Cómplices

Martes, 20 de marzo de 2012


En estos días, mientras la exposición de mi hermano me va calando el corazón, como esa lluvia que la tierra tanto necesita, uno observa a los visitantes que acuden a contemplar los cuadros y va sacando sus propias conclusiones.
Hay algo que me hace reflexionar, también sobre mí mismo, sobre mi propia actitud ante la pintura o cualquier manifestación artística. Por suerte sólo sucede con una minoría muy minoritaria.
En ocasiones, cuanto más ‘experto’ se cree ser en una materia determinada, menos se permite a la obra de arte que interpele el corazón. El supuesto especialista sitúa ante sí un escudo o foso o terreno minado que consiste en analizar desde la propia convicción aquello que tenemos delante. Se suelen aplicar con presteza los conocimientos técnicos y desde allí se juzga lo que se ve. Quizá sea inevitable, pero  quizá habría que intentar evitarlo.
Es extraño que se aparquen los prejuicios y se permita la entrada de la obra en el interior. Y al final resulta que somos esclavos de esos prejuicios y nos perdemos lo que esa obra está queriéndonos decir, de qué modo nos intenta interpelar.
Considero que quien propone a pública contemplación una obra artística (poema, relato, cuadro, escultura, grabado, fotografía, canción, sinfonía, película…), ha puesto toda su energía en el empeño. Aunque lo haga por juego o por diversión, estoy convencido que cada cosa que ha hecho ha sido como consecuencia de un proceso y lleva detrás tiempo, sacrificio, ilusión… Por tanto, y si es así, ¿no merecería una mirada un poco menos mediatizada, precisamente por parte de aquellos que, supuestamente, mejor conocen la parte técnica o los recursos del oficio?
A veces pienso que cuando un poeta lee un poema, al menos la primera vez en que se produce ese milagro, debería extirpar de su conciencia cualquier cuestión o concepto teórico. Lo mismo se podría afirmar de los pintores, los músicos, los escultores, etcétera, con cada una de sus manifestaciones artísticas. Sólo después, cuando la obra ha llegado a su destino, es cuando quizá se puedan aplicar toda el bagaje técnico que se posea.
En demasiadas ocasiones los supuestos expertos pierden el disfrute de la obra, no perciben su pellizco, quizá distraídos en cuestiones más o menos accesorias.