y muy paradójica,
porque apenas tiene manifestaciones externas. Mi vida tiene de poético, quizá,
lo que me ofrecen los demás: la lectura de algunos versos que me atrapan, la
escucha una melodía colándose en mi interior, un cuadro que te cambia el modo
de mirar, contemplar la naturaleza, sus caricias descuidadas, incluso algunos instantes en que el
silencio externo aplaca mi ruido…
Mi vida es poco poética. A lo mejor por eso aprecio tanto esos instantes
Algunas veces, incluso, sucede que esta emoción
traspasa la piel y se torna verso, pero eso, eso es otra cuestión o más bien
una aspiración casi inefable.