En estos días, mientras la
exposición de mi hermano me va calando el corazón, como esa lluvia que la
tierra tanto necesita, uno observa a los visitantes que acuden a contemplar los
cuadros y va sacando sus propias conclusiones.
Hay algo que me hace reflexionar, también sobre mí
mismo, sobre mi propia actitud ante la pintura o cualquier manifestación
artística. Por suerte sólo sucede con una minoría muy minoritaria.
En ocasiones, cuanto más ‘experto’ se cree ser en una materia
determinada, menos se permite a la obra de arte que interpele el corazón. El
supuesto especialista sitúa ante sí un escudo o foso o terreno minado que
consiste en analizar desde la propia convicción aquello que tenemos delante. Se
suelen aplicar con presteza los conocimientos técnicos y desde allí se juzga lo
que se ve. Quizá sea inevitable, pero quizá habría que intentar evitarlo.
Es extraño que se aparquen los prejuicios y se
permita la entrada de la obra en el interior. Y al final resulta que somos
esclavos de esos prejuicios y nos perdemos lo que esa obra está queriéndonos
decir, de qué modo nos intenta interpelar.
Considero que quien propone a pública contemplación
una obra artística (poema, relato, cuadro, escultura, grabado, fotografía,
canción, sinfonía, película…), ha puesto toda su energía en el empeño. Aunque
lo haga por juego o por diversión, estoy convencido que cada cosa que ha hecho
ha sido como consecuencia de un proceso y lleva detrás tiempo, sacrificio,
ilusión… Por tanto, y si es así, ¿no merecería una mirada un poco menos
mediatizada, precisamente por parte de aquellos que, supuestamente, mejor
conocen la parte técnica o los recursos del oficio?
A veces pienso que cuando un poeta lee un poema, al
menos la primera vez en que se produce ese milagro, debería extirpar de su
conciencia cualquier cuestión o concepto teórico. Lo mismo se podría afirmar de
los pintores, los músicos, los escultores, etcétera, con cada una de sus
manifestaciones artísticas. Sólo después, cuando la obra ha llegado a su
destino, es cuando quizá se puedan aplicar toda el bagaje técnico que se posea.
En demasiadas ocasiones los supuestos expertos pierden
el disfrute de la obra, no perciben su pellizco, quizá distraídos en cuestiones
más o menos accesorias.